‘Doce hombres sin piedad’ sentados en el banquillo de la vergüenza
Costó lo suyo que Ricardo Rosselló acabara de presentar su dimisión.
En realidad, tomó dos semanas de protestas en las proximidades de La Fortaleza, un palacete del siglo XVI que es la residencia de los Gobernadores de Puerto Rico, para que Rosselló pasara de la negación a la aceptación de que la mayoría del pueblo repudia el desenmascaramiento que supuso la revelación de casi 900 páginas de un chat que mantenía con sus asesores.
Lo que le ha sucedido al que fuera presidente del Partido Nuevo Progresista se asemeja a esos episodios en los que una persona sospecha desde hace tiempo que su pareja le es infiel, y el descubrimiento de un mensaje o una foto comprometedora es el hachazo final que quiebra la poca fe que tiene en la relación. Desde hace mucho los boricuas desconfían de la clase política y el contenido del chat de marras es la constatación de que están en manos de personajes que menosprecian a quienes los eligieron en las urnas.
Rosselló, que de niño vivió en la residencia oficial cuando su padre, Ricardo Rosselló, fue Gobernador de la isla, irrumpió en la vida política con el aval de un expediente destacado en MIT y el pedigrí de pertenecer a una dinastía política, a pesar de que la gestión de su padre se vio empañada por escándalos de corrupción.
En 2016 el hijo ganó los comicios prometiéndoles a los puertorriqueños que representaba la regeneración en un país (atrapado en una relación ambivalente con Estados Unidos en calidad de estado libre asociado) lastrado por décadas de mala gestión en manos del bipartidismo entre el Partido Nuevo Progresista, que aboga por la anexión a Estados Unidos, y el Partido Popular Democrático.
Un electorado frustrado en una isla instalada en el desencanto depositó sus esperanzas en el joven líder. Rosselló hijo tenía la oportunidad de ser el precursor del “Sí se puede” en un territorio donde, por la prolongada crisis socioeconómica, la diáspora hacia el continente era cada vez mayor.
Si algo nos enseña la vida es que el destino se moldea con las consecuencias de nuestros actos. Y eso es lo que hoy Rosselló y los otros 11 individuos que participaban en lo que ya se conoce como el Chat Gate han aprendido: han pasado de ser unos privilegiados a unos indeseables, arrastrados por la indignación popular al ritmo del “perreo” que retumbó en las estrechas calles del Viejo San Juan. Las incesantes manifestaciones pacíficas acabaron por reventar la burbuja de un grupo que en la (falsa) intimidad de su chat desplegó los modos más soeces de una pandilla juvenil. En sus bocadillos de Telegram compusieron su propio “perreo”, más descarnado que el reguetón urbano más fiero.
Es muy recomendable leer las conversaciones que el gobernador mantenía con sus estrechos colaboradores. La longaniza de mensajes es un claro ejemplo de la cultura de los fraternities, esas insólitas hermandades que persisten en las universidades de Estados Unidos en las que los varones (también las mujeres pasan por ritos trasnochados en muchas sororities) cometen actos de fanfarronería y suelen exhibir una conducta sexista.
No sé si Rosselló participó de un fraternity en la prestigiosa MIT, pero sin duda la banda de los 12 constituyó un verdadero chat frat, salpicado de improperios contra figuras políticas como la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín (sobre la que también bromearon acerca de las ganas de “dispararle”), y la ex concejal de Nueva York, Melissa Mark Viverito. Humor grueso sobre las concursantes de Miss Universo y comentarios homófobos dirigidos al cantante Ricky Martin. Todo un catálogo de machismo rancio, más ocupados en alimentar y propagar su toxicidad que en llevar cabalmente las riendas de un país herido por las secuelas del huracán María.
Y es que podría quedarse en lamentable y estúpidamente pueril el comportamiento de estos señores, pero el chat deja al descubierto faltas mucho más graves: complots para organizar campañas de desprestigio contra adversarios políticos, periodistas o cualquier persona que osara criticar la gestión del gobernador. Pura mala intención a la hora de diseminar en las redes sociales insidias para destruir al “enemigo”. Particularmente duro de digerir las menciones a empleados de “mierda” o los chistes a costa de los muertos que yacían en las morgues tras la devastación que causó María. No faltaban los emoticones para adornar su procacidad.
Más allá de las investigaciones (ya se han producido arrestos en el entorno del gobernador saliente) sobre indicios de corrupción y mal manejo de fondos públicos, lo que es evidente es que Rosselló y sus compadres de Telegram carecían de algo primordial (y sin embargo tan escaso) para ser un funcionario público: la empatía necesaria para sentir como propias las carencias de la sociedad a la que sirven. El cinismo corría por las venas de ese chat que dejó al descubierto los corazones huecos de una élite que se regocijaba en su amurallado mundo de country club.
Parafraseando el título de la famosa obra dramática de Reginald Rose, a estos Doce hombres sin piedad el pueblo puertorriqueño los ha sentado en el banquillo de la vergüenza. La verdadera regeneración está por llegar en Puerto Rico.
©FIRMAS PRESS
- 23 de enero, 2009
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