Colectivismo, la epidemia que más víctimas se ha cobrado en la historia
Luego de la viruela y el sarampión, el colectivismo es el virus que más vidas se ha cobrado a lo largo de la historia. No sólo ha sido destructivo con sus víctimas primarias -a quienes ha atacado directamente y quitado toda su humanidad-, sino sobre todo, con sus víctimas secundarias, que debieron defenderse de las primeras. Algo parecido a lo que sucede en la popular serie The Walking Dead, donde más que aquellos que portan el virus, son el resto de los humanos quienes lo sufren, al tener que protegerse constantemente del ataque de los infectados.
Las consecuencias del colectivismo han sido devastadoras. Más de 150 millones de víctimas en el siglo XX, solo de genocidios. Sin contar las atrocidades que se siguen cometiendo en países como Cuba, Venezuela y Corea del Norte, y las continuas violaciones a los derechos individuales en todas partes de mundo, en nombre del colectivo.
El virus sigue vivo, no solo en el látigo del tirano, sino en las páginas de ciertos libros que tomamos como santos, en slogans que suenan bonitos y repetimos como loros, en valores que adoptamos sin pasarlos previamente por un examen básico de salubridad.
El colectivismo es un virus al que no se detecta fácilmente en sus primeros estadios. Es sutil, ataca la mente de la víctima primaria haciendo un trabajo lento, silencioso, persuasivo, casi de seducción. Y una vez que se instala, reformatea todo su contenido para ponerlo al servicio de la causa de un grupo y en contra de las víctimas secundarias.
Cómo ataca el virus colectivista
Al hacerte pensar que existe una especie de mente y cuerpo colectivo, una entidad superior con vida propia llamada grupo -o sociedad- , se ataca directamente tu capacidad de percepción que te muestra que solo hay seres humanos individuales, con una mente, un cuerpo, una vida y sueños propios.
Reemplaza en tu mente el concepto de individuo por el concepto de grupo. Ves a alguien y ya no ves a Juan, con su personalidad, su historia, sus deseos. Ves un negro, o un ateo, o un homosexual, o un gringo, etc. Ves solo aquella característica que el virus te dictó que debe ser considerada “mala” y juzgas a esa persona por esa sola característica (que en la mayor parte de los casos, ni siquiera es adquirida voluntariamente).
Al hacerte creer que eres solo parte de un todo, se te despoja del poder de decidir sobre tu vida. Ya no eres un fin en sí mismo. Tus pensamientos y tus deseos no importan. Eres una herramienta del grupo y tu función es satisfacer sus deseos. La mayoría tiene poder sobre tu vida, tu libertad y tu propiedad, y puede decidir que seas la próxima víctima de sacrificio, el próximo medio para llegar al fin común.
Al distorsionar tu percepción de la realidad, se logra que dejes de creer en una realidad objetiva. La realidad es algo creado por el grupo, por la mayoría. Si la mayoría asegura que “A” existe, entonces A debe existir; si la mayoría dice que los ingleses son malos, entonces, son malos. Si la mayoría dice que la educación pública es buena, entonces es buena. Si nada en la realidad sustenta esas creencias o valores, no importa. Es la mente colectiva quien la crea y la sustenta.
Y así todos tus valores quedan también distorsionados. Lo bueno es aquello que preserva al grupo y la creencia en general. Lo malo es aquello que lo ataca o lo pone en riesgo. Lo bueno es el bien común, el bienestar general. Lo malo es el interés individual. Lo bueno es vivir para los demás. Lo malo es vivir para uno mismo.
Por supuesto, el virus te ataca toda tu capacidad de análisis para que no cuestiones cosas como ¿qué es el bien común?, ¿qué es el bienestar general?, para lo cual nunca encontrarías una respuesta que no deje en evidencia la gran contradicción de estos conceptos.
Por último -al menos para este análisis-, el virus te deja listo y preparado para que votes voluntariamente al próximo mesías que decida llamarse “el jefe del grupo”, que peleará por él, combatiendo y subyugando al resto de los mortales que no sean miembros.
Luego del virus, Pedro, Ana, John y Maya no existirán más en tu cabeza. Serán “los nuestros” o “los otros”. Sus vidas, sus metas, sus penas, sus logros, sus alegrías ya no importarán más. Cuanto arriesgó, perseveró y se esforzó Pedro para poder comprarse un auto nuevo y pagarse un lindo viaje no es relevante. Èl es simplemente parte de un grupo que tiene más que el mío y puedo quitarle para favorecer a mi grupo. Maya pertenece al grupo “mujer” y no tiene derecho a votar o elegir con quien casarse. Ana también es del grupo “mujer” y por ese simple hecho debe tener un lugar en el Congreso. Lo mismo que John, que como es del grupo “de color”, debe ser esclavo o hay que asegurarle un cupo en la Universidad. Todo depende de la realidad y los valores creados en ese momento por el capricho del grupo.
Eso es el colectivimo. Ese es el virus. Destruye la razón, destruye los valores objetivos, destruye el principio de derechos individuales. Destruye al individuo. Destruye al ser humano.
¿Cómo podemos inmunizarnos? Doble dosis de vitamina R y abundante dosis de vitamina A. Apegarnos a la Realidad y a la Razón siempre. Cultivar la Autoestima siempre. Cuanto más nos apeguemos a la realidad objetiva, cuanto más confiemos en nuestra razón como instrumento individual de conocimiento y guía de nuestras acciones, cuanto más valoremos nuestra vida y lo que somos, más defenderemos nuestra individualidad y la individualidad ajena frente a los ataques colectivistas.
El virus ofrece el espejismo de la seguridad, la superioridad y el éxito del grupo, y es campo fértil quien se siente inseguro, incapaz o fracasado como individuo. Por el contrario, es tierra prohibida quien se siente orgulloso de ser quien es y considera su propia vida un fin en sí mismo.
Las peores tragedias de la historia fueron generadas en nombre de un grupo por el bien del grupo, sin traer otra cosa que miseria. Las mayores maravillas de la historia, en cambio, fueron creadas por individuos, en nombre de sí mismos, pensando en sí mismos y buscando en el camino su propia felicidad. Es el individuo la base de toda sociedad civilizada, pacífica y próspera. Dejemos de castigarlo. Comencemos a protegerlo.
La autora es licenciada en Comunicación Social, guionista y libertaria. Es la directora ejecutiva de la Fundación para la Responsabilidad Intelectual (FRI).
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