Argentina: La lucha de la Iglesia y los gremios por educar a los niños
"Ningún católico puede votar a candidatos que inscriban en sus programas los principios siguientes". Así comenzaba una pastoral del Episcopado firmada por todos los obispos del país y leída en todas las iglesias. Era el 15 de noviembre de 1945. ¿Qué candidatos prohibía votar la Iglesia Católica? Aquellos que proponían la separación de la Iglesia y el Estado, el divorcio legal y, por supuesto, el laicismo escolar, es decir, la no imposición del catolicismo en las escuelas. ¿Quiénes eran estos candidatos? Los pertenecientes a la Unión Democrática. ¿Cuál era entonces la única fórmula electoral autorizada por la Iglesia para ser votada por los católicos? Perón-Quijano.
Dos años antes de esta elección, durante el gobierno de facto del general Ramírez, este aprovechó la algarabía de fin de año para emitir, el 31 de diciembre de 1943, dos decretos. El primero establecía la educación católica en todas las escuelas. El segundo, disolvía los partidos políticos. Ese día, el joven Juan Domingo Perón, a cargo de Trabajo y Previsión, invitó a comerciantes y empresarios del país a "otorgar una especie de aguinaldo o retribución especial" a sus empleados como forma de festejar ese fin de año en el que ya no habría partidos políticos ni escuelas laicas.
El gobierno de facto impuso la educación religiosa y, ya reinauguradas las urnas en 1945, la Iglesia mandó a votar por aquel único candidato que prometía mantenerla. Perón no traicionó a la Iglesia y en marzo de 1947 fue ratificado el decreto de Ramírez. Los alumnos debían estudiar Instrucción religiosa, libro editado por el Consejo Nacional de Educación que contenía frases como: "El matrimonio civil y la educación laica son dos inventos diabólicos" o "el estudio del catecismo es mucho más importante que el de las otras ciencias". Los tomos de Historia del peronismo, de Hugo Gambini, son muy ilustrativos de esta etapa. La amistad entre Perón y la Iglesia, basada en su rechazo a la democracia liberal y en su deseo de adoctrinar a las personas desde el Estado, sólo se vio perturbada y rota más adelante, cuando ambos bandos se disputaron el monopolio del adoctrinamiento. Loris Zanatta, en La larga agonía de la nación católica, desarrolla la pulsión esencialmente autoritaria y reluctante al juicio crítico tanto del mito peronista como del mito de la nación católica argentina. Hasta aquí la historia. Veamos qué nos muestra la actualidad.
Ha sido enorme el interés por el grosero uso político de la situación de Santiago Maldonado que hizo cierto gremialismo. Se denunció el adoctrinamiento que estos docentes llevaron a cabo, transmitiendo como verdad absoluta a los chicos algo que aún no podemos establecer siquiera como una verdad a medias, es decir, que la Gendarmería es la responsable de la desaparición forzosa de Maldonado. Hoy ninguna hipótesis puede ser descartada —incluso, por supuesto, la que responsabiliza a Gendarmería— y estamos a la espera de que alguna sea probada. Pero cierto gremialismo parece entender como algo provechoso el replicar en los niños su propia visión política e ideológica a expensas de la verdad material. Al estar convencidos de que su mirada sobre la realidad no es parcial ni subjetiva sino total y verdadera (el populismo no es sino una forma de religión política), posiblemente muchos de estos maestros consideren que le están haciendo un bien a los niños al evangelizarlos.
Con toda razón, gran parte de la sociedad se indignó al ver niños pequeños siendo utilizados en una bajada de línea ideológica.
Cronológicamente a la par de este adoctrinamiento, se está disputando otro, mucho más antiguo y, sorprendentemente, mucho menos interesante para la mayoría de la sociedad. Me refiero a que hace casi diez años, la ley de educación salteña, vulnerando completamente la libertad religiosa, que tiene como corolario la libertad de no tener religión alguna, incluyó a la religión católica como materia obligatoria, al igual que matemática o geografía, en todas las aulas de las escuelas públicas. En estos días, la Corte Suprema de Justicia de la Nación concluyó las audiencias públicas antes de fallar sobre la constitucionalidad de esta apolillada reforma. El tema no generó demasiado escándalo y fueron poquísimos los medios que le dieron pantalla.
¿Por qué el adoctrinamiento estatal de niños en una visión integrista y absolutista en materia política nos parece una insensatez pero, al mismo tiempo, un adoctrinamiento análogo en materia religiosa no nos parece tan mal? ¿Qué elementos hay en el adoctrinamiento político que lo hace nocivo y que no están presentes en la bajada de línea religiosa, que parece buena?
El Gobierno de Salta se defiende diciendo que los niños pueden elegir no participar de las clases de religión, quedándose solos en otra aula o en la biblioteca mientras sus compañeros son evangelizados. ¿Aceptaríamos que en las escuelas se enseñe una visión ideológica y parcial sobre la desaparición de Maldonado si se dejase como opción el salir del aula para los niños que no quieran participar? ¿Evitaría la indignación social si se volviera a estudiar en las escuelas La razón de mi vida, pero manteniendo la libertad de no participar de la clase para los alumnos que no se consideren peronistas?
En Salta, bien podría enseñarse religión de manera optativa y al terminar la jornada escolar, como se ofrecen clases de teatro o de algunos deportes. Pero la Iglesia y el gobierno salteño se oponen. Temen, claro, que sólo pocos niños quieran participar. Al igual que los docentes de Ctera, los funcionarios y los sacerdotes salteños también creen que su visión absolutista del mundo es la verdadera y, en tanto verdadera, su imposición a los niños está justificada.
El autor es director de Fundación Libertad CABA.
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