¿Dios es libertario?
El pasado 17 de mayo, el profesor Jesús Huerta de Soto impartió, en el marco del X Congreso de Economía Austriaca del Instituto Juan de Mariana, una conferencia titulada 'Anarquía, Dios y el Papa Francisco'. En las siguientes líneas procedo a resumir el contenido de la misma.
Huerta de Soto parte de la premisa, a efectos de desarrollar su tesis, de que Dios existe. Se trata de un ser supremo creador por amor de todas las cosas y de todas las criaturas (en ese sentido, el punto de conexión entre Dios y el hombre es la capacidad creativa, que en el hombre se manifiesta en el ámbito empresarial).
El profesor va a tratar de demostrar que Dios es libertario. Libertario es quien ama la libertad, una e indivisible, del ser humano; quien defiende la libertad de empresa, la capacidad creativa del ser humano, el orden espontáneo del mercado y quien aborrece la coacción sistemática y organizada de las agencias monopolistas de la violencia (los Estados: organizaciones ineficientes e inmorales).
¿Y en qué sentido Dios es libertario? Siendo Dios señor de todo el universo, que ha sido creado de la nada por él, y teniendo el poder absoluto sobre la Tierra y el resto del orbe, no utiliza la fuerza, sino que siempre deja en libertad a sus criaturas, incluso la libertad de poder rebelarse contra Él, como es el caso de los ángeles caídos. Y también es el caso de los seres humanos, con la particularidad de que estos son redimidos una y otra vez, pues Dios permite que se vuelvan a levantar.
Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) deja hacer, deja pasar: permite que el mundo que ha creado vaya por sí solo (laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même). Y todo esto a pesar de que los hombres constantemente tientan a Dios para que dé signos claros de su poder supremo para poder creer en Él. Pero Dios no entrar al trapo, porque una conversión resultado de un cataclismo sería algo contrario a esa libertad innata que le caracteriza y que propugna para sus criaturas.
Los zelotes en la época de Jesús clamaban por que se creara un Estado mundial omnipotente, un reino del Mesías que impusiera su poder. ¿Y por qué Jesús no hace llover una lluvia de fuego que arrase con todo y manifieste así la voluntad del supremo creador? Incluso apóstoles como Santiago y Juan caen en la tentación de pedir a Dios que imponga su poder (Lucas 9:52-56):
Y envió mensajeros delante de sí, los cuales fueron y entraron en una aldea de samaritanos, para prevenirle. Pero no le recibieron, porque su apariencia era como de ir a Jerusalén. Y viendo esto sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, y los consuma, así como hizo Elías? Entonces volviéndose Él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea.
Porque Dios es libertario.
Teniendo todo el poder y siendo capaz de establecer el mejor Estado de bienestar que se pueda imaginar, Dios no se deja arrastrar por las peticiones de las multitudes para que creara una sociadad organizada desde arriba (Juan 6:15):
Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo.
Porque Dios es libertario.
Y es que, como respondió Jesús a un funcionario romano, el Reino de Dios no es de este mundo (Juan 18:36):
Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero ahora mi reino no es de aquí.
La interpretación tradicional del “dad a César lo que es de César y a Dios lo Dios” (Lucas 20:25) en el sentido de que hay dos tipos de Estados, el legítimo del mundo y el Estado del más allá de Dios, es incorrecta. Jesús solo estaba ofreciendo, de manera muy inteligente, respuesta a un trampa saducea: no llega a especificar qué es lo que le pertenece al césar (probablemente nada). De hecho, Jesús no llegó a pagar nunca ningún impuesto. En ese sentido, el Reino de Dios se sitúa en las antípodas de los reinos de este mundo (los Estados): jamás utiliza la violencia ni la coacción; no cabe el derramamiento de sangre ni la identificación con forma política alguna so pena de traicionar las enseñanzas de Jesús. Pero es, además, un reino que ya nos ha llegado con la venida de Jesús, un reino concedido graciosamente por misericordia y amor para desmantelar los reinos del mundo, porque Dios es libertario y el hombre está hecho a su imagen y semejanza.
¿Y cuál es el origen de los Estados y reinos del mundo? El Estado es la encarnación del demonio, la correa de transmisión del mal.
El Antiguo testamento nos explica que el Estado surge como un acto deliberado de rebelión del hombre contra Dios (1 Samuel 8:5-8):
Constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones. Pero desagradó a Samuel esta palabra que dijeron: Danos ahora un rey que nos juzgue. Y Samuel oró a Jehová. Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te dijeren: porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos.
Es decir, el Estado aparece como la alternativa al Reino de Dios. Pero Dios es libertario y permite a los israelitas cumplir su deseo de tener un Estado, no sin antes advertir a Samuel para que explique lo siguiente (1 Samuel 8:11-20):
Este será el proceder del rey que hubiere de reinar sobre vosotros: Tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros, y en su gente de a caballo, para que corran delante de sus carros; y elegirá capitanes de mil, y capitanes de cincuenta; y los pondrá a que aren sus campos y recojan sus cosechas, y a que forjen sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Y tomará a vuestras hijas para que sean perfumistas, cocineras y panaderas. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestras simientes y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos, y vuestras siervas, y vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestro rebaño, y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os oirá en aquel día. Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel; antes dijeron: No, sino que habrá rey sobre nosotros: Y nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras.
El objetivo del demonio es destruir la obra de Dios, acabar con el orden espontáneo del universo. Y una de sus principales manifestaciones se encuentra en el Estado (Lucas 4:5-8):
Y le llevó el diablo a un monte alto, y le mostró en un momento de tiempo todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me es entregada, y a quien quiero la doy. Si tú, pues, me adorares, todos serán tuyos. Y respondiendo Jesús, le dijo: Quítate de delante de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás.
Porque Dios es libertario.
El propio papa emérito Benedicto XVI alerta de que la principal amenaza de nuestro tiempo radica precisamente en el endiosamiento de la razón humana, en que mediante la supuesta ingeniería social se pretenda construir aquí y ahora en el mundo, bajo el liderazgo de los gobiernos, el paraíso terrenal gracias a una política estatal fundada científicamente. El gran problema de la humanidad es que hemos convertido al Estado en un becerro de oro al que todos adoran. En ese sentido, el Estado es el verdadero anticristo.
La iglesia católica se torció en el momento en el que se convirtió en iglesia oficial del Estado con el emperador Constantino, cuando declara el domingo fiesta en todo el imperio en honor a los cristianos y establece en el concilio de Nicea que los acuerdos de la iglesia solo serán válidos si son aprobados por el emperador.
A partir de ese conchabamiento de la iglesia y el Estado se entienden todas las atrocidades de la historia atribuidas al cristianismo (cruzadas, inquisición, etc.), porque la iglesia católica, como iglesia ofcial, pasa a ser un instrumento del maligno. Por eso, en palabras de Ratzinger, es vital separar radicalmente ambas instituciones.
Pero más grave todavía es que como la iglesia católica ha sido durante siglos iglesia oficial, han surgido legiones de teólogos tratando de justificar lo injustificable: que el Estado es legítimo.
En definitiva, Dios nos ha dado por amor su Reino, Dios es creador y libertario y la principal amenazada para el Reino de Dios está en el endiosamiento de la razón humana, en la fatal arrogancia socialista, concretamente en los Estados o reinos de este mundo, que encarnan el mal sistemático.
Así, el hilo conductor de nuestra acción en el día a día para agradecer el amor desprendido sobre nosotros debe consistir en dedicar todas nuestras energías a desmantelar los Estados e impulsar el orden espontáneo de Dios, basado en la cooperación voluntaria, siempre con la guía de la ética y la moral.
Y es que un católico ha de ser libertario, partidario de la anarquía de propiedad privada, el estadio superior de civilización que cabe ser concebido: la plasmación del Reino de Dios, en la medida de lo posible, aquí en la tierra.
- 23 de julio, 2015
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