Las toallas de los hoteles
Supongo que no seré el único que se ha fijado en una nota que se suele encontrar en los cuartos de baño de las habitaciones en los hoteles de cierta categoría. Me refiero de aquella en que apelan a nuestra consciencia a la hora de decidir si echar a lavar o no las toallas de baño. El mensaje es de un tenor tal que este: “¿Se imagina el número de toallas que se lavan en todos los hoteles del mundo cada día? Ello supone un gran consumo de agua. El agua es un recurso escaso. Por eso, le rogamos que considere si es necesario que lavemos sus toallas todos los días.” Y a continuación nos dan instrucciones sobre qué hacer con la toalla en función de nuestra decisión.
La primera vez que me tropecé con él valoré favorablemente la conciencia ecológica del hotel que me hacía la propuesta, y, por supuesto, colaboré con el espíritu, evitando que mis toallas se lavaran todos los días, que es la acción por defecto. Y ese fue mi comportamiento durante muchos años, sin dedicar mayor reflexión al habitual mensajito.
El tiempo pasó, y yo fui aprendiendo alguna cosilla, en concreto sobre teoría económica, al tropezarme con la Escuela austriaca de economía. Supuestamente algo ya sabía, por mi titulación de licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales, pero no debería de tener las cosas tan claras cuando ese mensaje, el de las toallas, me parecía normal.
Esos conocimientos son los que hacen que ahora la lectura de este mensaje me lance a cavilaciones sin fin, aunque con la toalla siga haciendo las mismas cosas.
La primera cuestión que me surge tiene que ver con los mecanismos de mercado: ¿por qué los hoteles no ofrecen precios distintos según la frecuencia de lavado de las toallas del baño? Esa sería la solución de mercado al problema a que apuntan sus inquietudes. Una vez establecido el precio adecuado para dicho servicio, sus problemas de lavado de toallas (y un poco los ecológicos del mundo) se habrían resuelto, pues solo acudirían al lavado diario aquellos clientes que realmente lo valoraran. El resto se comportarían como hacen en su hogar, que (entiendo) no es lavar las toallas todos los días, sino cuando alcanzan cierto grado de suciedad. Dicho y hecho: enorme reducción del volumen de agua consumido sin tener que acudir a la buena voluntad de las personas, sino simplemente a su egoísmo, que es la forma más eficaz de conseguir las cosas.
Sin embargo, la evidencia empírica, al menos la experimentada por un servidor, demuestra que no es así. La práctica totalidad de los hoteles utilizan el mecanismo antes descrito, y no una diferenciación de precios. Así las cosas, es claro que el precio de la habitación incorpora ya el coste de lavar las toallas todos los días, pues es lo que por defecto prevén que van a hacer sus clientes. Por tanto, si el cliente decide no lavarlas cada día, el hotel obtendrá una rentabilidad adicional, al no tener que asumir dicho coste. Vemos entonces que el mensaje apelando a la conciencia ecológica del cliente muestra cierta hipocresía.
Entonces, ¿se quieren aprovechar los hoteles de la conciencia ecológica de sus clientes? Tampoco creo que sea así. Más bien las razones tienen que ver con el precio del agua. Si, como sostienen, el principal recurso consumido al lavar las toallas es el agua y el agua es escasa, entonces esta debería ser la principal componente del coste. Pero ello no es así, por la razón de que el agua, al considerarse bien esencial por las autoridades, suele suministrarse en monopolio legal y a precios regulados. Y estos precios suelen ser muy bajos, con independencia de la abundancia de agua en cada sitio en cuestión. Así, en aquellos lugares donde el agua es abundante, el precio regulado no supondrá distorsiones en el mercado. Pero si es escasa, entonces sí que pueden aparecer problemas.
En otras palabras, los gerentes de los hoteles en “sitios de secano” estarán muy sensibilizados respecto al problema del agua, que a lo mejor están padeciendo en sus propios hogares. Pero, a la hora de hacer cuentas, el precio regulado del agua les permite ofrecer el lavado diario de toallas sin afectar de forma significativa al precio de las habitaciones. Se contrapone su experiencia con la contabilidad. Y, por la misma razón, resulta difícil explicar una diferenciación de precios con esa base al cliente del hotel, por lo que la misma le podría llevar a perder clientes, que solo verían la ambición del hotel por incrementar sus beneficios (algo parecido le ocurre a Ryanair cuando decide cobrar por el equipaje de mano).
Pero la cuestión de fondo es la misma. Da un poco de miedo que el cuidado del medio ambiente se deje a la buena voluntad de los individuos. Si de verdad hay una amenaza medioambiental, yo preferiría que dispusiéramos de resortes eficientes y que disciplinen a la gente, y no me refiero a normas derivadas de oscuros intereses políticos. Lo que se observa al analizar el caso de las toallas de los hoteles es que el recurso a la buena voluntad ocurre, precisamente, porque no se deja al mercado (en este caso, del agua) funcionar libremente. Si se dejara, se alinearían precios y valores, y los hoteles sí podrían justificar una diferenciación en el precio de sus servicios, algo que con las condiciones actuales resultaría incomprensible.
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