Trump, 100 días después
Después de una feroz campaña electoral que dejó a Hillary Clinton en la cuneta de la historia, el comienzo del mandato de Donald Trump se vivió entre la extenuación y el estupor. Era la primera vez que llegaba a la presidencia de los Estados Unidos un personaje más a gusto en el hábitat de los reality shows que en los círculos de poder en Washington.
De hecho, durante la campaña uno de sus principales lemas fue que acabaría con las “componendas“ de la clase política tradicional. El magnate neoyorkino se erigía como el outsider que eliminaría la burocracia y el clientelismo político, prometiendo que en sus primeros 100 días pondría en marcha un plan de acción para devolverle a América la grandeza que supuestamente había perdido bajo la administración de Barack Obama. Con su característica jactancia, aseguró que en este periodo pondría en práctica al menos diez de sus principales propuestas. A fin de cuentas, su presidencia sería “la más formidable nunca vista”.
¿Qué ha quedado de estos gestos grandilocuentes? Ya se han cumplido los primeros 100 días que Franklin D. Roosevelt acuñó durante la Gran Depresión como el plazo en el que el mandatario marca el tono y el ritmo de su presidencia. Por lo pronto, Trump se apresuró a invalidar esta tradicional evaluación de un nuevo gobierno. Como era de esperar, lo hizo en Twitter –su herramienta favorita tal vez porque sólo hay que emplear 140 caracteres para esbozar un pensamiento– calificándola de un “estándar ridículo”.
El plan de los 100 días que Roosevelt introdujo en 1933 es discutible, pero lo que sin duda no lo es el histórico índice de impopularidad que Trump enfrenta desde que desembarcó hace apenas tres meses en Washington acompañado de un gabinete con el “coeficiente intelectual más alto jamás visto”. Cien días después, el 41% de índice medio de aprobación del mandatario es el más bajo desde que se hace esta medición. Algunas de sus causas bandera como obligar a México a pagar el Muro, prohibirles la entrada a viajeros de países mayoritariamente musulmanes, bloquear fondos federales a las ciudades santuario y eliminar la cobertura médica conocida como Obamacare, por ahora son victorias pendientes. No obstante, consiguió la aprobación en el Senado de un juez conservador a la Corte Suprema, Neil Gorsuch, y ha logrado una reducción sustancial del número de inmigrantes que ingresan por la frontera.
Aunque Trump se aferra a su estilo enfático y ocupa su tiempo en lanzar tuits beligerantes, su ímpetu avasallador de CEO habituado a no rendirle cuentas a nadie se ha atenuado. Al final, este nuevo presidente que iba a hacer saltar por los aires el establishment choca a diario con la dura realidad de gobernar, que consiste en alcanzar consensos incluso con los enemigos.
En su nuevo papel Trump no es el dueño y señor de una empresa familiar, sino un funcionario público que ha sido elegido para servir los intereses de la mayoría de los estadounidenses y no los suyos. Por eso, aunque la estela de reality show es una impronta de esta inusual presidencia, 100 días después sigue desconcertando a la opinión pública los intereses empresariales de una familia que parece beneficiarse de la inevitable proyección que conlleva pasar de la Torre Trump a la Casa Blanca.
A pesar de contar con un congreso mayoritariamente republicano, hasta ahora Donald Trump no ha podido cumplir sus diez promesas. Con su mensaje populista, el presidente aseguró que de un plumazo “drenaría” el “pantano” que es Washington, pero él y su equipo hoy se mueven pesadamente en el cenagal de sus políticas. Una cosa era el Show de Trump. Otra bien distinta es el Show de Washington, donde 100 días pesan mucho más que los veinte años del tango de Gardel.
©FIRMAS PRESS
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