La naturaleza artificial de la naturaleza
No sé si hay algún concepto que implique tantas trampas como “naturaleza”. Nos da demasiadas ideas y algunas de ellas resultan “naturalmente” equivocadas. Una es que por un lado está el hombre y por el otro lado la naturaleza, que es más o menos como medir al ser humano con el universo. Si a naturaleza le oponemos “artificio” como algo que ocurre por intervención humana, lo que resulta es una visión tan antropocéntrica de la “naturaleza” como para convertirla en algo completamente artificioso, resultando toda la concepción contradictoria. Sin embargo, esta es la más común: que la naturaleza es lo no artificial, por lo tanto es algo que interesa únicamente al ser humano, lo que en definitiva la transforma en una realidad exclusivamente humana. Entre todo lo artificial, la naturaleza resulta de ese modo el grado sumo de “no naturalidad”.
Asimismo, naturaleza es para las mentes interventoras, las que consideran que el ser humano tiene que ser controlado en sus impulsos por unos tutores, también humanos, un mandato cuyo cuidado está a cargo de ellos. La mano tiene que ser producto de un plan, por lo tanto, hay que ver cuáles son sus utilidades, pero no para el individuo que podría usarla para hacer la vertical, sino para la “naturaleza” como un ánima externa y “objetiva” que provee axiomas, un propósito aparte que por qué sí debe ser seguido. Una idea que habilita a la intervención de terceros o que acredita su opinión sobre lo que los demás deben hacer. El traumatólogo tal vez diga que hacer la vertical puede dañar las muñecas, lo que para este naturalista moral implicaría la prueba “científica” de que la vertical es “antinatural”. Pero su ceguera consiste en no entender tres “naturalezas: la de la muñeca, la de la “naturaleza” y la del médico.
La primera ceguera consiste en que una cosa es que la muñeca se haya formado en la evolución de acuerdo a unos usos que pueden inferirse, pero otra muy distinta es que eso implique un mandato o, incluso, que si lo hubiera no fuera a cambiar o no se pueda violar sin que a la “naturaleza” o a algo externo al individuo involucrado le importe. De hecho, la muñeca no tenía en nuestros ancestros un valor distinto al de los tobillos, hasta que alguno de ellos se irguió (siendo “antinatural”) y consiguió con eso una ventaja evolutiva, liberando las manos para otras tareas diferentes a caminar. Pero, cuidado, con esto no quiero decir que la evolución sea ni deba ser un fin del individuo. Nadie trabaja “para” una evolución, es algo que ocurre sin que sea la aspiración de nadie. La aspiración de la perpetuación de la especie es también por completo artificial, pero eso es parte de la segunda ceguera.
La segunda ceguera ocurre al atribuirle a la naturaleza una intención. Es cierto, la muñeca podría dañarse por hacer mucho la vertical, pero eso no implica que eso sea un problema de algo llamado “naturaleza”, que adquiere así el carácter de deidad. El naturalismo vendría a ser aquí una forma vergonzante de religión, que cree haber encontrado autoridad moral en la ciencia o, peor, en las cosas; es decir una religión despojada de fe, un mero animismo. Pero la ciencia no da órdenes, apenas permite entender las consecuencias. La “naturaleza” no solo no quiere nada, sino que es lo que observamos. No es la manifestación de un plan, sino el resultado de un caos resuelto de causas. Pasan las cosas, se suceden las experiencias y sobreviven los que desarrollaron una mano. Ese resultado es un orden, pero no un plan. Muchos desarrollaron unas manos y muy distintas, otros no lo hicieron, pero todos venimos de los mismos “abuelos”. Así que, aunque hubiera una deidad natural, parece que tiene muchos planes y que están en constante cambio.
Lo que no se pueden transgredir son las “leyes naturales”, ciertas regularidades que no es necesario cuidar, porque igual son limitaciones. Las leyes físicas, por ejemplo. Pero la vertical, como no podría ser de otro modo, no las transgrede, ni podría hacerlo, ni nos importaría. De hecho, si alguien pudiera evadir una ley física sería todo un acontecimiento y aquél que lo lograra sin duda ganaría el Nobel, no es que lo consideraríamos un hereje, quiero creer. La vertical podría tomarse como la violación de ese supuesto “plan”, que en realidad no es más que una suposición mística y religiosa en el estricto sentido del término, que no se verifica en la realidad. No hay propósito natural, está lleno de cursos diferentes, mutaciones y cambios evolutivos. Los que creen verlo están embriagados por un monumental sesgo de retrospectiva.
El ser humano además ha desarrollado el concepto de libertad individual, que implica no entrometerse en los cursos que otros individuos deciden tomar, dado que el hombre no se guía sólo por sus genes, sino por razones, incluso caprichos, que, en el uso de esta palabra tramposa, podrían caracterizarse como cuestiones extra naturales. Y si hablamos de evolución, así como tenemos unos parientes comunes con otros monos y hasta con las hormigas, no tenemos idea de cuántas especies podrían derivar de lo que hoy simplificamos como “seres humanos”. La simplificación en el caso de “seres humanos” es mayor que en otras especies, por ese software que son las ideas y que para la humanidad integran su “naturaleza” de un modo contundente. Hay una "naturaleza" de la especie como historia que se forjó con transgresiones, y hay una naturaleza del individuo que hará su historia de la misma manera.
La tercera ceguera es la de la naturaleza del médico. El médico arregla muñecas que están complicadas por un uso distinto al que evolutivamente parecen haber tenido, por lo tanto, para el que están mejor dotadas. Pero el médico no trabaja para la naturaleza. A la naturaleza los médicos tampoco le importan nada, de hecho, a la naturaleza no le interesa nada de nada porque no tiene intención. El médico sí la tiene, el paciente también. Por lo tanto, el médico no arregla muñecas cuidando la evolución, sino cuidando al paciente, a lo “artificial”. Como los pacientes en general usan las muñecas para los fines que están más afinadas en este estado de la evolución, los médicos se preocupan por eso y por cómo mantenerlo así. Pero no existe médico ni enfermedad sin paciente con un plan. Quiero decir, al médico no lo hace la naturaleza sino el paciente. Existe el estudio de la función de la muñeca porque es lo que todos en general queremos, que siga sirviendo a los mismos propósitos. Pero también está el médico que pone bótox en la cara. Ahí lo “enfermo” se considera, de acuerdo a fines humanos que llamaríamos “artificiales”, la arruga. Sería otro error considerar por sí mismo lo artificial así definido como inferior, porque faltaría por considerar por qué la naturaleza, lo externo, tendría, en la escala de las decisiones, una prioridad en cuanto a su cuidado. Dar por sentada esa preeminencia sería un error, debiera haber una justificación.
Resumiendo, el médico que describió las consecuencias para las muñecas de la vertical, no sirve a la naturaleza, sino a sus clientes, por lo tanto, su descubrimiento sobre la inconveniencia de hacer la vertical para las muñecas no puede invalidar la decisión informada de seguir con esa práctica. La muñeca no es un problema del médico, sino del acróbata, digamos. Si cambiáramos eso, estaríamos hablando de un asunto político, no médico, no natural. Y lo político es lo “artificial” por antonomasia.
La “naturaleza” nos provee libertad de juicio. Ya vimos tantos sentidos y tan contradictorios de esa palabra, que podríamos descartarla por inútil. Pero agrego esto solo: la libertad de juicio puede ser moldeada por métodos invasivos de varios tipos como manipulación, repudio, en fin. La “naturaleza” nos provee unos músculos y unas habilidades para pelear y para juntarnos con otros para defendernos. Hay todo tipo de planes humanos, unos de libertad y otros contra la libertad. Eso se dirime en algún momento con la capacidad de los que quieren ser libres para defenderse de los dictadores “naturales”. Eso llevaría a un segundo artículo sobre la trampa opuesta a la que estuve comentando, que es descansar en la naturaleza para proclamarse libre. No, la naturaleza tampoco nos quiere libres o no libres, es que la libertad individual se ha desarrollado porque ha sido exitosa, aunque está permanentemente amenazada. La naturaleza no va a resolver la cuestión, sino la ética, unas buenas razones para los que quieran escucharlas y, para los que no, los músculos.
El autor es abogado, máster en Economía y Ciencias Políticas, periodista, analista político y escritor.
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