Colombia en juego
A primera vista, las elecciones colombianas le han contado al mundo una historia diametralmente opuesta a la que el mundo lleva años contándose a sí misma. Me refiero a que las dos candidaturas que representaban al gobierno que negoció esos acuerdos, las de Humberto de la Calle, jefe del equipo negociador, y Germán Vargas Lleras, exvicepresidente de Juan Manuel Santos, obtuvieron votaciones liliputienses. A su vez, la candidatura crítica de esos acuerdos, la de Iván Duque, obtuvo el primer lugar con 39%. El mensaje parecería, pues, contrario a la paz.
Esta lectura es simplista. Una mayoría de colombianos apoyaba, en su momento, las negociaciones de paz que produjeron los acuerdos de noviembre de 2016. ¿Cómo podrían estar a favor de la violencia apenas año y medio después? La campaña de Iván Duque no puso un énfasis especial en esta materia y nunca ofreció acabar con los acuerdos, sólo corregir el exceso de impunidad y la insuficiente rendición de cuentas. Las candidaturas de Sergio Fajardo, que alcanzó el 23% de los votos, y Gustavo Petro, el líder de izquierda que obtuvo 25% y disputará con Duque la Presidencia, suman un universo de votantes movidos por distintos estímulos pero que apoyan, mayoritariamente, los acuerdos. Sólo que esos votantes han perdido la fe en los encargados de aplicar la paz que negociaron. Para los votantes de Fajardo el gobierno actual encarna la corrupción y la mala gestión de los acuerdos alimenta el riesgo de que las manijas del reloj retrocedan violentamente.
No fueron los acuerdos de paz, por raro que suene, el asunto más visible de la campaña electoral colombiana. Los votantes de Duque ansían un liderazgo enérgico para frenar lo que consideran una deriva populista y un peligro externo poco menos que existencial: la dictadura de Venezuela. Los votantes de Petro sienten la misma inquina -quizá mayor- contra Santos que los votantes de Duque y su preocupación es más bien social, en una economía muy desacelerada. Los pocos departamentos en los que Petro ganó, apenas nueve, concentran la mayor pobreza. Los votantes de Fajardo, cuyo respaldo tanto Duque como Petro codiciarán en la segunda vuelta, tienen ese componente regenerador de las instituciones que suele estar detrás de los “outsiders”. Fajardo, exalcalde de Medellín y exgobernador de Antioquia, no es un “outsider” en un sentido estricto, pero sus votantes veían en su mensaje contra los políticos corruptos exactamente eso.
¿Cómo van a distribuir su adhesión en el balotaje quienes no votaron por Duque o Petro? Por lo pronto, muchos congresistas y funcionarios del partido de la “U” y la jerarquía del Partido Liberal, oficialistas ambos, se han inclinado ya abiertamente por Duque y temen la llegada de la izquierda al poder en un contexto en que los disidentes de las FARC siguen empeñados en la violencia y la dictadura venezolana está contaminando a Colombia. Los partidos de la coalición de Fajardo tienden, por su parte, hacia la izquierda. Todo apunta, pues, a una segunda vuelta algo más disputada de lo que la amplia ventaja de Duque sobre Petro en la primera sugiere.
Aún así, se hace muy difícil creer que Duque, a quien le hacen falta un par de millones de votos y medio y ha demostrado ser un candidato notable a sus apenas 41 años, puede ser derrotado por Petro, a quien le hacen falta más de cinco millones y que en la Colombia de hoy no ofrece seguridad suficiente frente a los peligros que acechan a la democracia desde adentro y afuera.
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