Francia: ¿El rompeolas del populismo?
Las elecciones de hoy en Francia serán seguidas por medio mundo con un interés que no habrían suscitado en otras circunstancias. Aunque se trate de la quinta economía del mundo (otra vez, gracias a la caída de la libra esterlina, su PIB supera al británico por poco), sus elecciones no suelen excitar a las conciencias de otros países. Esta vez, sí.
La posibilidad de que la extrema derecha ganara los comicios en un país medular de la Unión Europea y confirmara el ascenso del populismo nacionalista en el mundo desarrollado los convirtió en un asunto interno para otros países. Aunque ese riesgo parece conjurado por la sólida ventaja con la que llega Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen al balotaje de hoy, existen dudas sobre el margen de su victoria. En líneas generales, hay incertidumbre por la recomposición política e ideológica que el peso de la extrema derecha y del populismo nacionalista pueda provocar en los próximos años en un país que en la primera vuelta, hace pocas semanas, humilló a sus dos partidos tradicionales dejándolos fuera de la recta final.
Propongo estas aproximaciones a lo que está sucediendo en Francia:
1 ¿Por qué es tan peligrosa Marine Le Pen?
Porque ha logrado, en apenas seis años, desde que en 2011 se hizo con la jefatura del Frente Nacional, convertir en parte del paisaje natural de la política francesa y europea a una fuerza que antes era marginal aun si lograba, en ciertos comicios, un 15% de la votación.
El partido fue fundado por su padre, un ex paracaidista que sirvió en la guerra de Argelia, junto con otros nacionalistas de extrema derecha que apenas ocultaban su antisemitismo y su xenofobia, y que eran parte del discurso revisionista, por no decir negacionista, sobre el Holocausto. Cuando ella tomó las riendas, diseñó una estrategia de “dédiabolisation” (sí, “desdemonización”). Como la abogada que es, amenazó con llevar a los tribunales a todo aquel que vinculara al partido con el fascismo y el antisemitismo, e inició un acercamiento a sectores de izquierda que compartían con el Frente Nacional su miedo o resentimiento contra la globalización, la Unión Europea y el euro, y que veían en la inmigración una competencia desleal para los trabajadores poco cualificados.
A sus 49 años, Marine Le Pen ha logrado en parte su cometido. Consiguió ponerse a la cabeza de los sondeos de cara a estos comicios durante mucho tiempo. Su discurso contra Europa, la OTAN, la globalización y la inmigración calzó con un sector de franceses que no estaban, en principio, en la misma longitud de honda que el Frente Nacional ni compartían sus raíces militaristas y extremistas.
No obtuvo el primer lugar en la primera vuelta electoral, pero con el 21,3% alcanzó la mayor votación de la historia de su partido y quedó a menos de tres puntos de Macron, el muy joven ex ministro de Economía del gobierno socialista de François Hollande. Su voto hubiese sido mayor si el líder de la extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon, no hubiese experimentado un ascenso meteórico en las últimas semanas de la campaña con un discurso muy parecido al de Le Pen.
2 ¿Por qué Francia presta oídos al populismo nacionalista?
Una razón tiene que ver con el estancamiento económico del país. Francia no crece significativamente desde hace muchos años, en gran parte porque padece el sistema más estatista de la Unión Europea: el Estado consume cerca del 57% de la riqueza, las leyes laborales son de un rigidez asfixiante (por lo cual el desempleo está perennemente en dos dígitos y el de los jóvenes supera el 25%) y las cargas sociales que soportan las empresas, incluidas las pequeñas y medianas, hacen difícil el proceso de creación de riqueza (por cada euro que se paga al empleado se entrega medio euro el gobierno).
Este aparato confiscatorio, sumado al gran éxito de algunas empresas multinacionales de origen francés que generaron riqueza, permitió financiar, durante buen tiempo, una red de servicios estatales y prestaciones sociales que está entre las más generosas del mundo. Pero, en un momento dado, el sistema empezó a lesionar la capacidad de crecer de la economía francesa. Se disparó el déficit fiscal, se abultó la deuda pública (que ya bordea el equivalente al tamaño total de la economía) y los “derechos” que los franceses daban por sentados empezaron a peligrar.
Los culpables de siempre -los inmigrantes, la competencia europea, la globalización liberal- no tardaron en hacer su aparición. La responsabilidad no recaía en el sistema estatista sino la decadencia de la nación provocada por fuerzas internacionales que penetraban en el tejido social francés con la intención de acabar con la identidad de ese país. Francia empezó a hablar de su propio declive (el diccionario Larousse incorporó el año pasado la palabra “déclinisme”).
Este discurso era de izquierda en un principio, pero el nacionalismo de derecha lo hizo suyo, en parte porque calzaba con su visión proteccionista de Francia. Así, aunque la extrema derecha y la extrema izquierda se considerasen enemigos ideológicos, compartían una visión antimoderna en sintonía con muchos franceses asustados por las dislocaciones y transformaciones, tanto económicas como sociológicas, que un mundo más abierto y unas fronteras más porosas provocaban.
3 ¿Por qué Macron?
Porque su figura llenó un vacío en el momento más oportuno. Aunque fue secretario privado y luego ministro de Hollande, el impopular mandatario socialista, nunca se lo percibió como un hombre cercano al Elíseo. Ex banquero de inversión independiente, Macron había participado en la rectificación que Hollande se había visto obligado a emprender tras el fracaso de sus medidas iniciales. Corría el riesgo de ser responsabilizado por el liberalismo explotador que según los populistas de izquierda y derecha Hollande había finalmente adoptado. Supo salirse del gobierno a tiempo para evitar el desgaste y fundar su propio partido, “En Marcha”, con el cual se lanzó a la primera aventura electoral de su vida.
A las fuerzas de centroizquierda y centroderecha esto les produjo un drama: la popularidad de la que Macron gozó desde el principio era proporcional al descrédito en el que tanto los “republicanos” (el Partido Conservador) como los socialistas habían caído a ojos de un electorado que daba -para variar- señales de hartazgo con su clase política. Pero en cierta forma Macron fue su salvación, ya que, de no haber irrumpido en aquel momento, la primera vuelta se la hubiera llevado Le Pen, que encabezaba los sondeos desde el año pasado, probablemente seguida de Mélenchon, el candidato de la extrema izquierda. Francia se habría visto ante la disyuntiva, en la segunda vuelta, de optar entre la extrema derecha y la extrema izquierda.
Lo que acabó sucediendo, más bien, es que Macron se colocó en primer lugar, Le Pen pasó al segundo, y los partidos tradicionales, muy disminuidos, quedaron fuera, como lo hizo, con una votación nada desdeñable, Mélenchon. La Francia moderada, la Francia “liberal”, logró colar un pie en el balotaje gracias a que Macron supo salirse a tiempo del gobierno de Hollande (traicionándolo, según dijeron muchos socialistas en su momento).
Lo que Macron propone -no sólo defender la globalización y Europa, y aplicar una política prudente frente a la inmigración, sino desmontar parcialmente el andamiaje estatista que lastra a Francia-suena razonable. Pero no nos engañemos: la razón por la que hoy ganará los comicios, no sabemos aún si por el margen amplísimo que vaticinan las encuestas o por otro más estrecho y sorprendente, tiene poco que ver con el liberalismo de Macron. Más bien, se trata del miedo a la extrema derecha, de la asociación que muchos hacen entre Le Pen y Donald Trump, nada querido en Francia, y de la relativa popularidad de la que goza todavía el euro (que Le Pen prometió abolir vía referéndum, aunque, al comprobar el temor mayoritario a abandonar la moneda común, matizó luego su postura).
Los sondeos muestran a la claras que una mayoría de franceses desconfía de la globalización, que responsabiliza al liberalismo antes que al estatismo de la decadencia de su economía y del peligro que corren sus “derechos”, y que incluso frente a Europa tiene más reservas que ilusiones. No es raro, pues, que la suma de Le Pen, Mélenchon y Nicolas Dupont-Aignan (un euroescéptico nacionalista que obtuvo casi 5% en la primera vuelta) bordee el 50%. El populismo que será derrotado hoy en el balotaje representa a una mitad del país por lo menos.
4 ¿Qué pasará después?
Por lo pronto, se vienen otras elecciones decisivas. En junio, Francia celebrará comicios legislativos. En ellos, Macron, cuyo recientísimo partido no tiene hoy un solo parlamentario, deberá obtener un número de escaños significativo si quiere gobernar con un mínimo de solvencia. Ello será sumamente complicado a juzgar por el resultado de la primera vuelta, en la que los primeros cuatro candidatos no quedaron muy alejados unos de otros.
Hay quienes creen que lo mejor que podría sucederle a Francia sería que los “republicanos” obtuviesen la primera mayoría. Acompañados por la bancada que consiga Macron, podrían formar una mayoría que desembocara en una cohabitación entre el presidente y un gabinete de ministros del partido tradicional de la centroderecha. Dado que el socialismo está en mínimos históricos y que la alternativa es la extrema izquierda o la extrema derecha, esta cohabitación entre liberales y conservadores daría solidez al gobierno y, lo que es igual de importante o más, legitimidad a una clase política muy venida a menos. Pero lo cierto es que existe también el riesgo contrario: que los “republicanos” contagien a un eventual Presidente Macron su desprestigio, lo que haría subir como la espuma a los extremistas de izquierda y derecha. Así, Marine Le Pen, desde una oposición tan virulenta como su participación en el único debate que ha sostenido con Macron, podría ir cocinando a fuego lento su victoria presidencial para dentro de cinco años.
Dado este riesgo, lo mejor que puede sucederle a Francia es que Macron, beneficiándose del efecto esperanzador de la victoria si ella se da por un margen importante, coloque una bancada muy numerosa que le permita renovar la política durante el tiempo que le tome hacer las reformas -costosas, impopulares, heroicas- que requiere Francia.
Si Francia se convierte en el (inesperado) rompeolas del populismo nacionalista del mundo desarrollado, no será porque Macron pudo ganar a la hora undécima unos comicios que espeluznaban a medio mundo, sino porque, como presidente, fue capaz de modificar la visión equivocada que todavía tienen demasiados compatriotas suyos sobre su lugar en el mundo. Y eso es más difícil que ganar las elecciones.
- 23 de julio, 2015
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