Antony de Jasay, ‘in memoriam’
Puede verse también Anthony de Jasay: Una mente original (1925-2019) por Alberto Benegas Lynch (h)
Anthony de Jasay no fue -ni es- un pensador muy popular en nuestro ámbito cultural. Solo uno de sus libros ha sido traducido al castellano, El Estado. Eso sí, en una cuidada edición del profesor Carlos Rodríguez Braun. No le ha ayudado su pensamiento, un anarcocapitalismo que, a diferencia de la mayoría de sus cultivadores, no deriva de la Escuela austriaca sino de una interpretación radical de la Teoría de la elección pública. Todo lo anterior ha provocado que su fantástico trabajo no haya sido reconocido ni por unos ni por otros.
Su obra representa un sofisticado análisis de los principales mitos que sustentan el pensamiento liberal clásico. Cuando leí por primera El Estado recuerdo que me llamó la atención su elaborada crítica a la (im)posibilidad de la existencia de una división de poderes. También su reflexión en Against Politics sobre el Gobierno limitado. Todo lo anterior no le ha generado muchos amigos entre liberales y minarquistas. Pero, además, en De Jasay se observa un evidente desprecio (eso sí, muy elegantemente expuesto) a la idea de los límites constitucionales al ejercicio del poder y su capacidad para limitar la acción de los líderes políticos, siempre dispuestos a saltárselos. Sus críticas a Popper -y a su socialista ingeniería social a “empujoncitos”-, a la idea de orden de Hayek o a muchos de los principios democráticos tampoco lo han acercado al mainstream liberal. De ahí que si bien es reconocido como un gran pensador (el Instituto Juan de Mariana así lo hizo hace unos años al otorgarle su premio anual), no fue alguien conocido más allá de círculos especializados. Desafortunadamente, pasó desapercibido en los currículos académicos y, por supuesto, en los medios de comunicación.
Tampoco le ayudó el haber sido un pensador muy serio y enormemente riguroso -que requiere por tanto de cierto detenimiento a la hora de asimilar sus ideas- ni el vivir apartado de los muros de la academia. Era uno de esos raros intelectuales que habitaba libremente en el mundo, sobreviviendo gracias a sus rentas. Esa libertad e independencia económica facilitó que pudiese escribir lo que pensaba sin atender a presiones institucionales. Pero al mismo tiempo eso fue lo que le apartó de los grandes circuitos académicos, que podrían haberle procurado un mayor reconocimiento. Su obra más que proponer modelos teóricos representa una dura crítica a las ideas de otros autores, muchos de ellos vacas sagradas académicas. Pero son críticas frías y aceradas, muy demoledoras. De ahí que el viejo ancap no haya sido todo lo reconocido que en mi opinión debiese.
Descansará en paz por fin. Allí donde esté seguro que no hay un Estado al que combatir.
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