Estados Unidos y Cuba, una política de ida y vuelta
Desde que los hermanos Fidel y Raúl Castro tomaron el poder en 1959, diversas administraciones demócratas y republicanas han pasado por la Casa Blanca.
En el vaivén histórico de una guerra fría que durante años fue cruenta, por momentos templada y hasta pareció derretirse con el apretón de manos de Barack Obama y Raúl en la Cumbre de Panamá celebrada en 2015, ahora, bajo la administración de Donald Trump, aparentemente se recupera la línea dura y con el espíritu de desmontar una de las prioridades de su antecesor, que era pasar a la historia como el presidente que tendió puentes con el castrismo para promover la democracia en Cuba.
Trump ha visitado Miami, la capital de la diáspora cubana, para reiterarle a un sector del exilio que cumple con una promesa de campaña que hizo en esta misma ciudad ante la Brigada 2506, compuesta por veteranos de guerra de Bahía de Cochinos que en 1961 arriesgaron sus vidas en una incursión a la isla, alentada y financiada por el gobierno de John F. Kennedy antes de que éste los abandonara a su suerte y perdieran toda esperanza de liberar a su país de un sistema comunista que ha sobrevivido a muchos de ellos.
El pasado mes de octubre Trump les dijo a estos hombres que hoy ya son ancianos que revertiría la política de Obama hacia Cuba, calificándola de un “muy mal negocio”. Ocho meses después, ya en calidad de presidente que contó con los votos de los exiliados que no le perdonaron a Obama sus “concesiones” al régimen cubano, el actual mandatario ha asegurado en el corazón de la Pequeña Habana y rodeado de activistas que durante años han luchado por un cambio en la isla, que ahora los cubanos están más cerca de lograr esa libertad que parece inalcanzable.
En realidad el anuncio del presidente dista mucho de ser una ruptura total con las medidas de su predecesor. Aspectos vitales para los cubanos de una y otra orilla como los viajes familiares y los envíos de remesas siguen en pie; el embargo se mantiene, ya que solo el Congreso puede revocarlo; y las relaciones diplomáticas que reestableció la anterior administración están vigentes y con las embajadas operativas.
Los cambios más significativos tienen que ver con la intención de restringir cualquier tipo de transacción comercial que beneficie al conglomerado de empresas militares que controla el gobierno castrista por medio del Grupo de Administración Empresarial, SA (GAESA), que también tiene una rama dedicada al turismo bajo la entidad empresarial conocida como Gaviota. También habrá mayores restricciones para los estadounidenses que deseen viajar a Cuba, aunque los vuelos y cruceros comerciales no corren peligro de ser eliminados.
En suma, Trump, quien ha seguido las directrices del senador Marco Rubio y el representante por Miami Mario Díaz Balart –dos políticos muy influyentes en la comunidad cubana que lo acompañaron este viernes– dice a su manera y con sus matices particulares lo que sucesivas administraciones de un signo u otro han prometido a los exiliados: que más pronto que tarde Cuba será libre; que el objetivo es fomentar la autonomía de la sociedad civil y socavar a la dictadura; y que urge denunciar la sistemática violación de los derechos humanos en Cuba.
Ningún exilio es monolítico y el cubano no es una excepción. Al cabo de más de medio siglo de destierro y con más lazos dentro que fuera de la isla, hoy más que nunca los cubanoamericanos están divididos a la hora plantearse cuál es el mejor modo para propiciar una transición. Según datos de una encuesta que en 2016 publicó Florida Internacional University, en el condado Miami Dade 63% estaba en contra del embargo y un 57% apoyaba ampliar relaciones comerciales con Cuba.
Obama abandonó la Casa Blanca seguro de que su política de deshielo era la kryptonita contra un régimen inmutable, pero antes dijo abiertamente en La Habana que los cambios solo serían posibles si el castrismo impulsaba la transición. Ahora Trump proclama en Miami que este es el puntillazo definitivo para acabar con una «ideología depravada». En Estados Unidos los tiempos cambian y los presidentes van y vienen. En la isla Raúl ultima su jubilación y el relevo mientras los cubanos sólo tienen la certeza de que la benefactora política de “pies secos, pies mojados”, que para tantos ha sido la senda para un futuro mejor, ya es cosa del pasado. Obama la eliminó y su sucesor no se las devolverá.
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