Cuatro errores económicos demasiado extendidos
El economista Bryan Caplan, en su libro El mito del votante racional, explica por qué las democracias tienen una enorme tendencia a producir políticas económicas equivocadas. Parte de la teoría de la elección pública, que explica por qué los votantes no tienen incentivos para estar bien informados de todo cuanto se decide a través del Estado: cada voto individual tiene un impacto insignificante en el resultado final y los costes de equivocarse están socializados entre un gran número de personas. Pero Caplan afirma que el problema es aún mayor: los votantes no se limitan a permanecer ignorantes sobre materias como política económica, sino que la gran mayoría de ciudadanos tiende a equivocarse en la misma dirección, convencidos de que están en lo cierto.
Suele decirse que los economistas nunca se ponen de acuerdo en nada, pero la realidad es que sus puntos de vista, comparados con los del resto de la población, son más similares de lo que podría parecer. El autor analiza en detalle la evidencia extraída de macroencuestas, como la Survey of Americans and Economists on the Economy, y descubre que hay grandes ámbitos en los que los economistas tienden a opinar lo contrario de lo que opinan los no economistas. A partir de los datos, la conclusión de Bryan Caplan es que existen al menos cuatro enormes errores económicos que los votantes tienden a cometer de manera sistemática. En 2018, más de dos décadas después de estos estudios, da la sensación de que estos cuatro grandes sesgos económicos no sólo siguen igual de vigentes: parece que de hecho se han agravado.
El primer gran sesgo económico no extrañará nada a los liberales: se trata del sesgo antimercado (anti-market bias). Los economistas, aún con sus diferencias, tienden a pensar que el mercado es un mecanismo razonablemente bueno para coordinar y asignar la producción de una sociedad. Sin embargo, los no economistas ven el mercado con mucho más recelo: no terminan de creerse que la búsqueda del beneficio propio a través del mercado incentive a servir las demandas de los demás; no ven como algo positivo que profesionales o empresas obtengan beneficios resolviendo problemas o satisfaciendo necesidades de la sociedad; suelen considerar que el mercado asigna beneficios y pérdidas de manera injusta; y tienden a considerar más noble que sea el Estado quien proporcione servicios clave o que muchos mercados estén directamente prohibidos.
El segundo sesgo económico es el sesgo antiextranjero (anti-foreign bias). Los expertos en economía tienden a pensar que los tratos con personas de otros países son netamente beneficiosos. Por ejemplo, entre economistas hay amplio consenso en que el comercio libre es mutuamente beneficioso para cualquier país que participe de él, o que los aranceles y cuotas a la importación son una fuente de empobrecimiento. Además, perciben la inmigración como un fenómeno que económicamente tiende a ser beneficioso tanto para el inmigrante como para el país de acogida. Sin embargo, la inmensa mayoría de los no economistas tienen más problemas para ver el beneficio en los tratos con extranjeros, y ponen mucho más énfasis en las potenciales amenazas que el comercio internacional o la inmigración puedan suponer.
El tercero de estos grandes errores económicos es el sesgo de preservación de empleo (make-work bias). Es habitual entre los no economistas evaluar el desempeño económico no en función de los bienes y servicios producidos, sino por los puestos de trabajo que pueda generar. Normalmente se percibe como algo negativo la llegada de una innovación disruptiva o un cambio en el sistema económico que permita hacer más con menos, o que amenace a quienes ese avance les hace la competencia de forma directa. Sin embargo, los economistas suelen ser mucho más propensos a comprender que el progreso económico no se logra a base de conservar a toda costa los empleos existentes, sino a menudo mediante mejoras tecnológicas, empresariales u organizativas que precisamente amenazan esos empleos. Igualmente, tienden a entender mejor que el gran público que poner excesivas dificultades para que las empresas destruyan y creen puestos de trabajo, y puedan reorganizarse de manera dinámica, empeora la salud económica de la sociedad. A veces se piensa que una economía rígida al menos es más segura que una flexible, pero la realidad económica es la contraria: las economías más flexibles, donde más fácil es despedir, tienden a ser más productivas, tienen menos desempleo y disfrutan de salarios más altos.
Y, por último, el cuarto gran error económico ampliamente extendido es el sesgo de pesimismo (pessimistic bias). La sociedad tiende a sobrestimar la magnitud de los problemas económicos y subestima el progreso que ha habido en el mundo. La idea de que tiempos pasados fueron mejores o que el mundo empeora está extremadamente extendida. Sin embargo, los economistas son mucho más propensos a admitir los espectaculares avances de nuestras sociedades, a pensar que la situación del presente es muy preferible al pasado y que probablemente el futuro sea aún mejor. Los datos económicos hablan por sí mismos: la pobreza, el hambre, las muertes prematuras o el analfabetismo se reducen a tasas espectaculares. En los últimos doscientos años la humanidad ha vivido una revolución económica sin precedentes, y el bienestar general de la población no ha hecho más que mejorar. La realidad económica, pese a que pueda extrañar a muchos, es que el mundo nunca ha sido un lugar mejor.
Si estos cuatro sesgos ya estaban enormemente extendidos cuando se realizó el estudio hace dos décadas, un rápido vistazo al clima político actual revela que no sólo no han disminuido. Desde el estallido de la Gran Recesión, parecen haber ido a peor en Occidente. Un creciente sesgo antimercado ha generado la irrupción de partidos populistas de extrema izquierda en Europa, así como el aumento de popularidad de líderes socialistas en Estados Unidos como Bernie Sanders o Ocasio-Cortez. Un sesgo antiextranjero en aumento también ha tenido un enorme impacto político: se ha traducido en un aumento del populismo de derechas por toda Europa, y un aumento del proteccionismo, el nacionalismo y el rechazo a la globalización en Estados Unidos, lo que ha llevado a la Casa Blanca a Donald Trump.
Desde el punto de vista del sesgo de preservación de empleo no estamos mucho mejor. Cada vez está más extendida la idea neoludita de que hay que frenar la automatización y la robotización, que hay que poner impuestos especiales a las máquinas y a las nuevas tecnologías y que hay que prohibir nuevas formas de prestar servicios basadas en móviles o en Internet porque le hace la competencia directa a gremios muy poderosos e influyentes. Y, por último, el sesgo pesimista sigue presente en todas partes: los socialistas siguen pensando que cada vez el mundo es más pobre y hay menos bienestar material, los ecologistas que el planeta está en un rápido proceso de destrucción y los conservadores que la sociedad se ha vuelto decadente y sin valores.
Estos cuatro sesgos, claro está, no son arbitrarios. La humanidad ha vivido durante milenios en sociedades sin mercados, sin trato con personas ajenas a la tribu, en economías de suma cero y con muy poco desarrollo económico. Lo natural e intuitivo para el ser humano es la tendencia a pensar que los mercados son negativos, que tratar con extranjeros no es beneficioso, que los empleos hay que protegerlos a toda costa y que el mundo está, en términos económicos, cada vez peor. Pero en la actualidad, en una economía de mercado moderna y globalizada, todo esto sencillamente no es verdad. El problema, como argumenta Bryan Caplan, es que las grandes mayorías que sostienen estos enormes errores económicos, a través de la democracia terminan imponiendo a los demás sus nefastas políticas económicas. Por ello es imprescindible maximizar el ámbito de decisión del individuo y minimizar la capacidad el Estado de imponer malas políticas económicas.
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