No reconozco al liberalismo
Si me invitan a formar parte de un grupo “liberal” o “libertario” en Facebook no acepto porque calculo que hay un ochenta por ciento de posibilidades de que no promuevan mis valores sino los opuestos. Tres años atrás no hubiera tenido ese reparo y la única razón que hubiera tenido para no aceptar la invitación hubiera sido evitar acumulación de notificaciones.
En ese período vi difundirse todo tipo de sofismas acerca de que el proteccionismo y el nacionalismo eran lo más liberal de todo, en nombre de una idea colectivista de propiedad estatal y de resistencia a un gobierno mundial. Simultáneamente la amenaza del terrorismo islámico era una invasión musulmana unida en asociación libre de ideas a una invasión mexicana por la frontera sur de Estados Unidos. La tolerancia a las minorías sexuales pasó a ser “marxismo cultural” y el Cara al sol se hizo el himno del “verdadero liberalismo” cuyo objeto principal es la moral sexual. La resistencia contra el marxismo es para mantener la heterosexualidad. En meses vi gente pasar de argumentar que el Che Guevara era homofóbico a sostener “no se quejen de nuestra homofobia que el Che Guevara era más”. Y no se trata simplemente de los prejuicios que arrastramos en todos nuestros países, sino de colocar esta cuestión en el centro de atención de la política y como prenda de unión de liberalismo de chicos malos.
Hoy Jair Bolsonaro es el ídolo de este liberalismo que está predominando para mi asombro. No me creo para nada que tenga que ver con la ya desmentida privatización de Petrobrás o la promesa de bajar impuestos, sino con una identificación con su odio al fantasma de la “ideología de género” y su opinión sobre los homosexuales, a quienes él arreglaría pegándoles si fueran sus hijos, aunque según sus camaradas de maldad serían enfermos. Este tratamiento psiquiátrico sería a su vez el modelo familiar ideal, tradicional, haciendo de Bolsonaro un hipotético padre ejemplar, junto a Vladimir Putin, que aunque envenene a algunas personas es bien machote. Así que no hay que exagerar con criticarles estas cosas, son solo inventos de la corrección política. Pero resulta que los minimizadores las comparten, no es siquiera que las toleran. No es la hipótesis de en qué se puede convertir Bolsonaro lo complicado, después de todo terminar con la hegemonía del PT es una buena noticia, siempre que esto no termine siendo peor. La alarma actual y no potencial son estos liberales horneados en tres años, ellos sí son una amenaza indiscutible.
Toda esta brutalidad hace que en la Argentina haya gente que pase de venerar a un socialdemócrata populista que está institucionalizando todo lo peor del kirchnerismo, como Mauricio Macri a encolumnarse detrás de este nuevo salvador de la heterosexualidad amenazada por el comunismo maricón en un par de semanas triunfales. De uno a otro, siempre en nombre del liberalismo que lucha contra malos.
Veo aparecer artículos en portales liberales que son derivaciones de los disparates mayúsculos, racistas y antiliberales de Hans Hermann-Hoppe (tratados detenidamente en mi libro Lo Impensable. El curioso caso de liberales mutando al fascismo), que no es asesor del falangismo sino estrella del Mises Institute.
Todos están cargados de religión, específicamente de cristianismo, pero es una clase de cristianismo despojado por completo de bondad. Como una perfecta barrabasada para controlar una disciplina social, moral, sexual, en el siglo XXI, que hará posible la privatización de todo y la vigencia del derecho de propiedad. Religión y política es totalitarismo, ni siquiera autoritarismo.
¿Qué es esto? ¿Liberalismo? Tanta gente que se habla como especialista de todo tipo de disciplinas, que van de la psiquiatría a la genética y la “geopolítica” (nunca puede faltar en una buena noción idiota del mundo) que parecen coincidir casualmente con los mandatos bíblicos, según una de sus múltiples interpretaciones. Es un tiempo de terraplanismo y castidad liberal, junto con un “racismo privado”.
La verdad es que estuve tres años tratando de contener esta infiltración o no sé cómo llamarla, sin ver a mucha gente responder la avanzada de una derecha cazafantasmas a la que le tiemblan las piernas cuando se les acercan los prepotentes estudiantes de la izquierda de las universidades que iban a conquistar, pero se han construido este pavor a los transexuales a los que han elegido como contendientes imaginarios para disimular su impotencia intelectual frente a los verdaderos problemas. Siempre los cobardes buscan Bolsonaros, es la história trágica del sometimiento al salvador. Es la escena de Game Of Thrones en la que la plebe enardecida exuda su pequeñez y pusilanimidad escupiendo a quién besaban los pies días atrás, siguiendo la propuesta de un psicópata que actúa en nombre del “bien” llamado Gorrión Supremo.
Este liberalismo es un enorme basural y el silencio que lo acompaña en su transformación es algo tanto peor a un basural que no tiene una palabra para designarlo.
Tengo problemas hoy para llamarme liberal o libertario y sigo pensando lo mismo que pensé siempre, que lo único sagrado es el individuo.
Claro, todo esto es una reacción al avance anterior de la izquierda, que durante muchos años el liberalismo más organizado no enfrentó. También lo fue el fascismo en la década de los treinta y las argucias eran parecidas, aunque aquellos no buscaron confundirse entre los liberales. También Fidel Castro fue una reacción a la dictadura de Batista y Chávez a la corrupción política. El problema es con qué se reacciona, no simplemente reaccionar. Se reciclan teorías sobre las diferencias raciales en nombre de la ciencia y esto no viene sino de corrientes que se llaman libertarias. Eso es confirmar a la izquierda, no responderle.
La “ideología” de género ha reemplazado a la invasión musulmana. En Argentina el Gobierno está armando un sistema para cruzar los ingresos de las personas con sus gastos para encontrar inconsistencias. Falta poco para que se ponga a aprobar lo que compran los argentinos y que no, como los K hacían a la hora adquirir dólares pero aplicado a todo. Los liberales, libertarios o barrabasistas, ya no sé cómo identificarlos, están hablando de la campaña en Brasil y de cómo el Estado quiere obligarlos a pintarse los labios por presión del “lobby gay”. Este lobby ocupa el lugar de la sinarquía internacional y en su versión actual está pagado por George Soros.
Un tipo de Dios católico en una versión malvada y vengativa es el garante de la libertad libertaria realista, ya no una constitución o que cada uno viva como quiera, menos el secularismo que es un pecado un poco más grave que el “marxismo cultural”. Estar a favor del aborto es ser comunista. Y no es que crea que haya que estar a favor para no serlo tampoco, simplemente todo depende de las razones que se utilicen, pero la asociación automática tiene que ver con esta tribalizacion moralista de un liberalismo perdido en su sentido. La naturaleza es el plan divino escrito en los genes, ya no en la Biblia. Es que hasta como movimiento religioso dan vergüenza, no hacen más que disfrazar sus órdenes para la sociedad de hechos descubiertos en el laboratorio, sin siquiera duda por el hecho de que la naturaleza humana no puede ser reducida a eso. Gente que cree que hay alma, está buscando su moral en la genética, error que no cometerían los genetistas.
El movimiento este del liberalismo irreconocible partió de una hipótesis falsa: el liberalismo existe en un contexto cultural determinado, es decir, si se mantiene una cierta forma de vivir, que cuando la quieren expresar no pueden ser más que dogmas y la fuente de dogmas principal es el cristianismo. No voy a discutir eso ahora porque sería alargar demasiado esto, pero basta ver a dónde llevaron a tantos liberales, tal vez la mayoría, para sospechar que el planteo era erróneo desde el principio. La cultura es ahora el pan C de la normatividad moral de esta derecha; en Mi lucha se pueden encontrar explicaciones similares.
¿Es esto el liberalismo? No tengo nada que ver con eso si es así. No tengo razones para compartir eventos o difusión de ideas o simpatías por determinadas fundaciones o centros de estudios con esa versión, no me une parentesco moral o político alguno. No creo siquiera que haya tal cosa como un mercado sostenido por un déspota disciplinador moral. No se trata solo de un ataque de moralina de parte de gente a la que por mi parte no le conocía afición por la religión alguna. La moralina llevada a la política es nazismo y esta es el centro neurálgico de su acción política. Sé que son gente muy sensible que se ofende mucho cuando se los llama nazis. Casi reclaman un safe space para exponer sus teorías, pero ahí están sus raíces. Su paso de Bolsonaros a víctimas es tan rápido y oportunista como el de la ultra izquierda.
El liberalismo que yo conocía hubiera distinguido las políticas igualitarias, sea de género o de cualquier otra cosa, de la vida privada de cualquier persona a la que había que proteger. No tendría complejos en defender como libertad muchas de las cosas que los socialistas tratan como igualdad. Esa es una confusión que nadie podía tener, por eso trato esto como infiltración. Así como la izquierda propone políticas de igualdad de género, del otro lado se responde que la desigualdad de género es un propósito en sí mismo relacionado con la propiedad, como disparatadamente propone el señor Hoppe. Como si a las políticas de acción afirmativa contra el racismo que proponían los movimientos de derechos civiles en los cincuenta, un liberalismo hoppeano le hubiera contestado reivindicando la esclavitud.
No hay mucho más que decir sobre el asunto porque para nada creo que esté hablando de algo que los demás no ven. No quiero llamar a un escribano para que lo certifique y la verdad es a partir de ahora tal vez me ponga a mirar, como hacen todos.
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