Entre el perdón y el odio, el racismo en el caso de los ‘Central Park Five’
Desde que se estrenó en Netflix “When they see us”, la serie de cuatro partes dirigida por Ava DuVernay, no había escuchado más que elogios por la calidad de esta dramatización del caso que en la década de los noventa condenó a la cárcel a cinco adolescentes en Nueva York.
También me habían advertido que resultaba difícil ver los episodios por su dureza.
Finalmente le dediqué a la serie el tiempo que se merece para absorber lo que les ocurrió a estos chicos, que entonces vivían en Harlem, y las consecuencias que para ellos tuvo ser inculpados de un crimen que no cometieron: el 19 de abril de 1989 una mujer que hacía jogging en Central Park fue brutalmente golpeada y violada.
La víctima, Trisha Meili, permaneció varias semanas en el hospital y nunca recuperó la memoria de lo que le sucedió. Aquella noche un grupo de unos 30 muchachos se encaminó de Harlem al parque, donde algunos fueron partícipes de actos de vandalismo y acoso contra vagabundos y paseantes en la zona.
En uno de los casos más sonados en los inicios de los noventa, la policía de Nueva York y los fiscales que encabezaron la investigación centraron sus pesquisas en cuatro jovencitos afroamericanos y uno hispano que estaban en el parque.
A pesar de que nunca se hallaron evidencias de ADN, semen o huellas dactilares que los vincularan al ataque, Antron McCrey, Kevin Richardson, Yusef Salaam, Raymond Santana y Korey Wise (cuyas edades oscilaban entre los 14 y 16 años) fueron hallados culpables por un jurado y cumplieron condenas de 10 a 13 años. Wise, quien fue juzgado como mayor de edad, fue recluido en Rikers Island, una cárcel de máxima seguridad.
Como se supo tiempo después, y la serie ha traído nuevamente a colación con más de 23 millones de espectadores, el hombre que perpetró el ataque y violación era Matías Reyes, un violador y asesino en serie que confesó su crimen en 2002 y cuyo semen era el que en su día se encontró en un calcetín en las inmediaciones de donde se produjo el ataque.
Con maestría narrativa DuVernay, quien ha dirigido un documental sobre la discriminación del sistema penal en EEUU contra los afroamericanos y un filme sobre el movimiento de los derechos civiles que impulsó Martin Luther King Jr., plasma en las cuatro entregas la coacción por parte de la acusación (algo que la fiscal principal y detectives involucrados han negado) para que los chicos confesaran en videos grabados sin la presencia de sus padres o un adulto que los representara legalmente.
No había una sola prueba física que apuntara a su presunta implicación en la violación de una mujer blanca, pero su origen racial y su extracción social los señalaba como los más que probables responsables de la agresión.
Cuando estalló el caso, que los medios dieron a conocer como Central Park Five, el propio presidente Donald Trump, entonces dedicado a sus empresas millonarias, publicó un anuncio de una página entera en la prensa que le costó $85,000, en el que pedía la pena de muerte para los muchachos. En una entrevista que le concedió a CNN en aquel entonces dijo: “Tal vez lo que ahora necesitamos es el odio si queremos hacer algo al respecto”.
En medio de la histeria colectiva, a mediados de los noventa John Di Lulio Jr., un profesor de la Universidad de Princeton, publicó un ensayo titulado “The coming of the Super Predators”, en el que anticipaba que, como resultado de los cambios demográficos en el país, se “desencadenaría un ejército de jóvenes criminales depredadores”.
En aquel entonces Hillary Clinton, en calidad de primera dama, empleó el término “súper depredadores” en un discurso en el que defendió el endurecimiento de leyes contra el crimen que había impulsado Bill Clinton.
Por fortuna para los cinco inocentes condenados por el caso de Central Park, la petición de Trump para que fueran ejecutados no se hizo realidad. En cuanto a la apocalíptica predicción del académico, las estadísticas no le dieron la razón: a pesar de que los hombres afroamericanos constituyen el mayor número de personas en la población penal de la nación con más presos en el mundo, según datos del Buró de Justicia la población carcelaria negra ha disminuido de manera significativa en la última década al igual que la violencia juvenil. En el 2001 Di Lulio se disculpó por las “consecuencias que pudo acarrear” su tesis. En la campaña presidencial de 2016 Clinton dijo que hizo mal en generalizar en el pasado. En cuanto a Trump, cuando se le ha preguntado recientemente sobre sus declaraciones en 1989, no se ha retractado.
Eran cinco adolescentes cuando sus vidas y las de sus familias se hicieron añicos por un crimen que no perpetraron. Pasaron gran parte de su juventud encerrados y cuando salieron, tal y como resalta la dramatización de DuVernay, les costó ser aceptados socialmente.
Hoy la injusticia que se cometió con ellos sale a relucir en una serie (si fuera un largometraje podría aspirar al Oscar) que todo el mundo debería ver. De tan amarga experiencia uno de ellos, Korey Wise, ha dicho: “Puedes perdonar, pero no puedes olvidar”. Es el abismo entre la generosidad del perdón y la mezquindad del odio.
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