“El mal se hace todo junto, y el bien se administra de a poco”
Si se considera la teoría ortodoxa, el enfoque que matiza el modelo de gasto autónomo y política fiscal ―como determinante de la demanda agregada y la renta de equilibrio― se complementa con los instrumentos que utiliza la política monetaria: cantidad de dinero y tipos de interés. Al utilizar dichos argumentos, el Banco Central y la política monetaria al menos reciben tanta atención como la política fiscal. Precisamente, el rol de la institución monetaria es lo que ha monopolizado el interés de los analistas económicos de Argentina, y su presidente, Federico Sturzenegger, se ha convertido en el principal foco de las críticas desde dentro y fuera de la alianza Cambiemos.
Lo que sucede es que con un tipo de cambio estancado y/o una leve tendencia hacia la baja producto del ingreso de divisas (debido al creciente endeudamiento destinado a financiar obras de infraestructura y de otra índole, en todos los niveles de gobierno), las principales objeciones se dirigen hacia al Banco Central y hacia sus políticas vinculadas con la tasa de interés de referencia fuertemente restrictiva.
Visto el escenario como un todo, la institución monetaria enfrenta una lucha desigual y perdida de antemano: el frente fiscal —el cual se encuentra fuera del ámbito de competencia del banquero central―. Tales expresiones pueden corroborarse en las propias palabras del titular del banco de bancos, Sturzenegger, durante la conferencia que brindó en Bloomberg Argentina Summit 2016, al momento de cumplir 100 días al frente de la entidad: “De cualquier manera, como ustedes saben, no hay posibilidad de un régimen monetario estable si no viene acompañado de una política fiscal que permita a la autoridad monetaria concentrarse en su trabajo de estabilización nominal. Esto no requiere de mucho análisis y es un prerrequisito básico para un país con baja inflación.” Sin embargo, como es natural, eventualmente, no sería la primera vez que el rol del funcionario político domeña a la labor profesional.
En este contexto, en el que se entremezclan intereses y egos (ocasionalmente exacerbados por defender una reputación personal), la prioridad absoluta de la autoridad monetaria es inducir a la baja sistemática y sostenida de la inflación a como dé lugar; objetivo al que habrá de llegarse manipulando el indicador a niveles similares a los que exhiben las economías que manejan su política monetaria bajo esquemas de metas de inflación. Pues, a pesar de las inconsistencia fiscal, se persiste en el logro de una moneda confiable y de poder de compra estable como el principal aporte que el Banco Central puede hacer para favorecer el cumplimiento de los otros objetivos que le manda su Carta Orgánica.
Con el claro objetivo de velar por la estabilidad monetaria, se trata de torcer la responsabilidad que ha sido deliberadamente desatendida por la administración anterior. Es decir, se pasó de un Banco central que podía hacer casi de todo, menos su función específica, a un banco que se piensa que “no puede hacer casi nada” excepto bajar la inflación.
El riguroso esquema de control de la tasa de interés y fuerte contracción monetaria implementada por la actual gestión ha sido responsable de que el traslado a precios proveniente del movimiento cambiario (el denominado coeficiente de traslado o pass through) haya sido reducido y capaz de sojuzgar la evolución de la divisa norteamericana, frente a los precios domésticos, a lo largo de todo el presente mandato. Pero hay un corolario más fiero, la composición de la demanda agregada entre el gasto de consumo y el gasto de inversión se ha visto trastocada por el tipo de interés, y, como se ve cotidianamente en Argentina, sostener el gasto público se lleva a cabo a expensas de la inversión privada.
Por su parte Dujovne, Ministro de Hacienda, deposita su optimismo en una mirada que supone al problema fiscal como una diferencia lineal entre el déficit efectivo y el déficit estructural. La parte que falta para levantar las cargas del Estado y se conoce como déficit efectivo difiere del homónimo estructural en un componente cíclico, ya que refiere a aquella parte del déficit que se produce simplemente porque la economía no se encuentra en un alto nivel de empleo. Justo, lo que caracteriza al déficit estructural de pleno empleo, ajustado cíclicamente o de alto nivel de empleo.
Las diferencias se producen porque tanto los ingresos públicos como los gastos responden sistemáticamente a los ciclos económicos. Dados unos tipos impositivos que el ministro no está dispuesto a modificar, se espera que los aumentos del nivel de renta generen ingresos mayores y, como consecuencia de ello, disminuya el peso relativo de los gastos en el erario público. Todo un largo peregrinar de futuro incierto sesgado al único estímulo capaz de generar crecimiento genuino: las añoradas inversiones.
Aquí, resulta procedente el adagio de que para muestra basta un botón. La firma Amazon, el gigante del comercio electrónico, que planea instalar start-ups en la región consideró a Buenos Aires como una oportunidad de inversión. Sin embargo, cuando los ejecutivos de la empresa advirtieron que de cada 100 dólares invertidos el 40% se iban en impuestos y trámites burocráticos, se entrevistaron con la subsecretaria de Políticas y Gestión de la PyME, Carolina Castro, y corroboradas las medidas impositivas decidieron llevarse el proyecto de empresas emergentes a Chile.
Tal vez, sea este el momento de advertir a Dujovne para que lea la obra de Maquiavelo, El Príncipe, o, simplemente, contarle al ministro lo que dice el autor: “El mal se hace todo junto, y el bien se administra de a poco”.
El autor es Doctor en Economía.
- 23 de enero, 2009
- 23 de diciembre, 2024
- 24 de diciembre, 2024
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