Las castas del exilio cubano
Una emigrante centroamericana me comenta, no sin cierta sorpresa, que muchos cubanos exiliados en Miami han celebrado el fin de la política “pies secos, pies mojados”. La señora no puede ocultar la mala impresión que le causa lo que, a su juicio, es insolidaridad por parte de quienes en su día se beneficiaron del trato preferente que otorga la Ley de Ajuste Cubano y hoy opinan que esta también debe desaparecer.
Comparto el sentimiento de esta señora que, dicho sea de paso, es minoritario entre emigrantes no cubanos y países vecinos que deseaban se acabara la política preferencial que desde hace décadas Estados Unidos ha mantenido con el exilio cubano, teniendo en cuenta las particularidades de la dictadura castrista, la cual sigue en pie y ha conseguido sobrevivir a los vaivenes de Washington desde hace más de medio siglo.
Podría explicarle a esta solidaria señora que se preocupa por la suerte de miles de cubanos varados en Centroamérica y condenados a la ilegalidad que en la diáspora hay castas según los sucesivos éxodos. En un exilio que se ha prolongado porque la dinastía castrista ha resultado incombustible, era inevitable que se produjeran estratificaciones. Durante mucho tiempo el exilio histórico –formado principalmente por profesionales de clase media y alta y batistianos que huyeron en los albores de la revolución– llevó el estandarte de la oposición y la lucha política contra el régimen en los años en los que era imposible que las familias pudiesen viajar a uno y otro lado del Estrecho de la Florida.
Cuando en 1980 se desató el éxodo de Mariel, en el que además de los enfermos mentales y reos que Fidel Castro fletó en las embarcaciones también huyeron intelectuales, gays perseguidos y una gran masa de desafectos, hubo fricciones con sectores del exilio histórico que vieron en esta migración un rostro diferente. Este no se ajustaba a la nostalgia por una república idealizada y sin la mezcla racial que se incrementó en la Cuba revolucionaria.
Esta es la teoría que repiten los “halcones”, saldrán a las calles a derramar su sangre para derrocar de una vez lo que nadie hasta ahora ha podido derrumbar: una dictadura que no tiene reparos a la hora de reprimir
Para cuando estalló otra crisis migratoria, la de los balseros en el verano de 1994, el trauma del Mariel parecía lejano, con una primera camada del exilio envejecida y el grupo de los 1980 asimilado al paisaje. Aquellos balseros que se lanzaban al mar en cascarones parecían mucho más indefensos que los propios marielitos. Incluso hablaban de otro modo (el “asere” ya estaba en boca de todos) y sus circunstancias eran aún más precarias que las de sus antecesores.
En esa época, cuando Bill Clinton instaura “pies secos, pies mojados”, el exilio percibe que se trata de una migración más motivada por razones económicas que puramente políticas, pasando por alto que las nuevas generaciones han nacido bajo el castrismo y no conocen otra cosa, sin referentes o memoria de un estado de derecho.
Damos un salto en el tiempo. Del exilio histórico quedan pocos vivos. La generación del Mariel se ha diluido en el discreto encanto de la burguesía. Muchos de los balseros de los años 1990 salieron adelante y forjaron sus vidas en Hialeah, donde hasta el día de hoy se asienta la mayoría de los recién llegados. Ahora, más de 20 años después, llegan lo jóvenes de la llamada Generación Y, cuya experiencia vital se ha desarrollado bajo una dinastía absolutista. No se bajan de las lanchas o cruzan la frontera proclamando grandilocuentes consignas políticas, pero tienen muy claro que la prosperidad y el libre albedrío están en otra parte. Ellos, como quienes vinieron antes, tienen sueños y aspiraciones. Sienten el apremio de vivir dignamente. Son víctimas del mismo modelo político.
Abundan quienes hacen grandes generalizaciones de los recién llegados: los acusan de abusar de los beneficios que da el gobierno de Estados Unidos y de no insertarse a la fuerza laboral. De ser, según sus detractores, unos “aprovechados” que luego viajan a la isla. Son generalidades que no se fundamentan en índices alarmantes de criminalidad, desempleo o peligrosidad social comparados a otros grupos en el país. En cuanto a los viajes a Cuba, donde la mayoría tiene familiares a quienes ayudan con envíos de remesas, sencillamente van porque hasta ahora se podía. Si en los años más oscuros, cuando las familias cubanas permanecieron separadas durante largo tiempo, se hubiese dado la posibilidad de ir, muchos lo habrían hecho.
Ahora lo que circula en el exilio (irónicamente es un pensamiento compartido entre defensores de la política de Obama y quienes apoyan al ya presidente Trump), es la manida hipótesis de la “olla de presión”. O sea, si los más jóvenes ya no pueden salir o lo tienen mucho más difícil sin “pies secos, pies mojados”, pues se las ingeniarán para construir el progreso entre las ruinas. O, esta es la teoría que repiten los “halcones”, saldrán a las calles a derramar su sangre para derrocar de una vez lo que nadie hasta ahora ha podido derrumbar: una dictadura que no tiene reparos a la hora de reprimir.
Pobres cubanos que deambulan por Centroamérica y creen que la nueva administración en Washington los salvará de su nueva condición de indocumentados. Hoy son una casta huérfana y marginada.
©FIRMAS PRESS
- 23 de enero, 2009
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