Ecuador: ¿Transición en cámara lenta?
Propongo, para tratar de entender lo que ha sucedido en Ecuador y hacerse cierta idea de lo que vendrá, estas claves:
1 ¿Hubo fraude?
Nunca sabremos quién hubiera ganado las elecciones ecuatorianas recientes con un sistema de cómputo impecable en manos de un ente electoral imparcial. Los 230 mil votos de diferencia que el resultado oficial otorga a Lenín Moreno, el oficialista, sobre Guillermo Lasso, el opositor, son muy pocos; las sombras que oscurecen algunos aspectos de este proceso, controlado por un Consejo Nacional Electoral con miembros muy alineados con el gobierno, son demasiado espesas como para estar seguros de nada.
El problema que tenía Lasso es el de todo líder que se enfrenta a un régimen con elementos autoritarios (Ecuador no es una dictadura, pero sí un sistema populista que concentra un poder obsceno): la necesidad de superar al oficialismo por un margen electoral más amplio que la capacidad de manipulación del resultado. No era el caso: el país, ya lo decían las encuestas de las últimas semanas, estaba partido en dos mitades. En ese escenario, siempre gana el gobierno, a menos que el proceso electoral sea de una escandinava pureza.
No significa esto que no tenga Lasso razones para sospechar. La noche de la jornada electoral, la página del CNE que daba los resultados sufrió un apagón: cuando se restableció, había resultados al 90% anunciando la victoria del gobierno. Esos resultados iban a contrapelo del “exit poll” más fiable, el de Cedatos, que el propio Correa había utilizado como referencia en 2009 para proclamarse vencedor, y del conteo rápido realizado por Participación Ciudadana, institución con alta credibilidad, que daba empate técnico. Por último, Lasso ha mostrado discrepancias entre algunas actas originales y las actas del escrutinio. Su cálculo es que puede haber irregularidades que afectan a unos 600 mil votos.
Aun así, no hay a estas alturas elementos suficientes para prever un cambio. Ni hay masas en las calles (salvo algunas protestas y vigilias) como para acorralar al gobierno, ni la OEA tiene pruebas definitivas para intervenir (suficientes problemas tiene con Venezuela como para comprarse ese pleito sin una abundancia inocultable de elementos probatorios). Por último, uno de los aliados de Lasso en la segunda vuelta, el socialcristianismo, ha tomado distancia abierta con su denuncia de fraude por boca del alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot (que juega su propio partido, por cierto). Repito: nunca sabremos toda la verdad. Pero, dadas las circunstancias reales y no las hipotéticas, para el resto del mundo ha triunfado Moreno.
2 El factor Moreno
Cuando, acorralado por las protestas e intuyendo que el declive económico agudizaría el descontento, Correa maquinó la candidatura de Lenín Moreno, que había sido su vicepresidente de 2007 a 2013, sabía bien lo que hacía. Con un poco más de un tercio del país a su favor pero ninguna opción opositora en capacidad de aglutinar una mayoría en primera vuelta, el oficialismo arrancaba desde una posición de fuerza. Necesitaba una candidatura que recogiera lo “mejor”, en términos políticos, del correísmo, es decir su asistencialismo clientelista, y ofreciera a los electores razones para creer que era posible dejar atrás lo peor, es decir el abuso de poder, la agresividad y la manipulación de las instituciones. Moreno era casi perfecto: había sido la cara amable del régimen. Su epopeya personal -nacido en una provincia amazónica cercana al Perú, postrado en una silla de ruedas por una bala que le lesionó la médula, convertido en símbolo de los discapacitados y reconocido como tal por la ONU, promotor del turismo y ambientalista- despertaba admiración. Su discurso conciliador, dialogante, prometía renovar la fe en los gobernantes después de una década de odios ideológicos. Todo esto, sobre la base de varios millones de ciudadanos enfeudados al gobierno populista que gastó en ellos (y en sí mismo) muchísimo dinero en estos años.
Aunque Moreno rehuyó debatir en la campaña, llevó de candidato a la vicepresidencia a un político acusado de corrupción que representa lo peor del correísmo y el oficialismo se volcó con él sin escrúpulos para asegurarse la continuidad, lo cierto es que un porcentaje suficiente de ciudadanos prefirió una “corrección” antes que una transformación (y eso que Lasso era cuidadoso a la hora de hablar de algunos programas asistenciales y de la parte más “humanitaria” del populismo correísta para no dar armas al enemigo).
Correa confirma así que es el más hábil de los líderes del “Socialismo del siglo XXI” tras la muerte de Hugo Chávez. Para él, no deja de ser un triunfo personal lo sucedido, aun si jugó con cartas marcadas. Lo lógico, ante un sistema como ese, hubiera sido que tuviese que cometer un fraude masivo para asegurar la continuidad.
3 El factor Lasso
Es difícil exagerar el mérito de Guillermo Lasso. ¿Cuántos ex presidentes de un banco pueden jactarse de haber obtenido casi 49% de los votos (y quizá ligeramente más, nunca lo sabremos) en un país del Tercer Mundo contra un “juggernaut” populista como el Estado de Correa?
¿Cuántos pueden jactarse de haber logrado eso, además, con un discurso en muchos sentidos audazmente liberal? ¿Cuántos habrían podido, con apenas 28% del voto obtenido en primera vuelta y semejante discurso, rozar la gloria electoral en la segunda vuelta atrayendo votos de los sectores más disímiles del espectro ideológico?
Evidentemente, no muchos. A Lasso le han hecho casi todo excepto matarlo y le han dicho todo excepto violador. Sin embargo, perseveró a lo largo de estos años en la persecución de dos objetivos que eran uno mismo: abrirles a las ideas del libre mercado y la democracia liberal un espacio amplio en la política ecuatoriana, y reunir una vasta coalición social y política que representara la superación del Estado populista con aspectos altamente autoritarios del correísmo.
Su alianza Creo-Sumo logró el apoyo del socialcristianismo, de la socialdemocracia del ex militar Paco Moncayo (ya lo sé, ningún militar acepta que es un “ex” militar) e incluso de una izquierda algo más afiebrada. Ahora -la victoria tiene muchos padres, la derrota es huérfana- muchos de quienes lo apoyaron le cuestionan su estrategia y la gente que estuvo cerca de él reprocha a quienes lo respaldaron en el “balotaje” haberse sumado demasiado tarde y sin el ímpetu debido. Pero nunca estuvo tan cerca la oposición de superar al oficialismo en esta década populista. Y entre los muchos que merecen honores por ello, el que más, con su aciertos y errores, es el propio Lasso. Un tipo que no tenía necesidad personal alguna de pasar por las horcas caudinas de la política ecuatoriana en estos tiempos de peligro y violencia.
4 La economía, estúpido
A Correa, como a otros populistas, le cayó maná del cielo con el “boom” de los “commodities”. En su caso, el del petróleo. Pero también estuvo tocado por la suerte al heredar, de esos gobiernos a los que tanto vituperó, el dólar como moneda oficial. Sin esa “ancla”, la economía ecuatoriana, una vez concluida la etapa alta del ciclo de las materias primas, habría sucumbido mucho peor de lo que sucumbió porque el dispendio, como en Venezuela y Argentina, habría generado una hiperinflación y unos desequilibrios traumáticos.
Gracias a que el “boom” supuso para el Estado ecuatoriano en estos años unos ingresos de 300 mil millones de dólares, superiores a los de los 30 años precedentes, Correa pudo construir el Estado clientelista y por tanto el voto cautivo que dio a Lenín Moreno ese punto de partida tan ventajoso (casi 40% en la primera vuelta). Sí, un altísimo número de ecuatorianos está harto, se ha demostrado en estos comicios, de la demagogia y la corrupción, y ahora también de la economía que decrece, pero todavía las bendiciones del populismo tienen suficientes almas agradecidas como para asegurarle al gobierno la continuidad.
A partir de este momento, claro, las cosas empezarán a cambiar rápidamente. Ecuador tuvo un crecimiento nulo hace dos años y un crecimiento negativo el año pasado (-1,7%). Este año, en el mejor de los casos (la Cepal), seguirá estancado; en el peor (The Economist), volverá a contraerse. Todo ello con un déficit fiscal, marca de la casa, que asciende a casi el 7% del PIB y una deuda que supera el 40% (aunque, para disimularla, Correa ha modificado el sistema de cálculo dejando fuera muchas obligaciones del gobierno central con entidades públicas).
Dado que la primera vuelta dio al oficialismo nuevamente el control de la Asamblea, el gobierno entrante tiene el desafío de impedir que la economía entre en caída libre y, con ella, la popularidad de Moreno. Correa, desde la sombra, podrá siempre decir, si esto sucede, que la culpa fue de su sucesor, no suya.
5 Correísmo: ¿Adiós o hasta luego?
No sabe nadie si Lenín Moreno se independizará de Correa -y por tanto si independizará su gestión de gobierno del populismo en su doble vertiente, la asistencial y la autoritaria-, o si esto le resultará imposible. No olvidemos que gran parte de la Asamblea estará compuesta en la siguiente etapa por miembros que están ideológica, pero sobre todo políticamente, enfeudados al Presidente saliente. No se antoja inconcebible un escenario en el que Correa, a través de la mayoría oficialista en la Asamblea, le señale los límites a Moreno cada vez que trate de cruzarlos para superar el sistema heredado (y restablecer un ambiente democrático pleno, por ejemplo en el campo de la independencia judicial y la libertad de prensa, dos instituciones que han sufrido terribles agresiones y manipulaciones en estos años, como lo evidencian informes de tantos organismos dentro y fuera del país).
Ecuador necesita restablecer una convivencia civilizada después del zafarrancho de combate que han sido estos últimos 10 años. Para ello, un cierto nivel de entendimiento entre Moreno y la oposición es indispensable. Ello sólo es imaginable si el nuevo Presidente modifica aspectos sustanciales de la herencia recibida, tanto en lo institucional como en lo económico. ¿Se atreverá? ¿Lo dejarán?
Si no lo intenta -y, por supuesto, si no lo logra-, esa mitad del país que se volcó con Lasso crecerá hasta ser una mayoría opositora masiva, pues nada hacer prever, bajo el actual sistema y dado el contexto mundial, una gran recuperación económica. Esto último daría, por supuesto, a Moreno un respiro y, especialmente, un margen de maniobra fiscal, pero no es dable. Por tanto, sólo le quedan dos opciones: ir al suicidio político preservando la herencia para no desatar las iras de Correa, o aceptar que distanciarse de su antecesor, aunque no lo diga abiertamente, es el precio a pagar para su propia supervivencia. Si acepta lo último, habrá empezado en Ecuador una transición… en cámara lenta.
- 23 de julio, 2015
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