Nadie hablará de ellos cuando hayan muerto: el brutal acoso a los periodistas independientes
La fortuna de vivir en una sociedad abierta es que el peso de las instituciones democráticas contiene los espasmos autoritarios de los gobiernos de turno. Cuando más, por ejemplo, los medios que son blancos de ataques del presidente Donald Trump sufren agravios en mítines políticos donde el público los increpa animados por el propio mandatario.
Desde luego, no es una situación ideal y cualquier intento por desacreditar las informaciones independientes socava la esencia misma del pluralismo. No obstante, estos embates son minucias comparados a los atropellos de regímenes tiránicos que están dispuestos a todo con tal de silenciar a los opositores y a la prensa que se atreven a señalar los entresijos de las cloacas políticas. Mientras escribo esta columna un disidente o un periodista independiente está siendo acosado, encarcelado, o tal vez asesinado en algún lugar del mundo.
De todos es sabido que el presidio político en China es particularmente cruel. Tanto, que uno de sus Premio Nobel, el escritor Liu Xiabobo, murió hace un año en un hospital de un cáncer que nunca fue tratado en prisión, sin siquiera haber tenido la oportunidad de viajar al extranjero para recibir su galardón. En las mazmorras de Corea del Norte los disidentes sufren torturas. En Myanmar periodistas de Reuters se pudren en celdas por informar sobre la matanza de los refugiados Rohingyas. Y en Cuba hay presos políticos en huelga de hambre como Tomás Núñez Madariaga.
Solo unos pocos ejemplos de la ignominia que campea a sus anchas. Hablemos también del periodista saudí Jamal Khashoggi, cuyo paradero se desconoce desde que el pasado 2 de octubre entró al consulado de su país en Estambul para un trámite burocrático. Según informaciones de la inteligencia turca y de medios que investigan los hechos, todo apunta a que un operativo montado por la monarquía de Arabia Saudí pudo haberlo matado en el consulado y después mutilaron el cadáver para llevarse los restos en un avión privado que ese mismo día despegó de Estambul. Khashoggi, que escribía para el Washington Post sobre temas de Oriente Medio, era abiertamente crítico acerca de las políticas del príncipe heredero. De confirmarse estas graves sospechas, las horas finales de Khashoggi hacen palidecer la sangrienta violencia de los filmes de Quentin T
Unos días después de que el periodista saudí desapareciera, en otro extremo del mundo, en Venezuela, un político opositor, Fernando Albán, moría en extrañas circunstancias en las dependencias de la policía política (SEBIN) del gobierno de Nicolás Maduro. Según versiones oficiales, Albán, que estaba preso, se lanzó al vació desde un balcón del edificio. Los esbirros del madurismo lo han clasificado de “suicidio”, pero este oscuro episodio despide el hedor de un crimen político en un país donde las vejaciones son el pan de cada día entre la disidencia encarcelada. La muerte del concejal enciende las alarmas sobre la suerte de otros presos políticos como el diputado Juan Requesens, a la merced de sus represores.
Es necesario denunciar sin tregua a los sátrapas de este mundo que persiguen, acosan y hasta matan impunemente a quienes los denuncian o se apartan de los círculos de poder tóxicos. Basta con mencionar al gobernante ruso Vladimir Putin, máximo verdugo de críticos y opositores. Un ex KGB que envía sicarios allá donde haga falta para esparcir agentes nerviosos mortíferos, venenos infalibles, disparos precisos. Grupos alternativos como las Pussy Riots, políticos de la oposición, colectivos LGBT y periodistas desafectos han sido víctimas de sus sucias artimañas. Los tentáculos desestabilizadores del Kremlin sacuden los cimientos de las democracias occidentales, digan lo que digan sus amigos y socios coyunturales.
Mientras lee esta columna en alguna parte un disidente, un periodista o un individuo indefenso pero valiente es víctima de un atropello. Hace unos años dos buenos amigos, el director de cine Agustín Díaz Yanes y el productor Edmundo Gil Casas, llevaron al cine una magnífica película sobre el duro destino de los perdedores. Hoy, con su permiso, les robo y altero ligeramente el título de su filme: Nadie hablará de ellos cuando hayan muerto. Recordémoslos al menos por un día.
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- 23 de enero, 2009
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