‘La sociedad abierta y sus enemigos’
El título de esta columna es el de uno de los libros fundamentales de Karl Popper, filósofo austriaco de gran influencia en el desarrollo de las ciencias sociales en occidente en el siglo XX. En esta obra plantea que la forma de gobierno de mayor proyección es la democracia liberal. Desarrolla su tesis definiendo como personalidades históricas contrarias al pensamiento liberal a algunos notables eruditos como Platón, Hegel y Marx.
He tomado esta obra como antecedente de algunas formas culturales que vivimos en la actualidad. Además, en esta búsqueda de referentes filosóficos de lo contemporáneo se debe considerar la contribución de Freud por sus trabajos que constituyen una seria tentativa de comprensión de lo social, partiendo de la relación del mundo interior de los individuos con su entorno, en la cual lo sexual tiene un papel determinante. La obra del eminente psicoanalista austriaco influyó en los movimientos sociales del siglo XX. La Escuela de Fráncfort, que agrupó el pensamiento de muchos académicos y que tuvo gran incidencia en las manifestaciones culturales del siglo anterior y aún la tiene en algunas de las actuales expresiones, fue influenciada también por el pensamiento del connotado profesor. Uno de los mayores representantes de ese grupo de intelectuales, Marcuse, en sus ya clásicos libros Eros y civilización y El hombre unidimensional, refleja ese ascendente y lo utiliza en su propuesta de ruptura de formas de convivencia que constriñen esencias humanas como la libertad y la búsqueda legítima y salvadora del disfrute.
Ciertas manifestaciones sociales actuales tienen, entre otros, esos referentes. Sin embargo, esas miradas no son las únicas. Existen otras que defienden puntos de vista opuestos a la liberalidad y que deben ser aceptadas también como posibles y desde ahí respetadas, para que a partir de las diferencias construyamos escenarios sociales que incluyan todas las voces. Si el debate entre formas distintas de ver el mundo se centra en la desvalorización de los argumentos del otro, nos ubicamos precisamente en el espacio que discursivamente rechazamos, pues nos volvemos intolerantes y unidimensionales. La voz de los tradicionalistas y conservadores debe ser respetada y quienes no se identifiquen con sus afirmaciones deben comprenderlas. Lamentablemente, eso no sucede y, mutuamente, los unos y los otros se descalifican y denigran. Naturalmente, en esta forma de relación, el objetivo siempre será vencer e imponerse y no construir escenarios colectivos.
En el verdadero humanismo la libertad es uno de sus elementos esenciales. La libertad de pensamiento es un valor supremo cuyo ejercicio real permite crear espacios en los cuales todos aportan y aprenden los unos de los otros. Se debe defender lo que se cree es correcto. Unos pueden promover la liberalidad de costumbres y otros las virtudes conservadoras. No todo es bueno por ser liberal ni es malo por ser conversador o a la inversa. Si no practicamos la tolerancia, esta será destruida precisamente por los intolerantes, provengan estos de una u otra vertiente. No puede ser que en nombre de la libertad se atente en contra de ella, y eso es lo que se hace cuando se debate con diatribas, improperios o falacias.
- 23 de enero, 2009
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