Una teoría sobre las ruinas de las grandes civilizaciones
Las ruinas son una visión común en nuestro entorno. La mayor parte de las ruinas que observamos tienen una fácil explicación teórica: el edificio del que derivan dejó de ser útil para el propietario, en el sentido de que los costes de su mantenimiento superaban los beneficios que de él se podían obtener, por ejemplo, por la tecnología haber dejado obsoletas las instalaciones. Al observar estas ruinas, uno entiende, o al menos puede imaginarse, por qué la instalación dejó de utilizarse.
Sin embargo, en otros momentos históricos, o incluso en la actualidad en áreas de pocos recursos, es posible que la gente conviva con ruinas de instalaciones mejores objetivamente que las que actualmente utilizan, y cuyo origen ni siquiera son capaces de imaginar. Algo así, les ocurriría a los aztecas con las ruinas de Teotihuacán, o debió de pasar a muchos habitantes de Europa occidental después de la caída del imperio romano, o puede que les ocurra ahora a muyos camboyanos al ver las ruinas de Angkor. Al respecto, resulta muy ilustrativa la serie de novelas “El último Reino”, de Bernard Cornwell, que también tiene una serie televisiva. En efecto, en estas novelas es constante la presencia de ruinas romanas que muestran una tecnología mucho más avanzada, y unas ventajas de uso muy superiores, a las que les habilita la tecnología del momento, ello varios siglos tras la desaparición del imperio (las novelas ocurren en los años 800-900).
¿Cómo es que cayeron en ruinas tan valiosas infraestructuras, hasta el punto de quedar inutilizadas, e incluso perderse la tecnología que las construyó? Lo relevante de estas ruinas, contrariamente a lo que ocurre con las citadas al principio del artículo, es que su abandono parece inexplicable desde la perspectiva de la gente que las hereda. Siendo sus prestaciones mucho mejores que las que en ese momento se conocen, la explicación se suele resumir en que la civilización colapsó, como si de repente hubieran desaparecido, digamos, todos los romanos y con ellos sus conocimientos.
En mi opinión, el flujo explicativo es precisamente el contrario: si somos capaces de entender las razones que llevaron al abandono de estas instalaciones, comprenderemos por qué se produjo el colapso de esa civilización.
Pongámonos en situación: imaginemos esos activos operando normalmente, sea cual sea su uso. Una vez instalados, su mantenimiento requiere el consumo de recursos. El mero hecho de haberlos instalado no implica que estén funcionando: ambas son decisiones independientes, aunque es obvio que alguna relación existe. La instalación estará operativa mientras los costes de su mantenimiento sean inferiores a los beneficios que se obtienen de la misma; en esta decisión, no influye para nada el coste inicial de la instalación, que precisamente por eso se denomina coste hundido. Eso sí, es de suponer que el emprendedor que ha realizado la inversión inicial habrá tenido en cuenta los costes esperados de su mantenimiento y operación antes de “hundir” la inversión.
Así pues, el conjunto de instalaciones conformando la ciudad de la civilización colapsada se han construido en unas condiciones en que los propietarios esperaban obtener unos beneficios (no necesariamente monetarios) superiores a los costes de su mantenimiento. Sin embargo, en algún momento se empezaron a reducir las rentas reales que dichos propietarios obtenían, hasta el punto de que el balance coste-beneficio cambió de signo. No se olvide que al reducirse la renta real aumenta el valor de cada unidad marginal de la misma, por lo que el coste de mantenimiento crece en términos subjetivos, y puede llegar a superar los beneficios esperados, incluso si la utilidad del bien no se ha reducido.
En otras palabras, el activo sigue siendo valioso por su utilidad, lo que ocurre es que ya no se puede mantener. Hay que bajar el nivel de vida, por lo menos de momento.
¿Qué ocurre con los artesanos expertos en la construcción y mantenimiento de los bienes así afectados? Si el fenómeno de caída de rentas es aislado, poco se resentirá su actividad. Pero si es generalizado, entonces poco a poco se van viendo sin trabajo. Nadie puede acudir a sus servicios, pero ellos siguen teniendo que comer cada día. Lo normal, por tanto, es que comiencen a dedicarse a otras tareas, paulatinamente cada vez más diferentes de las de mantenimiento de los bienes abandonados.
Es evidente que eso hace que se pierda el conocimiento específico y sobre todo su práctica. En una, o a lo sumo dos generaciones (¿qué padre enseñará a su hijo un oficio del que no puede vivir, qué hijo estará interesado en aprenderlo?), nadie estará en condiciones de realizar el mantenimiento de las instalaciones abandonadas. En poco tiempo, la ruina se habrá consumado, y la mera presencia de la construcción parecerá imposible de explicar (por ejemplo, las estatuas de la isla de Pascua), y se tendrá a los “antiguos” como verdaderos dioses.
Como se acaba de decir, la causa de estos fenómenos parece ser el empobrecimiento generalizado de los “antiguos” y la gradual imposibilidad de mantener su nivel de vida, y no el colapso de su civilización. Más bien se podría decir que la civilización colapsó debido a tal empobrecimiento.
Indagar en las causas de tal empobrecimiento es necesariamente un ejercicio más específico y dependiente de las ruinas/civilización que se quiera analizar. Sin embargo, hay un aspecto fundamental para tal análisis en la teoría recién enunciada: el empobrecimiento ha de ser generalizado. El empobrecimiento individual no puede explicar tales ruinas, pues en este caso las instalaciones hubieran cambiado de manos, se hubieran mantenido operativas (estamos suponiendo que siguen siendo útiles y con mejores prestaciones) y no hubiera desaparecido el conocimiento tecnológico.
¿Qué puede causar el empobrecimiento generalizado de una sociedad? ¿Qué puede hacer que la mayoría de sus individuos se equivoquen simultáneamente en sus expectativas? Quién responda a estas preguntas habrá encontrado la verdadera causa de las grandes ruinas, y consecuentemente del colapso de las civilizaciones en que se construyeron.
- 28 de diciembre, 2009
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