Uruguay: la batalla final
El 2019 no será un año electoral más. Luego de quince años de gobiernos de izquierda con mayorías absolutas en el Parlamento, Uruguay llegó a un punto inexorable de inflexión.
Dos formas diametralmente opuestas de entender al país y sus verdaderas opciones de desarrollo, se enfrentan en lo que podría denominarse “la batalla final”.
No hay lugar para acuerdos ni para intercambio de ideas entre los dos bandos ideológicos enfrentados. El tiempo de las ambigüedades ya pasó.
Los últimos quince años transcurridos, coincidieron con el período económico de mayor prosperidad en la historia del país, sin que la izquierda hiciera nada para que eso ocurriera. Los precios internacionales de los commodities y una coyuntura particularmente favorable, generaron ingresos por la vía de la recaudación, que permitieron emitir deuda y comprometer al país por varias generaciones. La excusa para ese proceder, fue la de poder desarrollar todas las políticas sociales, de relacionamiento laboral, inversión y mejoras en seguridad, justicia, educación, salud, etc., que fuera necesario ejecutar para hacer del Uruguay el modelo de armonía social tantas veces enunciado por sus gestores.
El resultado del experimento practicado ha sido el fracaso absoluto.
Un Estado sobredimensionado y patéticamente ineficiente; miles de personas durmiendo en la calle en pleno invierno; una economía en franco retroceso; pérdida de inversión; ingreso a la lista negra de la OIT; aumento del desempleo, desborde insostenible de la delincuencia. Anarquía social; enriquecimientos personales y negociados de dudosa justificación; destrucción de la imagen país a nivel internacional. Pérdida de valores morales; destrucción de la educación; intervención en asuntos internos de otros países; respaldo incondicional a dictaduras fascistas descaradas como la de Nicolás Maduro. Por si esta lista de desastres que no es ni tan siquiera un resumen del verdadero nivel del daño perpetrado, no fuera suficiente muestra del fracaso, está el peor de todos los males; provocar el enfrentamiento entre orientales potenciando la envidia, la crítica al éxito personal logrado desde el esfuerzo, el odio de clases, el enfrentamiento entre empleados y empleadores por el solo hecho de su condición, la desesperanza de los más humildes y de los condenados a servir y obedecer sin lugar a discrepancias, a sus propios sindicatos.
Lo más lamentable a esta altura del proceso, es que esto habría sido perpetrado premeditadamente y con una sola finalidad; sembrar el caos para luego hacer surgir, como en la URSS, un "orden" impuesto a dedo por el estado, donde los lideres político-sindicales, es decir los políticos y funcionarios acomodados en el Frente Amplio, ostenten todo el poder y los privilegios.
Esto ha quedado muy claramente establecido en virtud de las declaraciones de Daniel Martinez hace algunos días en San José, afirmando que la URSS fue un fracaso y que la izquierda paga ahora las consecuencias de ese desastre. Sus timoratas señales de sentido común terminaron a los dos días en su sumisa rectificación y pedido de disculpas, tras el rezongo del comunista Juan Castillo. Ahora está claro quién manda en el Frente Amplio y cuál será la política a imponer de continuar gobernando. Así estarían proyectando utilizar, cuando no, en beneficio propio, la crisis económica que inexorablemente se aproxima la cual, según ya se apuran a sentenciar, será responsabilidad de los gobiernos “neoliberales” que los precedieron.
Entre tanto, la oposición representada principalmente por los dos partidos fundacionales parece no tener muy clara su responsabilidad histórica.
En el Partido Colorado, un grupo muy heterogéneo que incluye personalidades valiosas, junto a otras que se aferran a la idea de poder trepar políticamente, se nuclea en torno a la desgastada figura de Julio María Sanguinetti. Nadie puede desconocer que si el Frente Amplio es gobierno y antes tuvimos tupamaros con su consecuencia directa, la dictadura militar, se debe al populismo y estatismo impulsados por Luis Batlle Berres, padrino político y mentor del actual pre candidato. Su demagógico accionar, pavimentó el ascenso de la izquierda. De la misma manera, a nadie puede sorprender que el advenimiento del Frente Amplio al poder, haya ocurrido luego de dos gobiernos de Sanguinetti (1985-1990/1995-2000) y de su irresponsable e interesada oposición, entre ambas presidencias, a las imperiosas medidas de apertura económica intentadas por Luis Alberto Lacalle durante su mandato (1990-1995).
Su principal contrincante en la contienda electoral, el economista Ernesto Talvi, sostiene el estandarte de la renovación encomendada por Jorge Batlle antes de su lamentable y prematuro fallecimiento. Con pocas ideas novedosas y muchas cifras aprendidas, prefiere apuntar sus baterías a criticar a pre candidatos de otros sectores, reivindicando constantemente el ideario batllista.
Del electorado colorado dependerá obviamente el resultado de esa interna; pero a la hora de buscar la integración de un gobierno de coalición, sus convocantes deberán tener muy en claro quienes voten a Sanguinetti, muy difícilmente se abstengan de votar al Frente Amplio en caso de un ballotage. Otra podría ser la realidad con relación a los votantes de Talvi, que se identifican más con el pensamiento de Jorge Batlle.
El Partido Nacional se enfrenta a un reto histórico, tal vez uno de los más trascendentales de su historia; sacar a la izquierda del gobierno y promover una coalición armoniosa, inteligente y creativa, que apunte a estructurar los imprescindibles cambios que pongan al país en el camino del desarrollo real y reviertan el caos generado por el desgobierno de la izquierda.
La elección interna en ese partido se ha convertido en el foco de atención de todo el país. Luis Lacalle Pou quien lidera las encuestas, demuestra solvencia y madurez política en la huella de su padre Luis Alberto Lacalle y su bisabuelo Luis Alberto de Herrera. Jorge Larrañaga, con varios intentos en su haber, apuesta a emular desde su propia visión la trayectoria de Wilson Ferreira. A ellos se agrega la figura de Juan Sartori; un nuevo enfoque liberal-social, basado en una exitosa experiencia empresarial. Una especie de huracán político, que aporta modernidad, energía y renovación de ideas al Partido de Oribe y Aparicio Saravia.
Su irrupción, ha generado ciertas molestias entre algunos dirigentes acostumbrados por décadas a una misma forma de pensar y de manejarse en las campañas electorales. Estilos rutinarios de hacer política reiterados cada cinco años, que han perdido vigencia y deben adaptarse a los tiempos que corren de comunicaciones ágiles y manejo completo de la información por parte de los electores. El estilo novedoso del precandidato, ha generado polémica y sorpresa general. Por su impacto, bien podría ser una estrategia de campaña diseñada y coordinada en la casona de la Plaza Matriz donde funciona la sede del partido. Sin lugar a dudas, está haciendo crecer exponencialmente a esa colectividad.
En este 2019, Uruguay decide entre volver a ser un país seguro, libre, con futuro para todos, donde valga la pena quedarse a vivir, o caer al mismo abismo de Cuba y Venezuela.
Más allá de ideas o de partidos, es tiempo de lograr un gobierno que priorice la paz y la armonía, haciendo del odio y el rencor una pesadilla del pasado. Es tiempo de justicia, de esperanza y de igualdad de oportunidades para todos los orientales.
Es tiempo de unidad.
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