El pensamiento mágico condena a Latinoamérica al subdesarrollo
Daría la impresión que debido a una maldición, los países latinoamericanos son incapaces de zafarse del subdesarrollo.
Algunos, en diferentes épocas, estuvieron a un paso de lograrlo. Pero, llegado ese punto, las fuerzas reaccionarias arremetieron con ímpetu, arrastrando a esa nación en dirección contraria.
Son los casos de Uruguay y Argentina, que durante la última mitad del siglo XIX fueron florecientes, atraían oleadas de inmigrantes y su PBI real per cápita era similar al de los países más ricos de aquel entonces. Actualmente lo mismo está sucediendo con Chile, que cuando parecía que sería el primero en romper el maleficio, retrocedió a pasos agigantados.
¿Cuál podrá ser la razón de esta desdichada situación?
Las causas son múltiples y complejas. No obstante, el sustrato común es de índole cultural. El subdesarrollo es consecuencia de arraigadas ideas erróneas. Es la primacía del pensamiento mágico sobre el lógico racional. Es creer en el “Dios Estado”. Es decir, que es benevolente, todopoderoso, sumamente bueno y cuyos recursos “caen del cielo”. O, que es mejor que las empresas de servicios públicos estén en manos del “Estado” porque no busca el “lucro” ni persigue intereses particulares sino el bien común.
El pensamiento mágico se hace patente, al constatar que gran parte de la población es refractaria a la evidencia empírica. Los lingüistas señalan que las diferencias entre los diversos idiomas no son tan solo de sonidos, sino que cada lengua moldea una forma específica de pensamiento. O sea, el modo en que los habitantes ven, definen y dan significado a lo que los rodea. Es por eso que se podría decir, que personas que hablan en idiomas diferentes viven en mundos distintos.
Desde esa perspectiva, es ilustrativo que en inglés al término “Estado” se lo designa the government (“el gobierno”). Ergo, personas de carne y hueso con intereses propios, que generalmente no son aquellos que más promueven al “bien común”. A raíz de ello, la forma en que los angloparlantes consideran al “Estado”, es completamente diferente a la de los hispanoparlantes. Tampoco es por casualidad, que las naciones de cultura anglosajona sean más prósperas que las hispanas.
Frederich Hayek subraya, que el pensamiento lógico racional brota en aquellos lugares donde la gente sabe, que su mayor o menor fortuna en la vida va a depender primordialmente de sí misma. No de privilegios o migajas que les tiren los gobernantes. Por eso, ni en la aristocracia ni en el socialismo (en cualquiera de sus variantes) o estatismo, ha podido florecer. Este tipo de pensamiento es el que caracteriza a la burguesía, los creadores, los emprendedores y los inventores.
En América Latina escasean los grupos mencionados. Eso es consecuencia de las ideas y las instituciones dominantes. No se debe a ninguna carencia de índole personal.
La prueba es que para destacarse en algunos de los rubros mencionados, los latinoamericanos emigran a aquellas naciones donde las ideas y las instituciones son diametralmente opuestas a las de este continente.
Otra muestra del pensamiento mágico, lo constituye el apego que los latinoamericanos sienten hacia las empresas públicas estatales. Siguen pensando que son algo bueno para los habitantes, a pesar de la abrumadora prueba en sentido contrario. Ellas no solo retrasan el progreso del país y de la gente común, sino que también contribuyen a incrementar el poder de las autoridades. Recordemos que ellas fueron un invento del cardenal Richelieu, con el fin de acrecentar y centralizar el poder en la Corona.
Uruguay constituye un paradigma del pensamiento mágico, raíz de nuestros infortunios:
En el último cuarto del siglo XIX, Juan Bautista Alberdi señaló que “Uruguay iba en camino de convertirse en la California del sur”. En aquel entonces, nos regía la Constitución de 1830, que no concebía la existencia de empresas estatales monopólicas. Su artículo 146 establece que “Todo habitante del Estado puede dedicarse al trabajo, cultivo, industria o comercio que le acomode, como no se oponga al bien público, o al de los ciudadanos”. Además, se postula que la razón de ser del Gobierno, es la de asegurar “los derechos y prerrogativas de su libertad civil y política, propiedad é igualdad” porque esa es la forma más conveniente para “promover el bien y la felicidad general”.
De la mano de esa doctrina al Uruguay le fue fenomenal y estuvo a un tris de convertirse en una nación desarrollada. Pero desde los inicios del siglo XX, la “maldición” latinoamericana comenzó a ejercer su influjo. Fue así que paulatinamente comenzaron a imponerse las ideas contrarias: nacionalizaciones, estatizaciones, proteccionismo e intervención estatal en la economía y las relaciones sociales. Y, correlativamente, comenzamos a retroceder en el ranking mundial de prosperidad.
Las empresas monopólicas estatales son el símbolo de nuestra decadencia. Ellas suelen estar dirigidas por personas poco competentes porque son concebidas como una forma de “reparto” o recompensa política. En su conducción no priman los intereses de la propia compañía o de los ciudadanos, sino los personales de las autoridades.
El summum de esta situación se dio durante la presidencia de José Mujica. El susodicho nombró como presidente de Ancap (la monopólica petrolera estatal) a Raúl Sendic –actual vicepresidente de la república- cuyo único mérito era el ser hijo del fundador histórico de los tupamaros.
Mujica alentó a Sendic (al igual que a las otras autoridades por él nombradas) a que ignorara cualquier restricción económica al dirigir Ancap. Por consiguiente, Sendic jugó al “monopolio” pero no con fichas de fantasía sino con los bienes y el dinero real de la compañía. Conclusión, la fundió en momentos en que el petróleo tenía precios excepcionalmente altos.
Los que están pagando la “fiesta” y tamaña irresponsabilidad, son todos los uruguayos mediante aumentos generalizados de impuestos y de las tarifas públicas monopólicas de productos esenciales.
A raíz de que la justicia penal está investigando a Sendic y Cía. por la situación planteada en Ancap, el actual directorio está analizando solicitar al Banco de Seguros una póliza de cobertura para directores y gerentes de la empresa, “relativa a reclamaciones que pudieran sufrir en forma personal, con respecto al ejercicio de sus funciones”. Por supuesto que pagada por Ancap. Una inmoralidad y desfachatez sin par.
Pero, pesar de todo, los uruguayos “aman” a sus empresas públicas porque “son nuestras”, no buscan el “lucro” ni persiguen “intereses privados”.
Eso es subdesarrollo. Y mientras el pensamiento mágico siga prevaleciendo, no habrá esperanza para los latinoamericanos.
Hana Fischer es uruguaya. Es escritora, investigadora y columnista de temas internacionales en distintos medios de prensa. Especializada en filosofía, política y economía, es autora de varios libros y ha recibido menciones honoríficas.
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