La servidumbre de las monjas y el sexismo en la Iglesia Católica
El seno de la Iglesia Católica pasa de un sobresalto a otro. A pocos días de que El Vaticano vuelva a presidir una reunión para discutir el grave problema de abuso a menores en esta institución, el papa Francisco ha admitido que también arrastran un lamentable récord de abuso a monjas por parte de sacerdotes, obispos y misioneros.
Le ha tocado a Bergoglio abordar un espinoso asunto que es viejo y que desafortunadamente, como tantos otros aspectos que lastran a la jerarquía de esta congregación, no se ha atajado con diligencia y firmeza. Desde los años noventa se habían hecho públicas denuncias. Ya en 1995, basta con revisar la hemeroteca, la religiosa Maura O’Donohue, coordinadora del programa sobre el sida de Cáritas Internacional y del Fondo Católico de Ayuda al Desarrollo, presentó un informe preocupante que dio pie a una investigación. El resultado de las averiguaciones sacó a la luz episodios escabrosos como violaciones a novicias y abortos a los que eran obligadas a someterse.
En aquel informe tan comprometedor se mencionaba que muchos de los abusos tenían lugar en países del tercer mundo como Filipinas, India o Burundi. Era en África principalmente, donde, para evitar el contagio del sida con la población, hubo casos en los que los curas obligaban a las religiosas a mantener relaciones sexuales con ellos, pues eran un “grupo seguro”. En dicho trabajo se señalaba que la madre superiora de una diócesis fue sustituida cuando elevó quejas a un obispo por los embarazos de una veintena de monjas.
Tiempo después, el papa Francisco reconoce que se ha hecho muy poco para poner freno a estos atropellos, en su mayoría cometidos y condonados por hombres que dirigen la Iglesia Católica. O sea, individuos de carne y hueso que imponen las reglas (los votos de celibato, obediencia, pobreza), las rompen y urden mecanismos para escapar del castigo que delitos de esta índole se pagan con penas de cárcel en la sociedad civil, y no con traslados secretos de una parroquia a otra.
En el rito de la Iglesia Católica las novicias que entran al convento se “casan” con Dios, pero lo que no está escrito es que se conviertan en las criadas de sacerdotes y obispos. Sin embargo, en la práctica, tal y como lo denuncian muchas de ellas, sus obligaciones incluyen la servidumbre en una estructura en la que el persistente machismo se potencia al máximo. El propio Bergoglio ha dicho, “el maltrato a las mujeres es un problema”. Y tanto.
Si hay una institución que históricamente ha relegado a las mujeres a un miserable segundo plano es la Iglesia Católica. Una cosa es enaltecer desde el púlpito a la Virgen María como símbolo universal femenino, y otra bien distinta el papel que los jefes de la Iglesia pretenden asignarles a las mujeres en la sociedad.
Más allá de los muros de los conventos, en el ámbito secular las mujeres han luchado (y luchan) por la igualdad. En cambio, el Vaticano ha insistido en perpetuar un sistema arcaico que no se corresponde con los avances de ese mundo que está allá afuera y de cuyos derechos no se benefician las religiosas.
En marzo de 2018 la publicación “Mujer Iglesia Mundo”, revista mensual de “L’Osservatore Romano”, denunciaba que muchas monjas son las sirvientas de cardenales y obispos, obligadas a trabajar desde el amanecer hasta la noche para servirles las comidas, planchar y lavarles las ropas sin horarios ni un modesto sueldo por esas labores adicionales.
La autora, Marie-Lucile Kubacki, entrevistó a religiosas en condición de anonimato por temor a represalias que describían interminables jornadas: mujeres al servicio de hombres que si bien no tienen esposas abnegadas y ajenas al feminismo, sí gozan de un estatus que les permite vivir como los dueños y señores de la casa gracias a un régimen de virtual esclavitud bajo el cual viven estas religiosas.
La Iglesia Católica y el Vaticano, su centro neurálgico, no pueden seguir dándoles la espalda a atropellos que son delitos tipificados en el código penal. Los abusos sexuales a menores y las violaciones a monjas son crímenes aborrecibles que no se pueden tapar con un dedo o con discursos templados.
En cuanto a la escandalosa desigualdad de las religiosas en un reino de hombres con maneras déspotas donde ellas no tienen posibilidades de ascender ni de oficiar misa, ¿hasta cuándo se va a permitir esta displicencia sexista que quebranta las normas más básicas de los derechos laborales?
Hoy en día ninguna corporación o entidad que se precie puede tratar así a quienes la conforman. La Iglesia Católica no debe ser una excepción.
©FIRMAS PRESS
- 23 de enero, 2009
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