El estallido del populismo
El Manifiesto del Partido Comunista, redactado en 1848 por Marx y Engels, comenzaba de manera lapidaria: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. En nuestros días parece que un fantasma equiparable, el populismo, se ha lanzado a la conquista del mundo, no limitándose en esta ocasión al espacio europeo sino que se trata de un movimiento de proyecciones mucho más amplias y repercusiones igualmente peligrosas.
Ésta es al menos la advertencia principal que Mario Vargas Llosa, prologuista del libro, y el conjunto de conocidísimos autores, encabezados por su hijo Álvaro, coordinador del volumen, pretenden lanzar a sus lectores. A semejanza del Manifiesto Comunista el comienzo de esta obra también es contundente y polémico: “El comunismo ya no es el enemigo principal de la democracia liberal -de la libertad-, sino el populismo”.
Con el propósito de llamar la atención sobre la importancia del fenómeno, a la vez que iniciar un combate dialéctico en defensa de la democracia representativa, el libro está plagado de afirmaciones similares, entre ellas la siguiente: “El populismo no es exactamente una ideología, sino un método para alcanzar el poder y mantenerse en él”. Por eso también se pone el acento en algunas declaraciones, como las de Daniel Ortega cuando afirma que la democracia y el pluripartidismo solo sirven para dividir a los pueblos y son producto de la dominación imperialista.
Ahora bien, mientras el comunismo era un movimiento relativamente homogéneo desde una perspectiva política, ideológica e incluso organizativa, el populismo es mucho más heterogéneo. Pese a ello encontramos algunos rasgos comunes, como los que parten del bolivarianismo chavista (con fuerte influencia peronista y castrista) en América Latina o del populismo xenófobo en Europa. Al mismo tiempo es evidente que existen grandes diferencias entre las diversas manifestaciones tipológicas, comenzando por Estados Unidos.
La idea de la existencia de una grave amenaza preside los distintos capítulos de un texto que se ocupa no solo de América Latina (pese a ser, con todo, la parte más extensa), sino también de Estados Unidos (Trump mediante) y de Europa. Ahora bien, el consenso existente es que la nueva oleada de populismos que recorre el mundo tiene su claro origen en América Latina y, más especialmente, en el populismo bolivariano, que pese a sus falencias y limitaciones pretende autoclasificarse en el campo de la izquierda.
Sin embargo, Vargas Llosa nos advierte que el populismo no es una ideología sino una epidemia viral (“en el sentido más tóxico de la palabra”) y que sus manifestaciones pueden golpear tanto a diestra como a siniestra. Al ser cierto, como admiten los autores, que definir de un modo preciso al populismo es una tarea imposible, se decide partir de un conjunto de elementos que, al menos, permite categorizar a su objeto de estudio.
Quien más claramente realiza este ejercicio es Carlos Alberto Montaner que aplica un decálogo de características, elaborado por Jan-Werner Müller, para presentarnos los diez rasgos populistas de la Revolución Cubana. El intento revisionista del autor plantea unas cuantas dudas, pese a los evidentes rasgos populistas que han acompañado a la Revolución Cubana y a su máximo líder, Fidel Castro, definido muy certeramente como “el último rey católico” por el historiador italiano Loris Zanatta.
Dada la naturaleza elusiva del populismo, y su carácter polisémico, el intento de globalizar sus manifestaciones y presentarlas como un producto global de características similares provoca algunas prevenciones. También ciertas insatisfacciones, como la falta de argumentos sólidos para explicar por qué no triunfó el populismo en Uruguay o en el Brasil de Lula. Una mirada mucho más atenta a la solidez de las instituciones políticas y a la conformación del sistema de partidos hubiera dado respuestas más consistentes que la mera determinación de un líder.
A esto se suma un desigual tratamiento de los casos analizados, más profundos y sutiles unos, muchos más descriptivos otros, producto de la gran heterogeneidad de los autores. Por ejemplo, el capítulo de Enrique Krauze, sobre López Obrador, pese a ser de 2006, o el de Sergio Ramírez, sobre Daniel Ortega y el sandinismo nicaragüense, son dignos de ser mencionados, en un conjunto de 16 trabajos que valen la pena leer pese a las discrepancias que pueden surgir de una lectura atenta.
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