El fracaso de la educación pública en Argentina: sin responsabilidad no hay calidad
Empiezo esta columna con una frase muy antipática o, como dicen ahora, políticamente incorrecta.
“Dime cuántas escuelas públicas tiene un país y te diré cuánto ha fracasado y continuará fracasando su sistema.
En Argentina, la escuela pública siempre es noticia, no por sus cualidades, sino como protagonista de algún hecho conflictivo. Demandas, protestas en las calles, huelgas de docentes, alumnos sin clases durante medio año, adolescentes tomando las escuelas. El historial que tiene sobre sus hombros es largo y su reputación ha venido decayendo en las últimas décadas a pasos agigantados.
¿Cuántas veces los colegios privados son protagonistas de este tipo de noticias? Dejo al lector para que recorra su memoria.
Si bien en Argentina ni siquiera las instituciones educativas privadas están fuera del dominio de la agenda educativa estatal (la cual les impone impartir determinados contenidos y textos), son, al menos, mucho más eficientes por una simple razón: están obligadas a competir para atraer a sus clientes y para poder mantenerse en el mercado. Por ello, necesitan ofrecer un producto con cierto atractivo y calidad. ¿Qué padre estaría dispuesto a pagar por un colegio en donde no sabe cuándo su hijo tendrá clases?
Nada de eso ocurre con las escuelas públicas. Su supervivencia en el mercado está asegurada porque están los mecenas anónimos (alias, los pagadores de impuestos), quienes están obligados a mantenerlas bajo pena de transformarse en delincuentes si se negaran a hacerlo.
¿Cuál es la solución entonces? ¿Hay alguna salida decorosa?
A corto plazo, una buena solución es hacer competir a las escuelas públicas con las privadas por ganar el voto de los padres que actualmente envían a sus hijos a instituciones estatales. ¿Cómo?
El Estado de Nevada en Estados Unidos parece haber encontrado un buen programa para lograr esto. Se trata del “Nevada’s Education Savings Account Program” (Programa de Cuenta de Ahorros Educativos de Nevada), que consiste básicamente en abrir a los padres una cuenta en el banco, donde el Estado deposita la suma que un estudiante le cuesta anualmente en materia de educación pública. Con ese dinero, los padres pueden elegir qué tipo de educación ofrecer a sus hijos, abriendo un gran abanico de opciones. Los padres pueden optar por continuar enviando a sus hijos a la escuela pública, o pueden elegir una escuela privada, o un programa de educación a distancia, o educarse en sus casas (homeschooling) con alguno de sus padres o con tutores. Si el monto anual depositado no se utiliza completamente, el joven puede acumular ese dinero y sumarlo al monto del siguiente año. Vale aclarar que ese dinero no puede ser utilizado con otros fines.
¿Qué es lo más probable que suceda con la implementación de un programa de este tipo?
Que los padres opten por la mejor educación que puedan obtener para sus hijos por el dinero que ahora tienen en sus cuentas. Al contar los padres ahora con varias alternativas, el único modo que tendrá la escuela pública de obtener esos fondos, será convenciendo a los padres de ser la mejor opción, y no podrán hacerlo al menos que ofrezcan un producto de calidad.
¿Qué ocurrirá si las escuelas públicas no logran atraer alumnos y los padres optan por alguna de las otras alternativas? Deberán cerrar sus puertas; del mismo modo que cualquier empresa, cuyos productos nadie desea comprar, termina cerrando sus puertas. Pero los estudiantes no quedarán sin educación, sino con la educación que ellos eligieron.
Algunos presienten que esto podría ser el fin de la escuela pública y lo ven como un verdadero drama. Pero hay varias consideraciones a tener en cuenta.
Primero, algo desaparece del mercado cuando ya nadie lo quiere. Si nadie lo quiere, para que mantenerlo por la fuerza agobiando a los ciudadanos con impuestos para lograrlo?
Segundo y más importante aún. Sostener que la escuela pública debe existir o desear que continúe existiendo, es lo mismo que desear que la pobreza continúe existiendo. La escuela pública es sólo un producto de la imposibilidad de algunos de pagar por un servicio educativo que desearía adquirir pero que no cuenta con los medios para hacerlo. Cuando la gente puede pagar por educación, del mismo modo que puede pagar por otros productos o servicios que desean para su vida, la educación pública ya no tiene razón de existir.
La educación pública es, hoy en día, consecuencia y síntoma de un fracaso: el de no haber implementado un sistema capaz de generar las condiciones necesarias para que la gente pueda hacerse cargo de su vida y de adquirir aquello que valora con el fruto de su propio trabajo.
Más aún. No sólo es síntoma y consecuencia de un fracaso, sino que también se ha transformado en causa, al perpetuar una educación deficiente, politizada, colectivizada que poco prepara a los jóvenes para transformarse en individuos independientes y responsables de su propia vida y más los prepara para continuar bajo el ala del Estado de bienestar.
Nevada ha dado un paso hacia delante, al hace competir a la escuela pública con otras opciones educativas. Es un primer paso que podríamos analizar y reproducir en Argentina y el resto de los países de América Latina que sufren la misma problemática.
A largo plazo, y con las medidas políticas y económicas acertadas, la escuela pública tenderá a desaparecer y sólo existirán opciones privadas entre las cuales la gente podrá elegir y pagar con el sudor de su propia frente. Y para los casos puntuales donde haya verdadera imposibilidad de pagar por este servicio, siempre existirán alternativas de becas, colaboración voluntaria, o un sistema como el de Nevada que podrá atender las excepciones que merezcan ser consideradas.
La autora es licenciada en Comunicación Social, guionista y libertaria. Es la directora ejecutiva de la Fundación para la Responsabilidad Intelectual (FRI).
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