Por los que no están y por los que no volverán
Para muchos estas fechas son días de celebración en familia. Precisamente esta temporada hace más evidentes las ausencias de quienes desaparecieron abruptamente o están encerrados contra su voluntad.
Acabará el año sin que nada se haya conseguido tras el atroz asesinato en octubre del periodista saudí Jamal Khashoggi, poco después de que entrara al consulado de su país en Estambul. Tanto la inteligencia de Turquía como la de Estados Unidos manejan evidencias de que el columnista del Washington Post fue asesinado y posteriormente descuartizado en la delegación oficial por sicarios a las órdenes del príncipe Mohamed bin Salmán.
Sin embargo, la condena internacional no ha servido de mucho y el propio presidente Donald Trump le ha dado prioridad a los lazos comerciales con el reino saudí antes que a la flagrante violación de los derechos humanos que ejerce esa monarquía déspota.
El crimen de Estado contra Khashoggi es una prueba de la impunidad con la que operan ciertos gobernantes sin que haya consecuencias mayores. De ahí el abrazo cómodo y la amplia sonrisa de Vladimir Putin con Salmán en la reciente cumbre del G-20. Indiferentes ambos al clamor por las revelaciones de que Khashoggi (quien fue señalado por sus críticas al príncipe) había sido desmembrado antes de que sus asesinos se deshicieran de sus restos. A fin de cuentas, los propios esbirros del presidente ruso matan a enemigos del Kremlin y a disidentes allá donde los encuentran y las democracias occidentales poco o nada pueden hacer contra sus desmanes.
El caso de Khashoggi es otro más de un periodista asediado por un régimen que a cualquier precio acalla a los medios independientes, tal y como está ocurriendo actualmente en Nicaragua, donde el binomio Daniel Ortega-Rosario Murillo aplasta a la prensa que denuncia sus corruptelas y su aparato represor, seguros de que pueden vivir con las manos manchadas de sangre sin pagar por ello. Los ejemplos que ha seguido este matrimonio tóxico son los de la dinastía castrista en Cuba y el chavismo que se ha enquistado en Venezuela como una metástasis imparable.
Hablando del país sudamericano, donde Nicolás Maduro se empeña en perpetuar el experimento fallido de la revolución bolivariana que impuso su mentor Hugo Chávez, los presos políticos rebosan las cárceles. En el presidio venezolano los opositores son torturados y también son ejecutados impunemente. La poca prensa independiente que queda como El Nacional apenas puede sobrevivir por el acoso gubernamental. Cada día que pasa Venezuela se hunde más en la miseria que copia del modelo famélico cubano, bajo el cual actualmente encontrar pan y otros productos derivados del trigo es como aspirar al milagro de que caiga maná del cielo.
En víspera de esta Navidad tan precaria en un país donde hubo riqueza y abundancia (aunque mal gestionada por gobiernos corruptos antes de la llegada del chavismo), la familia del preso político Juan Requesens ha denunciado un sistema jurídico vendido a los intereses del gobierno que viola los derechos del diputado opositor de Primero Justicia, preso desde agosto y a la espera de un juicio que se dilata. Requesens, a quien se le ha fabricado un caso por supuesto complot contra el régimen de Maduro, se pudre en la cárcel sin comunicación con el exterior. Con él se ensañaron particularmente, al divulgar poco después de su arresto unas fotos que pretendían debilitar su imagen y que quedó en una burda maniobra de Maduro para desacreditar a la oposición.
Son días amargos para la novia y los hijos de Jamal Khashoggi, a estas alturas resignados a no conocer nunca toda la verdad del día en que desmembraron al periodista con una sierra eléctrica. Días de hiel en Cuba y Nicaragua para una oposición arrinconada por crueles dinastías familiares ajenas a las carencias de sus súbditos. Son días tristes para los presos políticos en Venezuela y sus seres queridos, que van de una instancia a otra en busca de respuestas para sacarlos del laberinto de abusos que comete la cúpula chavista.
En esta época agridulce conviene recordar las palabras del disidente y premio Nobel chino Liu Xiaobo, a quien la dictadura comunista de Xi Jingping lo dejó morir de un cáncer en presido: “La libertad de expresión es el fundamento de los derechos humanos, el origen de la humanidad, y la madre de la verdad. Estrangular la libertad de expresión significa pisotear los derechos humanos, reprimir la humanidad y suprimir la verdad.”
Por los que no están y por los que no volverán.
©FIRMAS PRESS
- 23 de enero, 2009
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