Ecuador: elecciones con olor a fraude
El populismo y sus destructivas aberraciones, que hasta no hace mucho prevalecieran políticamente en nuestra región, parecerían estar en retroceso. Prueba de ello es que, a través del veredicto de las urnas, sus exponentes ya no gobiernan en nuestro país. Ni tampoco en el Perú.
Ahora es Ecuador quien tiene ante sí una oportunidad de alejarse del populismo. Allí la gestión del autoritario Rafael Correa ha dejado al país endeudado, políticamente desorientado, socialmente dividido y sumergido en un enorme -y extendido- pantano de corrupción.
En la primera vuelta de las recientes elecciones presidenciales, la del 19 de febrero pasado, el candidato de Rafael Correa, Lenín Moreno, estuvo (al menos, aparentemente) a menos del uno por ciento de obtener los votos requeridos para evitar la segunda vuelta. Pero no lo logró. Luego de una extraña, inesperada y hasta sospechosa suspensión del cómputo de los votos, las autoridades electorales ecuatorianas anunciaron que la segunda vuelta era inevitable. Esto ocurrirá el próximo 2 de abril.
Tan pronto como se hizo ese anuncio, algunas encuestas de opinión comenzaron a señalar insistentemente que Lenín Moreno llevaba, de inicio, una ventaja muy apreciable sobre su rival, el dirigente de centro Guillermo Lasso. Acumulaba, decían, una intención de voto del 59%, contra una de apenas 41%, que prefería a Lasso.
Los medios cubanos y venezolanos difundieron enseguida esa circunstancia, afanosamente. Como queriendo generar una temprana sensación de una carrera con un resultado previsible, sino consumado: el triunfo del oficialismo socialista, el que representa Lenín Moreno.
Desde entonces, las encuestas de intención de voto arrojan resultados llamativamente contradictorios. Más aún, diametralmente diferentes. Las últimas encuestas, las realizadas entre el 11 y el 14 de marzo pasados, sugieren que el oficialismo podría ser efectivamente derrotado, aunque ajustadamente. Por el 50,8% de los votos, contra un 49,2%. Un aparente "empate técnico", entonces, pero con todavía un importante 18% de indecisos.
Para alimentar las sospechas de manipulaciones, el ahora ex Comandante del Ejército ecuatoriano, el general Luis Miguel Castro Ayala, declaró públicamente que las fuerzas armadas de su país no habían tenido "completa custodia de las urnas", como mandaban las normas. Porque la vigilancia del transporte de las actas electorales por parte de una empresa privada, contra lo normado, había en los hechos quedado en manos de la policía. Y de un solo efectivo por vehículo. La "cadena de custodia" obviamente se había vulnerado. Al conocerse ese inquietante anuncio, el presidente Rafael Correa, lejos de felicitar al militar por el celo demostrado en el cumplimiento de su misión, lo dejó cesante de inmediato. Sin más. Junto con otros cuatro altos jefes militares, que también quedaron en la calle.
A lo que se agrega ahora que desde la oposición se sugiere que una de las máquinas impresoras de uno de los más importantes diarios cooptados por el actual gobierno habría imprevistamente producido algunas boletas electorales. Por esto, un escenario ya enturbiado se ha oscurecido aún más.
Al despedirse de sus compañeros de armas con una previsible y evidente sensación de malestar, el ex general Castro Ayala los exhortó a seguir "brindando seguridad al proceso electoral", para que "se respete la sagrada voluntad del pueblo ecuatoriano". Más claro, el agua.
Cabe recordar que Castro Ayala es nada menos que quien, en septiembre de 2010, condujo exitosamente el operativo militar que liberara al propio Rafael Correa refugiado en el Hospital Militar luego de ser agredido por una torpe insurrección en el Cuartel Policial de Quito. Hablamos, cabe señalar, de un militar que goza de una merecida aureola de absoluta profesionalidad, que jamás mostró favoritismo político alguno.
Fuentes ecuatorianas aseguran que su reemplazo, el general Edison Narváez Rosero, es en cambio un hombre muy cercano al ministro de defensa de Rafael Correa, uno de los "duros" y más radicales personajes de su gobierno.
Lo que acabamos de describir alimenta obviamente sospechas de un fraude que podría, de pronto, infectar a la que pronto será una reñida segunda vuelta en las elecciones presidenciales ecuatorianas. Ellas flotan sobre el ambiente, ahora tenso. Por esto varios ex presidentes de nuestra región acaban de manifestar públicamente su preocupación.
El socialista Lenín Moreno, que perdiera su movilidad en un asalto sufrido en 1998, es un ex empresario del sector del turismo. Ha sido ya, en dos ocasiones, vicepresidente de su país.
Guillermo Lasso es, por su parte, un diplomado en administración de empresas. Fue presidente del Banco de Guayaquil en una gestión exitosa que trasformara a la entidad en la segunda mayor del país. Su obsesión es reducir la pobreza a través de la creación de nuevos empleos. A lo que suma una firme voluntad que procura que la deformada democracia ecuatoriana funcione en más como corresponde y garantice los derechos civiles y políticos de un pueblo que hoy sabe que los tiene cercenados. Hace algunos días, Lasso invitó a Lilian Tintori (la esposa del encarcelado líder opositor venezolano, Leopoldo López) a acompañarlo en su campaña. Las autoridades ecuatorianas no permitieron que ingresara a Ecuador y la enviaron de regreso a Venezuela. Porque su presencia, está claro, pudo haber perjudicado al "caballo del comisario" en la carrera electoral. Todo un símbolo del autoritarismo que caracterizan al Ecuador de hoy.
Mientras esto sucede, la economía ecuatoriana cerró un año 2016 realmente decepcionante. El PBI se contrajo un 1,5%. La deuda externa creció por encima del 40% del PBI. Las exportaciones perdieron un 10,2% de su valor. El desempleo trepó al 6,62%. Y este año, lamentablemente, se anticipa una nueva contracción, del orden del 2,9%. Para muchos habrá una dura renegociación de la deuda externa. Quizás por esto el país está repatriando sus reservas en oro.
Para Ecuador, un momento complicado, entonces. Lleno de ansiedad, donde quienquiera que sea quien se imponga en la segunda rueda de los comicios presidenciales que se avecinan deberá gobernar en condiciones que están lejos de ser las ideales. El legado de Rafael Correa no es para ponerse de pie y aplaudir.
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