Siria: ahora se necesita el plan de acción de Trump
Una cosa es la ligereza de los tuits y otra bien distinta es la responsabilidad de gobernar y tomar decisiones que pueden afectar a toda una nación a mediano plazo.
Hay un largo trecho entre la figura pública que era Donald Trump en 2013 y su papel de jefe de estado cuatro años después. En aquel momento por medio de su cuenta de Twitter se opuso rotundamente a la posibilidad de que el entonces presidente Obama interviniera unilateralmente en Siria por los desmanes del dictador Bashar al Asad. El magnate neoyorquino expresó: “El presidente debe obtener la aprobación del Congreso antes de atacar a Siria. ¡Gran error si no lo hace!”. Hoy, a punto de cumplir sus primeros 100 días en la Casa Blanca, ha hecho lo contrario de lo que le exigía a Obama: sin previo consenso del Congreso dio luz verde a un ataque con misiles contra una base aérea siria.
Si hace seis años, cuando empezó la guerra civil en Siria entre el gobierno y las fuerzas rebeldes, Trump se oponía a una intervención de la administración Obama por considerar que ese conflicto no era asunto de Estados Unidos ni convenía promover la caída de Asad, ahora su visión es diametralmente opuesta, a pesar de que en la campaña electoral abogó por el aislacionismo y hasta hace pocos días –antes de que las fuerzas armadas del gobernante sirio bombardearan con armas químicas a la población civil en la provincia de Idlib– aún defendía una política antiintervencionista en un país donde Rusia e Irán están apoyando logística y militarmente a Asad.
Ahora les toca a Trump y su gabinete elaborar un plan de acción que vaya más allá de un bombardeo estratégico pero insuficiente si el objetivo, tal y como ha afirmado su secretario de Estado, es sacar del poder a Asad
En 2013, cuando el régimen sirio perpetró en las afueras de Damasco una masacre con gas sarín que se cobró más de mil vidas, al entonces ciudadano Trump las espeluznantes imágenes de las mujeres y niños muertos no le bastaron para exigirle a Obama que cumpliera su promesa de tomar acción porque el gobierno de Asad había cruzado la “línea roja” que supuestamente no se iba a tolerar. Un irresoluto Obama consultó al Congreso en busca de aprobación para lanzar un ataque y la mayoría de los republicanos que hoy aplauden este ataque aéreo entonces bloqueó dicha iniciativa.
Ahora el presidente Trump se ha sentido profundamente conmovido por las imágenes de los niños agonizantes y echando espuma por la boca, víctimas de los efectos letales del sarín y el gas nervioso. En el marco de su nueva realidad, sólo tenía sentido un ataque cuanto antes contra un gobierno que “comete crímenes atroces”.
Ha sido una asignatura pendiente de Obama haber hecho más por acorralar a un régimen sanguinario como el de Asad, en un país en el que desafortunadamente la población está atrapada entre un gobierno despótico y unas facciones rebeldes en las que los moderados son minoría y dominan los seguidores del islamismo radical de ISIS. En una de las últimas entrevistas que concedió el hoy ex mandatario antes de abandonar la presidencia, admitió su profunda frustración: cuando se le preguntó acerca de las críticas por no haber hecho lo suficiente, dijo que de todas las malas alternativas que tenía eligió la que a su juicio era la menos mala, al decidirse por no tomar más acciones en un país donde se corría el peligro de suministrar a un puñado de moderados armamento que podía acabar en manos de las guerrillas de ISIS.
Trump, en cambio, sin pensarlo mucho ha resuelto el dilema shakesperiano –intervenir o no, esa es la cuestión– que paralizó a su predecesor. Ahora les toca a él y su gabinete elaborar un plan de acción que vaya más allá de un bombardeo estratégico pero insuficiente si el objetivo, tal y como ha afirmado su secretario de Estado, es sacar del poder a Asad, pues esta administración está resuelta a no permitir que se crucen las líneas rojas que el gobernante sirio pisoteó frente a la inercia de Obama. Sin duda, en este difícil camino que ha emprendido Trump será vital poner de su parte a un amigo, Vladimir Putin, que a su vez es aliado y cómplice de Asad.
Cuando Obama respondió sobre el dilema sirio poco antes de abandonar la Casa Blanca, era evidente que se llevaba consigo el peso de su promesa incumplida. La línea roja. Una lluvia de gas sobre niños moribundos. La sombra de Vietnam y años después el pantano militar en Irak y Afganistán. La peliaguda decisión de intervenir mucho, poco o casi nada en un avispero. Hondas inquietudes filosóficas y estratégicas que no se plantean en los reality shows ni se dirimen con tuits categóricos. Eso ya lo sabe el presidente Trump porque el problema sirio ahora es asunto suyo.
©FIRMAS PRESS
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