Venezuela: La opción de la fuerza
ABC, Madrid
Un número abracadabrante de bobos e incautos desfila en estos días cruciales denunciando una invasión militar a Venezuela que ni está en marcha ni tiene posibilidad inmediata de materializarse. Algunos lo hacen de buena fe; los más lo hacen para halagar a la brumosa galería y no ser despachados al infierno por los dioses de la corrección política.
Es un crimen, ahora que las vías para tumbar a Maduro se agotan, ofrecerle a ese enfermizo asesino, torturador y hambreador el oxígeno para que sortee el trance más difícil que ha enfrentado el chavismo en dos décadas y le dé a Venezuela la vuelta de tuerca definitiva para que se vuelva una segunda Cuba. Si algo puede contribuir a partir la estructura militar que es hoy la clave de todo es que, en su interior, sean cada vez más quienes crean que su pellejo y su futuro están mejor asegurados con la resistencia democrática que con el régimen. Tras el éxito represivo con que Maduro impidió el ingreso de ayuda humanitaria y logró que no se le desmoronara la estructura militar en el intento, si algo puede evitar una sensación de derrota definitiva entre los militares que quisieran rebelarse pero no se atreven por lo que perciben como una correlación de fuerzas todavía favorable a Maduro, es que la opción de la fuerza militar democrática flote ominosamente en el ambiente.
Por eso ha sido torpe el Grupo de Lima, que se venía conduciendo bien, al dejarse acorralar por quienes han hecho creer que el verdadero problema de Venezuela es una invasión inexistente y no la barbarie indecible del chavismo. Su declaración oficial, tras la jornada en que se intentó infructuosamente introducir ayuda humanitaria, sólo sirvió para darle a Maduro un respiro.
Es precisamente para evitar una intervención militar extranjera que la resistencia democrática liderada por Guaidó, el presidente encargado, y reconocida por Estados Unidos, Canadá, gran parte de América Latina y, de forma titubeante, Europa, ha diseñado una estrategia orientada a lograr, mediante una presión digna de las trompetas de Jericó, que se vengan a bajo los muros de la dictadura pacíficamente. Está resultando endiabladamente difícil porque el chavismo ha instalado el terror mediante una contrainteligencia eficaz, métodos sanguinarios y una banda paramilitar armada hasta los dientes. Ese terror alcanza a los propios militares: de allí que, en vez de un levantamiento contra Maduro, hayamos visto la deserción de algunos cientos de soldados que han salido por la frontera colombiana.
Todo está siendo observado por las Fuerzas Armadas y la conclusión a la que seguramente han llegado muchos de sus miembros es que, aún cuando Maduro es odiado por el 90 por ciento del país, alzarse contra él es todavía una empresa con más garantía de fracaso que éxito. Sólo si creen que hay posibilidades reales de que, en cualquier momento, una fuerza superior al chavismo arrase a la dictadura darán el paso que falta para la liberación. Esa fuerza superior puede tener muchas formas, no necesariamente una intervención militar estadounidense (podría ser una fuerza compuesta por venezolanos o, por último, latinoamericanos bien equipados). Pero sólo si esta opción es verosímil a ojos de los muchos detractores agazapados que debe tener el chavismo entre sus aterrorizados soldados será posible romper el cerco psicológico que el régimen les ha tendido.
Por eso aciertan Guaidó, María Corina Machado, Julio Borges, Antonio Ledezma y tantos otros demócratas cuando piden que todas las opciones estén sobre la mesa. Lo otro es, a estas alturas, caer redondos en el juego de Maduro y sus maleantes.
- 23 de julio, 2015
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