Algunas cuestiones disputadas sobre el anarcocapitalismo (XXI): sobre tecnología
Como se apuntó en un escrito anterior, las personas que integran los Estados han desarrollado ingeniosas tecnologías sociales para hacer más sofisticada y efectiva su posición de dominio. Pero también han sabido aprovechar tecnologías materiales para conseguir los mismos fines. El Estado moderno, que tiene sus orígenes en la época del Renacimiento, es indisociable de las tecnologías bélicas asociadas al uso de la pólvora (cañones, mosquetes…) que aparecen en el siglo XV. Estas tecnologías permiten destruir fácilmente castillos y fortalezas y, por lo tanto, facilitan a los gobernantes acabar con las fuentes de poder local y nobiliario que dificultaban su dominio territorial (recordemos que uno de los rasgos determinantes del Estado moderno es su monopolio territorial del poder). Nobles y poderes urbanos se van a ver lentamente desposeídos de su capacidad de defensa frente a los mejores medios militares a disposición de reyes hábiles en el uso de estas modernas tecnologías (los Reyes Católicos son un buen ejemplo) hasta que finalmente quedan subordinados al poder central. La destrucción de los castillos de los levantiscos nobles gallegos, por ejemplo, priva a estos de su poder local y facilita la introducción de instituciones de justicia y seguridad propias de la moderna forma política (eliminación de la justicia señorial y establecimiento de milicias estatales tipo Santa Hermandad).
Este proceso es relativamente lento y complejo y es común a varios países europeos hasta que su consolidación en el sistema de Westfalia, que dará lugar con el tiempo a la configuración del moderno espacio europeo de Estados. Este proceso es bien narrado por Gunther Barudio en su libro sobre el absolutismo o en la obra de Henrik Spruyt sobre la derrota de las formas tradicionales de poder (ciudades estado, ligas, Imperio) frente al moderno Estado-nación. Muchos de estos historiadores inciden en el papel central de las aplicaciones de la pólvora en estos procesos.
Las tecnologías aplicadas por los gobernantes no sólo sirvieron para la construcción de Estados sino también de imperios. Headrick, en su libro Los instrumentos del imperio, explica cómo el telégrafo o la quinina entre otras invenciones fueron usados en la construcción del Imperio británico. Muchos imperios fueron ayudados en su desarrollo por invenciones originalmente no pensadas para tales propósitos, pero convenientemente apropiadas por los gobernantes y aplicadas a tal fin les sirvieron de gran apoyo. El alambre de espino, al que nos referimos en otro escrito, las cartas marítimas o el tractor (adaptado a carro de combate) fueron algunos de los innumerables ejemplos de invenciones hábilmente aprovechadas.
No sólo se aprovechan tales bienes para el dominio, sino que entre las distintas aplicaciones o desarrollos que puede alcanzar un determinado artefacto o técnica, los gobernantes han acostumbrado a promover aquellos que mejor favorecen a sus intereses. Es el caso, por ejemplo, del desarrollo de determinadas fuentes de energía o de transporte. Lewis Mumford, autor de libros como Técnica y civilización o La carretera y el Estado, ha elaborado una teoría muy elaborada al respecto. Mumford nos explica de forma detallada cómo los Gobiernos han optado por promover formas de producción de energía eléctrica de forma centralizada y a gran escala (en vez de la forma descentralizada con barras eléctricas locales que se había impuesto al comienzo de la electrificación), de tal forma que los gobernantes pudieran controlar de forma fácil el suministro eléctrico del país. El propio diseño de los sistemas de energía sigue esquemas estatistas, pues está adaptado a la escala del propio Estado y no siguiendo imperativos técnicos de producción. Es más, los gobernantes de muchos países intentan controlar el suministro a través de la titularidad estatal de las empresas eléctricas o regulándolas estrechamente si estas son privadas. También impiden el acceso de empresas de otros países o la introducción de nuevas empresas en el sector si esto no fuese de su conveniencia. Algo similar ocurre, con diferentes grados de intervención, en el ámbito de las telecomunicaciones, obligadas también a seguir una lógica de escala nacional, con lo fácil que podría ser establecer redes de telecomunicación internacionales o a escala continental o global o, al revés, de tipo local o regional si fuese pertinente. La lógica estatal es causa de numerosas ineficiencias en la prestación de servicios. Lo mismo acontece con la lógica estatal de transporte. Por ejemplo, con los sistemas de correos o los sistemas de transporte de personas. Las tecnologías aeroportuarias, ferroviarias o las carreteras están diseñadas en algunos Estados, los de tradición más jacobina, para centralizar los tráficos de personas o mercancías. De esta forma el poder central busca controlar desde el centro las infraestructuras, como es el caso de la llamada Estrella de Legrand francesa o el sistema radial español, con su famoso kilómetro cero desde el que parten las principales carreteras españolas o su hub aeroportuario en Barajas.
Muchas tecnologías han sido, por lo tanto, usadas para centralizar y para facilitar el poder estatal, pero ¿puede acontecer a la inversa? Esto es, ¿pueden usarse tecnologías existentes para disminuir el poder del Estado, para dificultar su dominio o para sustituir sus funciones? Está claro que sí, siempre y cuando se usen para este fin. Las tecnologías como tales son neutrales, no son pro o antiestatistas, pero sí lo es su uso concreto o la forma en la que estas se diseñan. De hecho, existe una enorme potencialidad en muchas de las modernas tecnologías para alcanzar este fin. Pensadores libertarios como Karl Hess, conscientes de este hecho, propusieron ya hace bastante tiempo la idea de crear tecnologías que pudiesen ayudar en la tarea de minar los poderes estatales. Esto es, orientaron su discurso a resaltar que la confrontación con el Estado no debería hacerse sólo en el ámbito de la economía o la teoría política, sino en el diseño consciente de tecnologías antiestatistas.
Pensemos por ejemplo en el diseño de internet. Es esta una tecnología muy descentralizada que bien llevada imposibilita o dificulta muchísimo el control estatal y puede funcionar de forma autónoma. Desde sus comienzos se ha dado una lucha feroz entre los partidarios de facilitar su control por los agentes estatales y los partidarios de poder ocultar sus contenidos a la fiscalización del Gobierno. En los años 90, como bien relata el libro Crypto de Daniel Levy, Al Gore trató de obligar a las incipientes empresas suministradoras de internet a abrir sus códigos de tal forma que el Gobierno pudiese acceder sin trabas a sus contenidos. Fueron un grupo de ciberlibertarios quienes gracias a su desarrollo de avanzadas técnicas criptográficas lograron preservar la privacidad en el uso de las redes. La lucha continúa y se han dado grandes batallas, como todas las que rodearon al intento de control estatal de las tecnologías tipo Napster, quienes al verse atacadas desarrollaron alternativas tipo Kazaa y luego todos los modelos absolutamente descentralizados tipo eMule o eDonkey, hasta llegar a las modernas tecnologías basadas en la arquitectura blockchain y sus sucesivas y cada vez más sofisticadas derivadas. Cierto es que los Estados pueden rastrear cualquier información aparecida en internet, pero esto les requiere cada vez más esfuerzo para conseguir resultados cada vez más exiguos. Esto tiene mucho que ver, como apunta Grafman en su genial La araña y la estrella de mar, con la dificultad de intentar controlar organizaciones o grupos descentralizados y sin líder claro. Grafman hace referencia a la dificultad que tuvieron los españoles, los mexicanos y los estadounidenses para conseguir dominar a los apaches, debido a su enorme descentralización y a que respondían a las ofensivas con una mayor descentralización y con el nomadismo. De hecho, según relata el autor, siguiendo a Tom Nevins, historiador de los apaches, tuvieron que crearles un protoestado para poder centralizarlos y reducirlos en reservas.
De momento los desarrolladores de internet van mucho más rápido que los intentos de los gobernante por controlarlos y de ahí pueden surgir alternativas que reduzcan sustancialmente el poder de los Estados. Las redes pueden crear comunidades autogobernadas fuera, en algunos ámbitos, del control de los gobernantes, al estilo de las filés propuestas por David de Ugarte y desarrolladas entre otros por libertarios hispanos como Juanjo Pina, y pueden desafiar algunos de los poderes centrales del Estado al posibilitar la creación de comunidades alternativas, difícilmente controlables, por lo menos con las formas actuales de control. De entrada, los contratos inteligentes asociados a estas tecnologías podrían poner en cuestión el papel estatal de garante de la propiedad al posibilitar la instauración de registros de la propiedad privados, con un doble resultado, que serían, primero, el de ocultar las propiedades al escrutinio del Gobierno y, en segundo lugar, el de poder negociarlas en ausencia de regulación y control. El ataque al poder fiscal sería rápidamente perceptible. Podrían también, por ejemplo, desafiar el actual cuasimonopolio estatal de creación de moneda y crédito a través del desarrollo de criptomonedas al estilo del bitcoin o de sus cada vez más sofisticadas derivadas. De triunfar, el control fiscal del Estado y su capacidad de financiación se verían seriamente afectados. Lo mismo que la creación de bancas digitales a través de páginas de internet que quiebren el control y las regulaciones de los bancos centrales sobre la banca comercial. No es preciso recordar que el actual sistema estatal de control monetario implica la cooperación de bancos comerciales que disfrutan de ciertos privilegios a cambio de su colaboración. Esto no quiere decir que de generalizarse el uso de las monedas digitales el poder del Estado se esfume por completo, pero sí que puede perder una de sus principales herramientas de control social.
Algo semejante puede ocurrir con el monopolio estatal de la educación y de la expedición de títulos académicos. Las nuevas tecnologías educativas, desde los cursos gratuitos de webs como Coursera o la Academia Khan, a la difusión de tutoriales gratuitos sobre todas las materias de la enseñanza básica y combinado con la enorme cantidad de materiales gratuitos que se pueden hallar en las innumerables bibliotecas digitales que se encuentran en la red. Hasta ahora el conocimiento superior de alta calidad se encontraba centralizado en institutos de investigación y universidades, buena parte de ellos sometidos a la tutela estatal. Acceder al conocimiento implicaba muchos costes, derivado del difícil acceso a profesores y a libros y al tiempo necesario para poder llegar a ellos. Ahora cualquier persona que disponga de algún dispositivo conectado a la red puede acceder a millones de libros y a las clases de los profesores que le apetezca escoger, y esto a todos los niveles desde el más básico a los más superiores. Universidades y escuelas fueron en buena medida diseñados para controlar y regular el acceso a ideas y conocimientos, pero el desarrollo de estas tecnologías puede contribuir a quebrar el monopolio del conocimiento. Sólo me gustaría recordar que hace tan poco como veinticinco años e incluso para una persona como yo que trabaja en una universidad relativamente bien dotada, el acceso a libros de la Escuela austriaca o de teoría libertaria era enormemente difícil y caro, mientras que hoy en día cualquier persona interesada puede encontrar (y traducidos) centenares de libros de estas tradiciones con los cuales poder acceder al conocimiento en ellos recogido. Y esto ocurre con todas las escuelas de pensamiento, y en todas las parcelas del conocimiento de tal forma que las ideas de las distintas escuelas y filosofías pueden ser fácilmente contrastadas. En mis tiempos de universitario primaban determinadas doctrinas académicas en la universidad (keynesianos y marxistas) y no sólo no sabíamos que existían otras escuelas sino que aún en el caso de saberlo acceder a ellas era muy difícil. Hoy en día el monopolio de las ideas acerca del poder, el Estado y la economía ya no puede ser monopolizado.
Los desarrollos de las nuevas tecnologías pueden cuestionar el poder del Estado en muchos otros ámbitos como la sanidad o incluso la seguridad. Queda para ulteriores trabajos desarrollar estos temas, pero sí que me gustaría recalcar el punto de que el desarrollo de las ideas de la libertad no sólo compete a los teóricos. Ingenieros y técnicos tienen mucho que aportar, y su labor es fundamental. Es por tanto tarea crucial que estos, a la hora de diseñar sus ingenios, lo hagan desde este punto de vista y no desde el de favorecer el trabajo del Estado. Aquí está la clave.
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