El mundo según Trump
El pasado 6 de julio Donald Trump pronunció un discurso ante una enorme multitud, congregada en la Plaza de los Krasiński de Varsovia -un lugar simbólico donde se levanta el monumento a quienes el 1 de agosto de 1944 se alzaron contra el ejército de ocupación nazi alemán- que sirvió para conocer con más detalle los puntales estratégicos e ideológicos que sostienen al nuevo presidente norteamericano.
El escenario no fue elegido al azar. Aunque Polonia se halla en una etapa política muy convulsa debido a la concentración de poder y el autoritarismo que está imponiendo la mayoría parlamentaria del partido del Derecho y la Justicia (PiS) del gobierno polaco actual, en pocos países del mundo encontrará un político de Estados Unidos una recepción más entusiasta entre la mayoría de la población y la clase política. De hecho, sentados en las primeras filas escucharon el discurso los principales dirigentes del gobierno y la oposición.
En la capital que dio nombre a la alianza militar de los gobiernos satélites de la Unión Soviética siempre será aclamado si se presenta como un garante de su seguridad frente a Rusia. Unas expectativas que el presidente agasajado cumplió… a su manera. En efecto, a pesar de los esfuerzos del gobierno polaco por presentar la visita como un espaldarazo a su política, Trump tenía sus propios planes y quiso dirigirse a una audiencia mundial. Por lo pronto, la presentadora del acto fue su esposa Melania, en vez de su colega polaco Andrzej Duda que le acompañaba. Además, a lo largo del discurso contrarió al gobierno anfitrión con dos referencias incómodas para su propaganda: por un lado expresó su alegría por contar con la presencia de Lech Wałęsa “tan famoso por dirigir el movimiento Solidaridad”, lo cual provocó sonoros abucheos en la parte del público que secundaba la campaña gubernamental de demonización del anterior presidente polaco, y, por otro lado, hizo un llamamiento a Rusia para “unirse a la comunidad de países responsables en nuestra lucha contra enemigos comunes y la defensa de la civilización misma” al tiempo que le exigió que cesara “sus acciones de desestabilización en Ucrania y otros lugares, así como su apoyo a regímenes hostiles como Siria e Irán”.
Aun con todo, quienesquiera que fueran los autores de la pieza retórica leída por Trump guardaron un gran cuidado por recopilar los principales hitos de la historia polaca, repleta de acontecimientos trágicos, para alabar “el espíritu” y otras virtudes del país, convirtiéndolos en una especie de hilo conductor de los mensajes que quisieron enviar al mundo entero.
Después de resultar elegido el año pasado como candidato en las primarias del partido republicano, expresé la especial desolación que provocaba entre muchos liberales clásicos y libertarios la alternativa a Hillary Clinton. Tras escuchar su discurso en Varsovia saqué la impresión de que el popurrí de fuentes ideológicas y pragmáticas que nutre a los asesores presidenciales abrió paso tanto a mensajes en defensa de la libertad y la sociedad abierta, como a vaguedades, meras citas de problemas, así como inquietantes y descarnados postulados historicistas, reaccionarios y mercantilistas. También hubo clamorosas omisiones.
Pero vayamos por partes. Ya he aludido a la retórica laudatoria dirigida a sus anfitriones, la cual llegó hasta la decisión del actual gobierno de comprar misiles Patriot. Desde el momento en que comenzó la lista de agradecimientos, Donald Trump se explayó en el capítulo de las alabanzas. Habló de los héroes polacos en la historia y sus equivalentes americanos que tienen calles dedicadas en Varsovia; de Polonia como un todo que ha acompañado a Estados Unidos desde los albores de su independencia, como el corazón geográfico de Europa y de los polacos como el alma indómita del continente que ha superado invasiones e intentos de borrar el país del mapa gracias a su fortaleza de espíritu. Repasó acontecimientos históricos del siglo XX como la victoria contra las tropas bolcheviques a orillas del Vístula en 1920; la doble invasión soviética y nazi en 1939; la matanza soviética de Katyn (1940); los levantamientos del gueto judío de Varsovia (1943) y de la misma ciudad (1944) contra los ocupantes nazis alemanes. En ese campo de exterminio en el que fue convertido el país perecieron uno de cada cinco polacos y sus numerosos ciudadanos judíos fueron reducidos literalmente a cenizas. No faltó una última referencia a la bellaquería soviética, cuando en septiembre de 1944 las tropas apostadas al Este del río Vístula detuvieron su avance hacia el Oeste hasta que los nazis destruyeron Varsovia y asesinaron a cientos de miles de sus habitantes en represalia por la osadía de haberse sublevado. Algunos de los supervivientes estaban presentes en el acto y recibieron el saludo del mandatario estadounidense.
A continuación, vino la glosa del tiempo del régimen comunista. Siguiendo una visión idealizada, Trump habló de la brutal campaña para destruir la libertad, la fe, las leyes, la historia y la identidad polacas frente a lo cual se alzaron un millón de polacos en la primera misa que ofició Juan Pablo II como Papa en junio de 1979 al clamor de “Queremos a Dios”. Esa misa anunció el derrumbe comunista y el resurgimiento de la verdadera Polonia, en palabras de Trump.
En esa historia lineal, Trump dio por terminada la amenaza comunista, y declaró que Europa y Estados Unidos, por cuya defensa común hizo votos claros al tiempo que insistió en la necesidad de aumentar la contribución de los países europeos a la consecución de ese objetivo, sufren otro tipo de amenazas, determinadas por el terrorismo islamista, así como nuevas formas de agresión, como la propaganda, los delitos económicos y la ciberguerra, sin ofrecer detalles sobre su procedencia. Fue en este punto donde realizó su llamamiento a la cooperación rusa para enfrentarse a los enemigos comunes. Recordando su viaje a Arabia Saudí para reclamar a los dirigentes de más de 50 países musulmanes su compromiso de combatir ese terrorismo, aprovecho la ocasión para reafirmar su compromiso de cerrar las fronteras de EE.UU. a terroristas y extremistas, aunque matizó que se mantendrían abiertas para aquellos que compartan “los valores americanos”.
Llegados a este punto, Trump realizó un canto contra la burocracia y el reglamentismo “que drena la vitalidad y la riqueza de la gente” y en favor del imperio de la ley y la libertad de expresión, pero omitió toda referencia al libre comercio internacional, perseverando en ese curioso entendimiento expresado en campaña de que el proteccionismo y las trabas al comercio forman un estanco aparte, donde al gobierno le es dable regular arbitrariamente. Las inconsistencias de su peculiar discurso político (al parecer elaborado por su mesiánico asesor Steve K. Bannon, no obstante haberle cesado como miembro del Consejo de Seguridad Nacional) afloraron en este punto. Atribuir a Occidente esencias eternas en defensa de la libertad no se corresponde ni con la historia ni con la realidad actual. Aunque cabe conceder que la civilización occidental ha sido el adalid de grandes logros en la historia de la humanidad, tan occidentales fueron Hitler y Marx como Hume o Hayek, por poner solo un par de ejemplos. Ni mucho menos se puede asumir que los valores occidentales y su identidad sean unívocos y ligados exclusivamente a su tradición religiosa (plagada en siglos pasados de guerras fratricidas felizmente superadas) y la existencia de héroes que se veneran unánimemente. O que una narcisista reafirmación de su identidad, cualquiera que ésta sea, sirva para defender la libertad. Asimismo, no seré yo quien subestime la amenaza real del islamismo para las sociedades relativamente libres occidentales. Aun con todo, su gravedad no es parangonable a otras sufridas en la historia.
En definitiva, el mundo según Trump es mucho menos complejo que el real. Los caprichosos alineamientos y los maniqueísmos que traza parecen constructos sentimentales, reaccionarios las más de las veces, para oponer en la lucha política más cruda contra otros creadores mensajes elementales y básicos que se dan en llamar progresistas. Hete aquí el nudo gordiano respecto a Donald Trump, que solo se despejará cuando se puedan observar las actuaciones reales de su mandato. Si antes no toma cuerpo un proceso de destitución (impeachment) por sus faltas (misdemeanors) de acuerdo a la Constitución americana.
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