¿Adónde está la libertad?
¿Adónde está la libertad?
No dejo nunca de pensar
Quizás la tengan en algún lugar
Que tendremos que alcanzar.
Adónde está la libertad, Pappo Napolitano.
Estas elecciones han renovado discusiones entre los liberales, que son entendibles, esperables, inevitables, tratándose de personas cuyo punto de coincidencia debería ser el individualismo y el sostenimiento de criterios propios a partir de razonamiento crítico. Pero que se vuelven incomprensibles cuando se transforman en insultos, agresiones, falta de respeto e intentos de imponer al otro las propias ideas.
La palabra “liberalismo” se ha convertido en un enorme paraguas debajo del cual se cobijan muchas ideas diferentes de cómo entender la libertad, y fundamentalmente, de los procedimientos para alcanzarla y mantenerla. Como movimiento político, el liberalismo nació con dos objetivos: 1) poner freno al avance del poder estatal; y 2) garantizar el reconocimiento de una serie de derechos individuales previos y superiores al gobierno.
No tuvo la intención de “inventar” alguna forma específica de gobierno, sino de limitar el poder existente. Las instituciones surgidas espontáneamente para poner frenos al poder, y en especial las desarrolladas por los jueces del common law fundadas en las costumbres, decantaron en un modelo de gobierno limitado por una constitución, que tuvo su expresión más exitosa en la Constitución de Estados Unidos.
Esa Constitución significó un cambio de paradigma respecto del concepto de gobierno que imperaba en el mundo. Ese cambio estuvo precedido por dos siglos de elaboración teórica por pensadores liberales. El nuevo paradigma reemplazaba a la sociedad gobernada por un príncipe o emperador todopoderoso, por una sociedad administrada por un puñado de personas fuertemente limitadas, cuya función exclusiva es proteger los derechos de cada individuo a conducir su vida como mejor le parezca.
Sin embargo, ese modelo de gobierno propuesto por los liberales de hace 250 años llevaba un germen muy peligroso en su interior, que pasó desapercibido en el contexto de una mejora sustancial respecto de lo que se estaba abandonado. Ese germen era el reconocimiento del monopolio de la fuerza por parte del gobierno, y de la concesión de una serie de privilegios y poderes sobre los individuos –como la facultad de cobrar impuestos, convocar a un servicio militar obligatorio u otras cargas públicas, o reglamentar los derechos a través del Congreso-.
Inevitablemente, en todas partes –incluyendo en el país en el que surgió el modelo- los gobiernos constitucionales, elegidos democráticamente, fueron incrementando paulatinamente su poder a partir del monopolio de la fuerza y la legalidad, y de la facultad de extraer compulsivamente recursos a las personas. A mediados del siglo XX se advirtió con toda crudeza que gobiernos con constituciones que tendían a limitar el poder y a elegir democráticamente autoridades, podían engendrar dictadores como Hitler, Mussolini o Perón.
Frente a esta situación, los liberales reaccionaron de dos maneras: algunos pensaron que era fundamental reconstruir la organización social a partir de los principios liberales y volver a un esquema como el originado en el siglo XVIII, de gobierno limitado y supremacía de los derechos individuales. Otros entendieron que el esquema del liberalismo clásico se había agotado, y era el momento de avanzar hacia nuevas formas de relación en sociedad. Ambas propuestas, entiendo, son igualmente “liberales”.
Por eso, mientras que Hayek, preocupado por la situación del mundo al finalizar la segunda guerra, convocó a los principales intelectuales liberales para fundar la Mont Pelerin Society, y escribió años después The Foundations of Liberty, como un intento de rescatar los principios del liberalismo clásico y nutrir con ellos propuestas de políticas públicas; Rothbard optó por proponer un nuevo paradigma que enfrentara a la idea de gobierno con monopolio de la fuerza y facultad para imponer conductas. Ambos pensadores de incuestionable valor, integrantes de la Escuela Austríaca de Economía y discípulos de Ludwig von Mises, tuvieron visiones opuestas en este tema, y ambos intentaron avanzar en nutrir a esas visiones con argumentos intelectuales de peso.
En mi caso particular, entiendo que aquel esquema que significó un salto cualitativo en el siglo XVIII en términos de limitación del poder y protección de derechos, hoy se encuentra superado y es necesario cambiarlo. Especialmente, la concentración de poder en el gobierno, el aumento en sus funciones y la pretensión de que ese poder se legitima por el origen democrático de las autoridades, constituyen un combo que la Constitución más liberal es incapaz de contener (esto me ha llevado a publicar, hace unos años, un texto vinculado con la necesidad de controlar y resistir el avance de los gobierno democráticos: Resistencia no violenta a regímenes autoritarios de base democrática, Unión Editorial, Madrid, 2015).
Pero un cambio tal de paradigma, requiere modificaciones profundas y sustanciales en toda la teoría social, sobre la economía, el derecho, las instituciones, las reglas y normas, etc. Así como fue necesario elaborar teoría profunda y coherente en el siglo XVIII para saltar de absolutismos a república constitucional, y en los siglos XIX y XX para pasar de república constitucional a autoritarismo democrático, el siglo XXI exige volver a pensar la defensa de la libertad a partir de una visión renovada de las relaciones sociales, y un modelo de intercambio que excluya el inicio de la fuerza (en lugar de monopolizarlo en el gobierno).
Entiendo que tal cambio de paradigma requerirá de tres cosas: 1) el desarrollo de teoría, como acabo de señalar, 2) la formación de nuevas instituciones a partir de nuevas formas de relación voluntaria y cooperativa entre individuos, y 3) la producción de tecnología que acompañe y ayude a ese desarrollo.
Por supuesto que este no es un camino sencillo ni rápido. Requiere vencer el status quo, la incredulidad y la habitual necesidad de “ejemplos”, que tozudamente se piden respecto de algo que aun no existe. Sobre todo, requiere de mucho trabajo y mucho razonamiento práctico, hasta llegar a ese momento en el cual, según Borges, merezcamos no tener gobierno.
Mientras tanto, todos debemos seguir viviendo en un mundo regido por el paradigma de la democracia autoritaria, del monopolio estatal de la fuerza, intentando permanentemente ponerle límites para evitar que se convierta en dictadura. Esto lleva a que los liberales debamos trabajar en varios frentes, que no son excluyentes, sino más bien complementarios. Debemos pensar y trabajar para construir el mundo en el que queremos vivir en el futuro, y también para que en ese largo trayecto no nos absorba el autoritarismo.
Suele presentarse en la discusión entre liberales una disyuntiva entre los principios y la utilidad, entre el principismo y el utilitarismo. Pienso que es una falsa disyuntiva. Los principios son valores abstractos que nos permiten guiar y proyectar nuestra vida a futuro. En ese camino debemos tomar decisiones, que basadas en los principios, deben ser útiles para alcanzarlos.
La utilidad es un concepto instrumental. Se es “útil” para algo. Para quien aspira a vivir de los demás como principio, robar es útil. Para quien aspira a vivir de su propio esfuerzo, robar no es útil. Nada es útil per se. El “utilitarismo” desvinculado de los principios, es un concepto vacío.
Pero sí es necesario reparar en el hecho de que, en la lucha por vigilar la libertad, coexisten distintas metas, en distintos niveles y tiempos. Mientras luchamos por llegar al mundo ideal, vivimos en éste, que presenta una serie de peligros a nuestros derechos que también debemos enfrentar.
Al igual que el mercado, la lucha por la libertad no es un juego de suma cero: buscar un nuevo paradigma de sociedad libre en el futuro no se logra a expensas de defender la libertad en el actual contexto. Se pueden hacer ambas cosas a la vez. Es más, es necesario hacer ambas cosas.
Por eso me parece tan respetable el liberal teórico que trabaja en las bases de una nueva teoría de la sociedad o el desarrollo de nuevas instituciones, como el liberal que trabaja en cómo deberá ser el camino desde el hoy hasta aquella situación a la que aspiramos; o el liberal que se arremanga, se mete en el barro y pelea la batalla diaria de la política en el contexto colectivista en el que se desarrolla hoy en día.
En este reparto estratégico de frentes de combate, el liberal que se dedica a la política es como el batallón de infantería que debe resistir el embate hasta que llegue la aviación a bombardear y destruir al enemigo (la aviación, en esta analogía, sería el liberal que desarrolla las bases para el cambio definitivo de paradigma). Esa infantería será la más vapuleada, muchas veces deberá hacer cosas que no le gustan, porque son parte de las reglas de un juego que en realidad tampoco le gusta, pero que es necesario para proteger sus derechos. Pero esa resistencia tan compleja y desagradable, es lo que permite que los aviadores avancen en sus máquinas, cargados de bombas, con sus instrumentos fijos en el enemigo que intentan destruir.
Por eso creo que es un error y una injusticia tratar a los liberales que se dedican a la política bajo los criterios de evaluación del filósofo, y que se le exija un nivel de pureza que no es propia del tipo de batalla que debe librar. Desde la cátedra o la red social, sin involucrarse nunca en los problemas políticos concretos, es muy fácil criticar.
En lo personal, el tipo de trabajo que desempeñé durante casi toda mi vida laboral me mantuvo inhabilitado para actuar en política, por lo que nunca fui ni afiliado y mucho menos participante de ninguna de las experiencias que desde 1983 hasta hoy se han intentado en esa arena. Ello sin perjuicio de mi apoyo en todas las formas posibles, como ciudadano, a cada uno de esos intentos. Prefiero en mi caso la lucha intelectual, pero valoro la política, porque es la que trata de impedir que mis derechos sean más alterados aun de lo que son.
Ahora bien, la lucha política también tiene alternativas estratégicas. Algunos ven que los cambios hacia políticas más liberales pueden lograrse influyendo sobre los grandes partidos políticos que son, en definitiva, quienes manejan el Estado. Otros, por el contrario, ven imposible que un partido colectivista y populista adopte soluciones liberales, y si lo hace, finalmente caerá en formas de corrupción o abuso del poder que bastardearán un fin loable. Por eso entienden que se debe crear, desde cero, un partido basado en ideas liberales y competir por ocupar las instituciones del gobierno.
Para quienes pretenden fundar un partido liberal, también existen alternativas: pueden ceñirse a lo que queda de una constitución bastante liberal e intentar que efectivamente se cumpla y no sea abusada desde las instituciones del Estado como lo es diariamente, o podrá ser más ambicioso y proponer cambios más profundos. Por otra parte, podrá intentar proponer a un Presidente –algo tan típico de nuestra sociedad que busca caudillos-, o concentrarse en los cuerpos legislativos, donde tendrá mayores posibilidades de lograr cargos de legislador, y desde el Congreso o las legislaturas proponer los cambios y limitaciones al poder correspondientes.
Nuevamente, entiendo que todas las alternativas son legítimas, cada cual puede tener su propia idea de la estrategia más efectiva para alcanzar el objetivo, y sería muy bueno en todo caso que hubiese un debate civilizado, partiendo de la base de que todas son opciones posibles, para decantar una estrategia común. Lo único que, al menos en mi caso resulta claro, es que todas las formas de actuar en política deberían conducir a la búsqueda de que el gobierno sea lo menos nocivo posible para los derechos individuales.
Alguien que invoque el liberalismo para proponer soluciones proactivas que tiendan al supuesto bienestar de todos, no tiene nada que ver con el liberalismo. Para un liberal, la opción de gobierno es por el menos dañino, por el que mejor limite su propio poder. El bienestar, la prosperidad, el crecimiento, son cosas que hacen las personas que actúan, no los gobiernos. Esas personas, lo único que necesitan del gobierno es que las moleste lo menos posible.
De allí que, por ejemplo, una disyuntiva válida se plantea entre votar a un candidato a presidente liberal pero sin chance alguna de ganar, y votar a aquel de los dos candidatos colectivistas que parece menos peligroso. Escucho por ahí que al primer voto lo considera un voto “de principios” y al segundo un voto “utilitario”. Como dije, principios sin utilidad no sirven, utilidad sin principios no existe. Habría que discutir mejor esta disyuntiva, pero desde bases racionales, no a través de descalificar al que piensa distinto.
En esta elección en concreto, hubiese preferido en lo personal un partido liberal enfocado en proponer listas de candidatos a diputados, senadores y legisladores en todas las jurisdicciones posibles. Me hubiese encantado ver listas de diputados integradas con personas como Espert, Lopez Murphy, Cachanosky, Etchebarne, Lazzari, y sus similares en cada provincia, junto con otros que ya tienen experiencia legislativa como Patiño o Castello, y todos los demás que se pudieran incorporar, según algún orden surgido de una elección interna donde la discusión fuera el orden en la lista y no listas excluyentes.
Por ejemplo, me hubiese encantado poder votar para senador en Capital Federal a Espert o Lopez Murphy, peleando con chance cierta de ganar el tercer senador al kirchnerismo. Esa sola batalla estratégica, hubiese justificado para mí la presentación de la lista. Mientras que hoy sinceramente no sé quién es el candidato a senador por Capital de la lista de Espert, y parece que el partido se concentrara únicamente en su candidato a Presidente, que es quien menos chances tiene de ganar su elección.
Pero nuevamente, es fácil opinar desde afuera. Muchos de los que critican furibundamente, no movieron un dedo para hacer las cosas de otro modo; y yo no quiero caer en eso. Pero si los liberales no somos capaces de generar ámbitos de discusión civilizada respecto de estrategias en todos los frentes en la lucha por la libertad, no se me ocurre dónde se podría dar ese tipo de discusión.
Me desanima bastante ver el modo en que los liberales se agreden mutuamente, considerándose a veces como enemigos con mayor vehemencia que la que usan con auténticos colectivistas. Creo que después de estas elecciones sería muy importante juntarse para hacer una evaluación de por qué ocurren estas cosas.
- 23 de enero, 2009
- 23 de julio, 2015
Artículo de blog relacionados
- 23 de diciembre, 2007
El Nuevo Herald Con voz temblorosa, el ex gobernante cubano Fidel Castro aseguró...
19 de abril, 2016Editorial – ABC Apenas ha dejado pasar un mes después de su reelección...
4 de enero, 2007El Nuevo Herald Lo más interesante de la Olimpíada Internacional de Matemáticas (OIM)...
22 de julio, 2012