¿Dólar planchado por un rato y vuelven las Lebacs?: todo por la segunda presidencia de Macri
Los argentinos somos electoralmente sobornables. Nuestra forma de demandar resultados políticos tiene sustanciales consecuencias en el equilibrio macroeconómico que enfrentamos, aspecto que en mi opinión explica lo que percibo es el reciente cambio en el esquema monetario y cambiario adoptado en forma “no explícita” desde el 28 de diciembre del 2017, fecha en que se anunció la modificación de la meta inflacionaria, cuando lo “no dicho” probablemente, esconde un lento pero inclaudicable adiós al esquema de inflation targeting y a la tasa de interés como ancla del modelo.
¿Estaremos en el corto plazo frente a un viejo conocido nuestro: dólar planchado? Claramente, el populismo de los argentinos se lleva muy mal con la disciplina que requiere la ortodoxia monetaria y fiscal y parecería que nos encaminamos a un nuevo equilibrio pre-electoral cada vez más atado con alambres y presa quizá de una preocupante e inesperada improvisación. La conquista del conurbano bonaerense es clave para cualquier gobierno que quiera ganar una elección presidencial y “Cambiemos”, a pesar de su slogan, no es una excepción a dicha regla. Cada día resulta más evidente que cambio en nuestra nación se sigue escribiendo con K y los principales responsables somos nosotros mismos, cada uno de los argentinos que ansiosamente reclama resultados mágicos cuando lo único que tenemos por delante es una interminable secuencia de problemas no resueltos en el último siglo. Nuestra sociedad es una implacable e inconsciente demandante de socialismo populista aspecto que explica por qué hace setenta años no podemos escapar de la permanente trampa a la que nos condena la pobreza autogenerada precisamente por esta recurrente actitud. Ser extremadamente pobres tiene enormes incidencias en nuestro equilibrio político dado que genera una demanda de cierta clase de funcionario orientado a satisfacer necesidades sumamente cortoplacistas labrando de esta forma un entorno en donde lo urgente siempre le gana a lo importante independientemente de cómo se de en llamar el partido de moda.
El tiempo pasa y sin embargo, el no cambio se manifiesta en una nación que sigue con los mismos vicios del pasado. De esta forma, lo “urgente de hoy” es lo mismo que “lo urgente ayer”, ganar la elección que sigue aplicando el manual clásico del populismo: llegar lo mejor maquillado posible a la próxima votación con una economía rebotando intensamente mediante la activación de algún shock de consumo keynesiano que compre una efímera cuota de felicidad lo suficientemente intensa como para ser reelecto. Claramente, los países no se hacen grandes con una agenda así de mediocre y así de chiquita, lo cual pone al político de turno en la paradoja del huevo o la gallina: si hago lo que debo, pierdo, entonces no lo hago y por ahí gano. Y no se confundan, los culpables de este siniestro y sumamente pequeño razonamiento no son ellos sino cada de uno de nosotros, son nuestras demandas las que los crean y engordan.
Esta recurrente actitud que tanto daño nos hizo es el reflejo de una generación sumamente miope y vorazmente egoísta que en su intento de cuidar el ombligo propio se olvida siempre de lo único que importa: el largo plazo que pagarán los argentinos que siguen. Y aquí estamos otra vez, exigiendo ansiosamente al oficialismo resultados satisfactorios e inmediatos, los cuales solo podrán conseguirse mediante la activación de distorsiones sumamente nocivas para los próximos años. A la vez, observo a un gobierno ansioso por augurar irresponsablemente un futuro mejor sin aclarar que el mismo será imposible a menos que nos hagamos cargo del estado actual de cosas. En la Argentina de hoy no hay lugar para festejos, es tiempo de una larga reflexión que nos convenza que para salir de donde estamos el primer paso es un rotundo cambio de actitud desde el ciudadano. La complicidad entre argentinos que demandan populismo y políticos que lo conceden, nos llevó al 30% de pobreza, es tiempo de cambiar en serio o resignarnos a más de lo mismo.
Ser deficitarios es mucho más costoso de lo que los argentinos creen. En este entorno, parecería que la Argentina de hoy decidió financiar esta nueva fase de populismo con emisión inflacionaria y crecimiento a escala del endeudamiento externo, ambas balas dispuestas a alimentar un déficit agregado que ronda los 10% del PBI. Precisamente, este colosal e incorregible rojo fiscal es la contracara del populismo que los argentinos demandan y aplauden cotidianamente, el mismo desaparecerá sólo cuando decidamos dejar de ser una tribu mareada permanentemente por el cortoplacismo y entendamos que si no queremos terminar con 60% de pobres en 25 años, el momento de otra clase de demanda política y asunción de sus respetivos costos es hoy, no mañana. Ser populistas nos obliga a convivir con un estado inmenso y aparentemente protector, que en su despiadada voracidad genera una secuencia interminable de distorsiones tales como: 1) pobreza en máximos, 2) inflación crónica e incorregible, 3) incapacidad de crecer sostenidamente, 4) productividad sistemáticamente baja, 5) presión tributaria récord, 6) permanente incertidumbre impositiva, y así podría seguir con una lista interminable de los fulminantes costos a los que nos obliga este estatismo preferido por una sociedad que a la hora de votar es fácilmente sobornable con una migaja instrumentada a través de un conveniente shock de consumo en tiempo y forma. Esperar cómodamente que este giro de actitud provenga de los políticos, la clase social que más se beneficia con la mantención del deplorable estatus quo actual, resulta en una tontera de dimensiones bíblicas, el cambio somos nosotros o no habrá ninguno. Deberíamos abandonar de una vez nuestro permisivo letargo y dejar de esperar que el de al lado nos resuelva los problemas.
La tasa de interés como ancla del modelo y los dos primeros años de gestión: 2016 y 2017. Desde que se adoptó el esquema de inflation targeting, vimos al BCRA lucharle a la inflación a través de tasas nominales altas que a su vez, generaban tasas reales positivas. La tasa de interés relativamente alta generaba cuatro efectos. Primero, intentaba impactar expectativas inflacionarias. Segundo, resultaba en el precio de absorber todos los pesos excedentes que el BCRA quería sacar de circulación a los efectos de desinflacionar. Tercero, tasas altas alimentaban un jugoso “carry trade” en pesos, una montaña de efectivo que buscaba a las Lebacs como alternativa de ahorro en vez del dólar y por ende, calmaban al billete. Cuarto, tasas reales positivas enfriaban la economía. Recuerden, el principal objetivo de este gobierno es llegar rebotando fuerte a las elecciones del 2019 y bajo esa óptica se entiende el porqué de la desinflación que no pudo ser. De esta forma, las tasas altas planchaban al dólar generando lo que para algunos era un significativo atraso cambiario con un costo adicional: déficit cuasifiscal creciente debido a los intereses por Lebacs. Lamentablemente, este esquema se materializó en un entorno de alta emisión monetaria. La idea original era que el aumento de oferta monetaria fuera absorbido por un salto en la demanda de dinero causada por un aumento en la confianza hacia el peso como reserva de valor. Pero dicha dinámica no se dio, la demanda de dinero no pudo crecer al ritmo de la oferta, causando la resiliencia inflacionaria que conocemos todos. Sin embargo, no creo que el problema haya estado en el inflation targeting como estrategia sino en monetizar el déficit. En un entorno de menor emisión monetaria probablemente Argentina hubiera podido desinflacionar mucho mas rápido pero al populismo hay que financiarlo y aquí estamos con una víctima evidente: la desinflación que no pudo ser y que dejó un stock de Lebacs que en la actualidad asciende a unos 12% del PBI, enorme número. Mi sensación es que el gobierno intentará desarmar en silencio esta montañita sin que se note demasiado.
¿Después del 28 de diciembre del 2017 en qué quedamos? A pesar de que nos digan que con fe y esperanza podremos alcanzar la meta del 15%, parecería que nos movemos hacia un 2018 en donde el piso de la inflación estaría en 23%. Pero además, tengo la sensación de que de a poco se está abandonando la metodología monetaria del 2017 y nos encaminamos hacia otra cosa no explícita por el momento, y que todavía no puedo definir, recuerden que en este gobierno todo debe ser “políticamente correcto” o no sirve. En esta transición hacia “la otra cosa”, en los últimos días observé atentamente a un BCRA muy dispuesto a cepillar al dólar por encima de 20.20.
Si bien, hasta el 28/12/17 las intervenciones del BCRA se entendían como para eliminar picos de volatilidad innecesarios, me parece que ahora las intervenciones no pasan por minimizar volatilidad como todavía nos relatan sino por preservar al nivel del dólar al menos por un rato, muy cerca de 20.20. Si este fuese el caso, supongo que el BCRA estaría adoptando al tipo de cambio como su nueva ancla no explícita y lo haría precisamente para volver a contener expectativas inflacionarias que para algunas consultoras volaron ya al 30%. No me sorprendería imaginar al gobierno preocupado a esta altura en contener los múltiples e innecesarios costos de la conferencia del 28/12/17, costos que trascenderían a lo monetario y se expandieron hacia la parte larga de la curva soberana que sigue sin recuperarse en 15% negativo desde los máximos del año pasado.
Parecería entonces que se abre una pequeña ventana al menos, en donde el BCRA se dispondría a bajar tasas nominales y reales jugando a favor de una reactivación efímera y sumamente electoral, a contener las expectativas inflacionarias vía intervención cambiara en 20.20 y pérdida de reservas que financien precisamente el planchamiento del dólar. Si esto que presiento ocurre, quizá se abran algunas semanas en donde colocaciones en pesos a tasa nominal le ganen al dólar, una especie de resucitación cortoplacista de las Lebacs o su hermano mellizo: los bonos del tesoro en pesos a tasa nominal.
Como vemos, esta vez al populismo lo financia la pérdida de reservas, nada es gratis en economía y si como sociedad nos empecinamos en no corregir la fuente de todos nuestros males, nos pasaremos años girando de distorsión en distorsión agravando el problema tal como venimos haciendo desde 1945. Cargar toda la responsabilidad a un gobierno corto de ideas es a esta altura una clásica y sumamente adolescente actitud de los argentinos y aquí seguimos perdiendo el tiempo y esperando rebotes mágicos cuando los verdaderos ausentes somos cada uno de nosotros.
El autor es Director de MacroFinance.
- 23 de enero, 2009
- 23 de diciembre, 2024
- 24 de diciembre, 2024
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