Reflexiones en un año electoral: Responsabilidad individual y libertad para que Argentina crezca
Fundación Atlas para una Sociedad Libre
es un año electoral y parece un buen momento para que nos pongamos a pensar quién nos gustaría que nos represente, con qué políticas públicas, con qué proyecto de país, en qué lugar debería ubicar al individuo, a la libertad, a la intervención y las funciones del estado, cuál sería la relación entre el sector privado y el público, así como los límites que debería enfrentar el gobierno, entre otras cuestiones. Sería bueno discutir menos sobre si me gusta el candidato tal o cual, y llevar los debates a las ideas. Seguramente no exista un candidato o partido que esté alineado con todo lo que uno quisiera, pero ir por todo (o nada) no es una alternativa posible.
Hay muchos temas para debatir y para analizar sobre que propuestas nos ofrecen los candidatos. Aquí me referiré a tres temas que me parecen relevantes:
Impuestos y regulaciones
Tenemos proyectado para 2019 un record de presión impositiva -medida como porcentaje del PBI- y probablemente seamos campeones mundiales en presión tributaria, al sumar cargas sociales, inflación y servicios a pagar dos veces por no servir algunos de los provistos por el estado. Nadie duda que hay que pagar impuestos y que con ellos hay que sostener los bienes públicos y los servicios esenciales que debe brindar un estado, seguridad interior y exterior y justicia independiente, siendo a partir de aquí todas opciones que podemos elegir quien debe realizarlas.
La mayoría de los servicios que hoy provee el estado, perfectamente podrían darlo los privados con contratos libres entre ellos, o también con el sector privado compitiendo con el público siendo el público una alternativa más. Conocido es el ejemplo de los cupones para educación, o para salud, rutas con peaje, jubilaciones, etc. Hay que recordar que en la economía hay sólo dos sectores: uno que produce y otro que gasta. Sacarle al que produce para dárselo al que gasta, salvo en lo esencial, limita la creación de riqueza y el crecimiento, toda vez que se sacan recursos de los más eficientes para ser manejados por los más ineficientes, con las consecuencias de aumento de pobreza. Cada vez que a algún político se le ocurre una idea (seguramente demagógica o electoralista), como por ejemplo “vamos a salvar los niños”, votan fácilmente un nuevo impuesto sin oposición alguna. La manera de controlar esto es poniendo límites al estado y/o haciéndolo competir con los servicios provistos por privados.
Toda actividad humana está amenazada y restringida por las regulaciones y por los impuestos y muchas veces también por la intimidación expresa o indirecta.
¡¡¡Qué vergüenza debería darle a un político el anuncio de la compra de patrulleros y aumento de policías!!! La noticia ejemplar seria que los han reducido (como en Japón) por no ser ya necesarios debido a la disminución de la delincuencia e inseguridad. Tenemos los valores trastocados.
El gobierno debe ayudar a la sociedad y a sus ciudadanos, y cuesta ver que sea así en la mayoría de los casos. Objetivos de corto plazo electorales, objetivos personales, búsqueda de poder, y tantos otros por encima de ser un verdadero “servidor público”. Siendo el sector público el más ineficiente y el más gastador se reserva privilegios para circular, para estacionar, para jubilarse tempranamente, con jornadas de trabajo reducidas y otras tantas ventajas (votadas por ellos mismos), claramente en oposición a ser un verdadero servidor público.
El mercado y el estado luchan permanentemente entre sí. Mas estado supone menos mercado, y a la inversa. Las regulaciones y los impuestos van avanzando sobre el mercado, hasta que aparece el mercado negro para ponerle un límite. ¿Les suena familiar en nuestro país?
Los vasallos de la antigüedad estaban sometidos a su señor y le pagaban un tercio de su producido. ¿Qué somos hoy, o que avance hay, cuando pagamos a “nuestro nuevo señor” el 50 % de nuestros ingresos? Casi hemos llegado a una situación donde los oprimidos son los productivos y los ricos, cuando en épocas pasadas lo eran los pobres. El pobre que no produce y vive de subsidios oprime al rico y productivo. Aparecida una necesidad o un reclamo y enseguida se genera un derecho a que se resuelva, votando un nuevo impuesto o carga contra el sector privado, como si pudiera generar riqueza en forma permanente e infinita para resolver todos los problemas posibles, y sin que el costo sea mayor al beneficio. El limite al avance del estado se traduce en que las inversiones no vienen, ni vendrán, y los talentos se fugan. Incluso esto se ha perdido la beneficencia privada y la ayuda voluntaria que tan importante es, quedando delegada en el estado benefactor.
Libertad
Claro que asusta la libertad ya que nos obliga a ser responsables de nuestros actos. ¿Pero es que hay otra manera mejor de ser felices, de tener una vida plena? A nadie le puedo echar la culpa de mis fracasos, pero qué lindo es ser el dueño de mis éxitos, del fruto de mi trabajo, siendo éste un derecho humano esencial. Una persona independiente es superior, es más plena. Esto hace que no exista coerción de una autoridad civil, religiosa, política, militar, cualquiera, sobre los individuos. En nuestro país tenemos al “estado presente” en toda y a lo largo de nuestra vida, restringiendo nuestro libre accionar.
Todo el progreso de la humanidad y los inventos han venido y vienen del sector privado, de la iniciativa en libertad de los seres humanos. Nunca han venido del sector público, que siempre es lento, es burocrático, regulado y sin iniciativa posible por sus propias restricciones e incentivos. Los políticos intentan apropiarse del éxito de la iniciativa privada, y allí la regulan, la intervienen y por lo tanto la restringen.
¡Cada uno que se ponga a recordar o a mirar su vida y fácilmente podrá determinar los inventos de los que goza y disfruta y quienes fueron sus inventores!
Una excusa infalible usada por los políticos para intervenir en los inventos es aquella que se justifica por algunos usos o consecuencias malos de las tecnologías y novedades. Así las cosas, todo debería estar prohibido, ya que hay malos médicos, malos maestros, mal uso de los bancos, de la imprenta, de internet, del correo, el teléfono, los aviones porque alguno cae, los trenes y autos porque chocan, y nada escapa a esta regla general de cuestiones negativas de las cosas.
Recibimos una enseñanza, laica y religiosa, que hace hincapié en que somos débiles, que tenemos faltas, no haciendo en cambio hincapié en nuestras fortalezas, bondades, virtudes y habilidades, que los superan ampliamente.
La gente pretende ser altruista, que sus prioridades son los demás, el bien común y el estado, y bien sabemos que no es así, e internamente cada uno privilegia su bienestar, su felicidad y la de su familia. Hay bastante hipocresía con esta cuestión.
El tamaño del estado
Si bien no debería ser así, sabemos que el estado ejerce coerción ilegal sobre los individuos a través del poder delegado que se le ha otorgado. Se usa la AFIP, a la policía, a la justicia con estos fines. Y, si bien los funcionarios de estas dependencias no deberían prestarse a estas manipulaciones, en la práctica no es así. La manera que aparece a la vista como solución contra esto, es un estado lo más chico posible, con actividad privada lo más grande posible. Así tendremos menos poder del estado y menos corrupción e injerencia y limites más estrictos.
No sé cómo sucede, pero cuantas veces vemos a muy buenas personas yendo a trabajar al sector público, y casi inmediatamente el propio sistema los transforma, los fagocita y los hace súbditos y criaturas del sistema, limitando sus virtudes y, según sea el caso, mareándolos además por el poder.
Los gobiernos se resisten a perder poder, a delegar tareas, a crear competencia, a achicar sus funciones, influencia y privilegios. ¿Cuantas veces la regulación a invitado a la corrupción? Qué mejor manera de reducir la corrupción que con menos estado, y menor regulación.
Un país que oprime con impuestos, con regulaciones e intervenciones, genera que los mejores y los eficientes se vayan y esto genera unas pérdidas enormes para una sociedad, que no aparecen en ninguna estadística. También la mala prensa y las persecuciones nos privan de los mejores. Hay que atraer talentos en cambio y retener los que tenemos, ver que necesitan y que no necesitan.
Nos hemos acostumbrado a que el estado tome ciertas decisiones por nosotros y esperamos que nos resuelvan todos los problemas. Para peor, el estado siente que además debe ser así, que todo lo debe resolver por nosotros. Hay que volver a entregar las decisiones a la gente.
¿Se puede hacer? Claro que se puede. De a poco hay que achicar el estado y de a poco crecerá el sector privado y absorberá fácilmente a los nuevos trabajadores, todo esto combinado con distintos mecanismos transitorios de redes de contención, entrenamiento y otros. La gente tiene una gran capacidad de acomodarse, y el gobierno no debería usar la TV, los diarios, y la educación para controlar a la ciudadanía, sino usarlos para mostrar las virtudes de algo diferente y posible. Toda esa potencia usada para promover el cambio. Las religiones también tienen mucho para aportar sobre estas cuestiones o pueden ser un gran freno a la vez.
Debemos tomar alguna posición sobre estos temas, ver quién los representa, y por qué no comenzar a exigir los cambios que nos lleven a un futuro con verdadero crecimiento, felicidad y esperanza.
El compromiso y el trabajo es responsabilidad de todos (y el fracaso también).
El autor es miembro del Consejo Directivo, Fundación Atlas para una Sociedad Libre. Premio a la Libertad 2007, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
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