Persistir en la verdad para poder convivir
Sin duda, no podríamos esperar que, al hacerlo, pueda instalarse una paz universal, pero al menos sí que la inevitable disensión se volverá poco a poco venial, la guerra menos cruel y la victoria menos arrogante.
Goethe
En el siglo XVI, Fernando I de Habsburgo lanzó una frase que cuenta con innúmeras evocaciones: “Que se haga justicia, aunque perezca el mundo”. Es un mandato que puede ser dictado por quien, convencido del valor de sus principios, no encuentra sino razones para exigir intransigencia. Según este criterio, se trataría de una cuestión vital, un elemento sin el que no puede concebirse la realidad. Entre los hombres modernos, seguramente, puede pensarse en la libertad, motivo por el cual se habrían justificado grandes sacrificios. Recordemos que la igualdad ha sido asimismo una idea generadora de tales radicalidades. En efecto, este vocablo, a veces intoxicado de ideología, puede marcar el único sendero que debe seguirse. Podemos figurarnos todas las falencias posibles, tanto leves cuanto groseras; sin embargo, ese tipo de ausencias sería imperdonable. Se prefiere desaparecer, pero no vivir en medio de su falta.
Aquellas lapidarias palabras del sucesor de Carlos V son recordadas por Hannah Arendt cuando reflexiona sobre la relación entre política y verdad. Ella nos señala que, en los asuntos relacionados con el poder, dicha clase de inflexibilidad jamás estuvo ligada a la honradez. Si revisamos lo acaecido durante los diferentes tiempos, concluiremos que la veracidad nunca fue una de las virtudes principales del político. No niego que sujetos como Kant, por ejemplo, hayan estimado necesario ser siempre veraces, eludiendo todo contacto con la mentira. Empero, en el ámbito político, nadie ha creído seriamente que, si no hubiese verdad, nuestro mundo debería desaparecer. Esto no quiere decir que todos sean amantes del cinismo; destaco tan sólo cómo las expectativas se hallan por otros rumbos. Sí se juzga importante la existencia de individuos que no encarnen la falsedad, embaucando electores o aprovechándose del cándido correligionario. El punto es que puede tolerarse su presencia sin dramatismo, salvo cuando buscar la verdad se constituya en una causa imprescindible.
Política con verdad
Sin lugar a dudas, aun cuando reconozcamos lo difícil que es decir la verdad en política y actuar según esta convicción, hay el propósito de hacerlo. Se lo considera éticamente necesario, así como útil, ya que, siguiendo esta línea, los problemas sociales pueden ser advertidos de mejor forma, contribuyendo a su más óptimo tratamiento. Con este ánimo, podemos preguntarnos no sólo qué pasa ahora mismo, sino también sobre lo sucedido en el pasado. No aludo a una pregunta general; en esta ocasión, razono acerca de aquello que ha originado graves conflictos, pugnas intensas, violencia con desgarradoras muertes. Tengo presente, pues, las brutalidades que sufrieron ciudadanos en Sudáfrica, Perú y Colombia, entre otras naciones, tras lo cual surgió la necesidad de lograr dos objetivos: verdad y reconciliación. Es cierto que, después de discursos demagógicos, pueden promulgarse decretos, leyes u órdenes para crear comisiones al respecto; no obstante, cuando existe sinceridad, su consecución resulta una labor bastante ardua.
El conocimiento de las infamias
Teniendo en mente genocidios, desapariciones o ejecuciones extrajudiciales, por citar algunas vilezas, lo que se busca es un esclarecimiento de los hechos para su cabal comprensión. Más allá de cualquier castigo, entendemos que debemos esforzarnos por conocer la génesis del problema, así como sus diversos y pesarosos efectos. Esto requiere que luchemos contra toda concepción fanática; si queremos resguardar la memoria de las tergiversaciones, los exclusivismos deben ser relegados. Corresponde igualmente dejar de lado la indiferencia y el escepticismo. Apunto lo último porque, en situaciones de esta índole, debemos creer que la verdad puede ser alcanzada. En otros términos, sí es factible llegar a saber cómo se gestaron enfrentamientos capaces de arruinar nuestra convivencia. No importa que, de forma sistemática, se procure su obstaculización, el entorpecimiento del proceso. El aprendizaje de las sangrientas equivocaciones del pasado demanda que nos inclinemos por esta postura. Sin esa claridad en relación con lo que nos estremeció, es complicado prepararse para eludir su reiteración.
Del saber a la reconciliación
Al propósito gnoseológico ya explicado, es decir, el conocimiento de la verdad, se añade un cometido ético: la reconciliación. Porque no basta con entender satisfactoriamente un escenario que nos ha causado tormento, aun resentimiento. Todo ello sirve para llevar a cabo una tarea relevante, mas no es la única que nos incumbe. Se hace también preciso que restablezcamos los lazos rotos por la intolerancia de antaño. Es obvio que esto último dista mucho de ser sencillo. Cuando las injusticias y los ultrajes han sido severos, uno puede apenas intercambiar la venganza por el castigo. La primera reacción, lo que puede calificarse de natural, es procurar una sanción draconiana. No obstante, conocer lo que ha sucedido debe sernos útil para sobreponernos a furias permanentes.
Es fundamental que haya justicia; con todo, sería un error pensar en la pena, aun siendo ésta capital, como el fin del problema. No defiendo la impunidad de quienes, utilizando sus prerrogativas gubernamentales, recurrieron al abuso para liquidar disidencias. Tampoco me parece aceptable que los enemigos del orden público, pretextando la llegada de días mejores, se beneficien con amnistías e indultos incondicionados. Es una inmoralidad pedir a la víctima un perdón irrestricto y, además, el olvido del daño causado por determinados malhechores. Nuestro propósito central debe ser comprender cuáles son las condiciones elementales de una sociedad en la que ninguna persona sea degradada. Es posible la identificación de cuantiosas enseñanzas si miramos lo hecho hasta el momento. No discuto que cualquiera pueda encontrar lecciones valiosas para esta realidad. Pero yo creo que el mejor provecho del conocimiento de nuestros despropósitos sería ése. Desde luego, siendo falibles por naturaleza, es probable que haya gente reincidente, sujetos con quienes todo aprendizaje parece imposible. Sin embargo, aun corriendo ese riesgo, conviene apostar por defender el conocimiento como base de una mejor convivencia.
El autor es escritor, filósofo y abogado.
- 28 de diciembre, 2009
- 23 de julio, 2015
- 16 de junio, 2012
- 25 de noviembre, 2013
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