Las tentaciones de López Obrador
México no es Venezuela y Andrés Manuel López Obrador no es Hugo Chávez. Las diferencias son muchas y ya han sido bien explicadas. Pero eso no quiere decir que la experiencia venezolana de los últimos 20 años nada tenga que aportar a nuestra visión de cómo puede ser el México de López Obrador.
Quizás la lección más importante de lo que sucedió en Venezuela es que el continuismo es una amenaza mucho más peligrosa que el populismo. Lo que hundió a Venezuela no fueron las políticas populistas de Chávez y Maduro, sino lo mucho que han durado. El Estado fallido que es incapaz de alimentar a su gente, darle medicinas, protegerla del crimen o cortar la inflación más alta del mundo es el resultado de haber tenido al mismo régimen, haciendo lo mismo, por 20 años. Cinco o seis años de malas políticas le hacen daño a cualquier país. Décadas de mal gobierno de una misma camarilla que detenta todo el poder lo destruyen.
¿Qué tiene que ver esto con México? Ojalá que nada. Desde 1933, el artículo 83 de la Constitución mexicana prohíbe la reelección del presidente. Hasta ahora, ningún mandatario ha logrado cambiar esta norma. No porque algunos no lo hayan intentado, sino porque esa misma Constitución impone requisitos muy exigentes para su reforma. Para cambiarla es necesario que dos terceras partes de la Cámara de diputados y otro tanto del Senado voten a favor, así como la mitad de las legislaturas locales.
Ningún Gobierno mexicano ha tenido en las últimas décadas tal nivel de control político. Hasta ahora. El triunfo electoral de López Obrador y las agrupaciones políticas que lo apoyaron fue tan enorme que su coalición solo tendría que “voltear” a unos cuantos diputados y senadores para contar con los votos necesarios para cambiar la Constitución. Y ya tiene el control de la mayoría de las legislaturas locales. Todo indica que, si el presidente López Obrador quiere, puede cambiar el artículo 83. De hacerlo, él no sería una excepción, sino que formaría parte en una larga lista de presidentes que cambian las reglas para alargar su estadía en el poder. Rusia, Bolivia, Turquía, China y Sudáfrica son ejemplos recientes de lo que, lamentablemente, es una tendencia global.
Los gobernantes que proponen un cambio constitucional suelen justificarlo como un requisito indispensable para enfrentar los males del país. La lucha contra la corrupción, la pobreza y la injusticia social se usan con frecuencia para explicar la necesidad de cambiar la Constitución. Estas justificaciones suelen ser un truco para distraer la atención de la opinión pública de la principal motivación del presidente: continuar en el cargo. Hugo Chávez, por ejemplo, justificó el cambio que culminó permitiendo su reelección y concentrando el poder en sus manos, repitiendo hasta la saciedad que solo aprobando su nueva Constitución se podrían eliminar la pobreza y la desigualdad. No resultó así. Ese cambio constitucional creó las condiciones que hoy diezman a los pobres cuyos intereses Chávez decía representar.
Es posible que la experiencia venezolana con el cambio constitucional sea irrelevante para México y que el presidente López Obrador se limite a gobernar durante el periodo constitucional de seis años. Y que no intente tener más poder del que ya tendrá. Después de todo, como presidente, será jefe de Estado, jefe de Gobierno y jefe de las Fuerzas Armadas. También es el jefe de su partido y líder de la coalición que lo llevó al poder, la cual tendrá la mayoría absoluta en el Congreso. Esto le permitirá a López Obrador promover iniciativas que tendrán garantizada la aprobación del Poder Legislativo. Además, tendrá la posibilidad de colocar a sus partidarios en cargos claves del Poder Judicial, incluyendo la Suprema Corte de Justicia.
El riesgo real es que López Obrador caiga en la tentación de querer quedarse por seis años más. Paradójicamente, la experiencia internacional sugiere que mientras peor les van las cosas a los presidentes, más intenso es su deseo de continuar en el poder. Otra importante lección a tener en cuenta es que los gobiernos populistas suelen comenzar bien y terminar mal. Al cabo de unos años las políticas económicas más comunes entre los populistas resultan difíciles de sustentar y el empeño del Gobierno en continuarlas agrava sus efectos indeseables.
Esto no tiene por qué sucederle a México ni a López Obrador. De hecho, el tono conciliador que ha adoptado desde que ganó las elecciones le han dado mucha esperanza a los millones de mexicanos que no votaron por él. Lo mismo ocurrió con Chávez después que ganó las elecciones. Prometió todo a todos, pero nunca dudó en hacer todo lo contrario de lo que había prometido.
Ojalá esta no sea otra lección que los mexicanos tengan que aprender.
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