La mano rebelde de Melania
La mano de Melania Trump es autónoma y va a su aire. Desde luego, si la Primera Dama tiene deseos rebeldes, los expresa por medio de esta extremidad díscola que parece decirlo todo con gestos breves pero firmes.
Desde que Donald Trump asumió la presidencia, han llamado la atención las instantáneas en las que la pareja parece vivir en un permanente desencuentro. Un gélido compás. Una evidente falta de sintonía en los desfiles, en las escalerillas de los aviones, en las comparecencias oficiales. No hay manera de sorprenderlos fundidos en un abrazo, regalándose una carantoña o robando una mirada de complicidad en medio del escrutinio de las cámaras. Sencillamente, parecen ser los protagonistas de una de esas crueles películas de Bergman en las que las escenas de un matrimonio eran un purgatorio de incomunicación y frialdad.
Bien, en su primera gira por el extranjero Melania no se ha molestado en ocultar su desapego. En Israel, delante del matrimonio Netanyahu, se atrevió a propinarle un ligero pero enérgico manotazo a su cónyuge cuando éste intentó aprisionar al vuelo su mano. Y unas horas después, a su llegada a Roma, volvió a evitar la mano de su marido, apresurándose a arreglarse el pelo con tal de no bajar las escaleras del Air Force One amarraditos los dos, como en la famosa canción de María Dolores Pradera. En la cuarta parada del viaje, que era Bruselas, Trump ya ni lo intentó y cada cual descendió de la aeronave por su lado, sin dirigirse la mirada y sin disimulos de pareja feliz. Finalmente –quizás para evitar otra imagen viral en las redes sociales– en Taormina el matrimonio apareció agarrado de manos.
Poco se sabe de la Primera Dama. A diferencia de sus antecesoras, por ahora permanece en su domicilio, que es la lujosa Trump Tower en Nueva York, y apenas se deja ver en la menos opulenta Casa Blanca. Pero sí sabemos que se ocupa con cariño y entrega de su único hijo y que esboza una tímida sonrisa cuando se siente a gusto, tal y como lo ha demostrado leyéndoles libros a los niños en el jardín de la Casa Blanca o en presencia del papa Francisco.
Ahora bien, los vídeos en cámara lenta y las fotos magnificadas dejan al descubierto que si bien Melania es de pocas palabras, ante la cercanía de su esposo su mano es como una clave Morse que emite señales inequívocas de extrañamiento y abismos insalvables. Su mano baila sola y articula lo que sus finos labios no pronuncian.
El lenguaje de las manos es esencial en el amor y en el desamor. Unas manos acogedoras son las que se enredaban entre George W. Bush y su esposa Laura. Los Carter entrelazaban las suyas con castidad religiosa. Los Reagan con devoción de romance incombustible. Los Clinton con las heridas abiertas del perdón. Los Obama con la complicidad de amantes. Pero las manos del matrimonio Trump se evitan a todas horas y rara vez se rozan.
Melania cuida al máximo su vestimenta y sube y baja de los aviones con la exquisitez de una maniquí. Se pone mantilla ante el jefe de la Iglesia católica si así lo exige la etiqueta; en Arabia Saudita luce vestidos recatados; y en la bella localidad italiana de Taormina emula la sofisticación chic de una Jackie Kennedy. Es una primera Dama perfecta y dispuesta a seguir el encorsetado protocolo de su vida pública. No obstante, no tiene intención de domesticar esa mano insumisa que parece seguir los dictados de su corazón esloveno. La mano de Melania tiene vida propia y habla por sí misma.
©FIRMAS PRESS
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