A Liu Xiaobo antes del olvido

El Nuevo Herald

Era la crónica de una muerte anunciada y auspiciada por el cruel gobierno chino. Su disidente más incómodo y célebre pasaba de la prisión al camastro de un hospital estatal, donde murió el pasado jueves como un perro apaleado.

Así es como el premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo fue tratado en el presidio político tras ser condenado en 2009 a 11 años de cárcel por supuestos “actos subversivos”. Xiaobo ya no podrá recoger su galardón en Noruega, ni sentarse en la silla vacía que el comité del Nobel le reservó el día de la ceremonia a la que el gobierno del dictador Xi Jinping le prohibió asistir.

Hoy el más famoso activista chino pro derechos humanos finalmente descansa en paz tras sufrir años de atropellos, golpizas y aislamiento bajo las condiciones infrahumanas que padecen los disidentes encarcelados. Son los tiempos de una China comunista que convive hipócritamente con un sistema de capitalismo controlado por el estado que hace las delicias de los turistas que van de compras a Shangai y Pekín.

Ni siquiera cuando Xiaobo agonizaba en el hospital por un cáncer de hígado que en la cárcel fue ignorado por sus carceleros, los jefes de estado que recientemente se reunieron en la Cumbre del G-20 celebrada en Alemania no tuvieron la decencia de condenar públicamente a Jinping. El reconocido disidente y su esposa, la poeta y activista Liu Xia, habían manifestado su deseo de viajar al extranjero, tal vez con la esperanza de que el Nobel pasara sus últimos días en un sitio más acogedor que el país donde la pareja fue acosada sistemáticamente por el implacable sistema comunista.

El director de cine Milos Forman dijo del recordado Vaclav Havel que su vida, marcada por la lucha a favor de la democracia en la antigua Checoslovaquia, fue un símbolo del libre pensamiento. Lo mismo puede decirse de Xiaobo, hijo de un profesor universitario comunista que pudo haber llevado una existencia plácida junto al poder, pero eligió el difícil camino de la libertad. 

Desde el principio Xioabo destacó por sus cuestionamientos ideológicos en el ámbito intelectual y cuando estallaron las manifestaciones pacíficas de los estudiantes en 1989, su papel fue fundamental en brindarles apoyo a la vez que los guiaba para impedir que murieran a manos de las fuerzas represivas. Cuando el gobierno desató la masacre allí estuvo él, asistiendo a los cientos de jóvenes que arriesgaron o perdieron sus vidas, víctimas de un crimen de estado que hasta el día de hoy ha permanecido impune. Tanto, que Xi Jianping puede ser agasajado con honores por el presidente Trump en Mar-a Lago o codearse con las democracias de Occidente sin ser repudiado.

Después de la gesta de Tiananmen el calvario de Xiaobo se intensificó. Cuando éste impulsó el manifiesto Carta 08, reuniendo más de 300 firmas de figuras prominentes para promover un cambio hacia la democracia y convirtiéndose en el rostro más visible de la disidencia, el régimen montó una de sus farsas judiciales y lo encerró, mientras su esposa permaneció bajo arresto domiciliario sin cargos.

Nunca agradeceremos lo suficiente ni alcanzaremos a comprender la profunda importancia del puñado de hombres y mujeres que tiene el coraje de enfrentarse a regímenes despóticos y criminales con el fin último de beneficiar a sociedades que, en gran medida, permanecen anestesiadas y ajenas a estos colosales sacrificios.

Xiaobo es el primer Premio Nobel de la Paz que muere bajo custodia del estado desde que el pacifista alemán Carl von Ossietzky recibiera el mismo galardón en 1935 y muriera en iguales circunstancias en el presidio político bajo el nazismo. En el obituario del New York Times se citan las palabras que el fallecido le dedicó a su esposa en el juicio político que le valió años de prisión y finalmente su muerte prematura: “Aunque me pulvericen, mis cenizas te abrazarán”. Recordemos la monumental vida de Liu Xiaobo antes del olvido.