El milagro chileno. ¿Por qué no el argentino?
En enero de 2017 publiqué en este mismo espacio una nota titulada “Pan y Cerebro”. Su argumento era sencillo. Como bien señala el Dr. Abel Albino, sinónimo en nuestro país de la lucha contra la desnutrición infantil, “para tener educación hay que tener cerebro. El 80% del cerebro se forma en el primer año de vida. Crece un centímetro por mes. La formación del sistema nervioso central está determinada en los primeros dos años de vida. Si durante este lapso el niño no recibe la alimentación y estimulación necesarias se detendrá el crecimiento cerebral y el mismo no se desarrollará normalmente, afectando su coeficiente intelectual y capacidad de aprendizaje; corriendo el riesgo de convertirse en un débil mental. Con alimento y estímulo adecuado el individuo tendrá rapidez mental, capacidad de relación, de asociación”. Pan y cerebro.
Motivé aquella nota con un informe elaborado por la Universidad Católica Argentina, el cual reportaba que “en la Argentina, la mitad de nuestros chicos padece de alguna forma de malnutrición antes de cumplir los dos años de vida, solamente considerando anemia, baja talla, obesidad o bajo peso. Es decir que las consecuencias de una mala alimentación ya dejan su impacto en el momento de mayor crecimiento y desarrollo, donde se están conformando estructuras vitales”.
Es claro que hoy la situación no ha mejorado. Por eso resulta de interés conocer otra realidad, la de un país alguna vez mucho más pobre que la Argentina, en el cual, a mediados del siglo pasado, el flagelo de la desnutrición infantil era su cotidianeidad y hoy es sólo un recuerdo.
Veamos los hechos. Hubo una vez en Latinoamérica un país extremadamente pobre. Un país en el cual en 1950 el ingreso per cápita alcanzaba a 400 U$S anuales, la expectativa de vida era de tan sólo 38 años, el porcentaje de niños desnutridos menores de 6 años era del 60%, el 23% de la población era analfabeta, tan sólo el 35% terminaba la escuela primaria, el 12% la secundaria y el 2% accedía a la universidad.
Un país en el cual en 1960 el 20% de los niños nacía con bajo peso y el 6% fallecía antes de cumplir el primer año de vida por enfermedades asociadas a la desnutrición. Un país en el cual en 1965 tan sólo el 54% de las zonas urbanas tenía agua potable y el 25% contaba con alcantarillado.
¿Qué fue de aquel país? En ese país en 2004 tan sólo el 4% de los niños nacía con bajo peso y el 0,01% fallecía antes de cumplir el primer año por enfermedades asociadas a la desnutrición. Para ese entonces el 100% de las zonas urbanas contaba con agua potable y el 95% con alcantarillado.
Para 2014 su ingreso per cápita alcanzaba 23 mil U$S anuales, la expectativa de vida 80 años, el porcentaje de niños desnutridos menores de 6 años se había reducido al 2%, el analfabetismo había prácticamente desaparecido (0,1%), el 99% de los niños terminaba la escuela primaria, el 74% la secundaria y el 50% ingresaba en la universidad.
La evolución de la talla fue notable. Los niños que nacieron en 1967 tenían a los 15 años un déficit de talla de un 7%, según los estándares de la Organización Mundial de la Salud. Para 1980 el déficit había desaparecido por completo.
Ese país es Chile, hoy líder en Latinoamérica en función de los más diversos indicadores. ¿Un milagro? No, una política de Estado: combatir la desnutrición infantil durante 40 años. Y un responsable: el Dr. Fernando Mönckeberg.
El pasado 7 de agosto tuve el honor, junto al Dr. Roque Fernández, Presidente del Consejo Superior de la Universidad del CEMA, de hacerle entrega del grado de Doctor Honoris Causa, “en reconocimiento a la vigorosa y valiosa acción que ha llevado a cabo en la vecina República de Chile en favor de la nutrición infantil como condición necesaria para el desarrollo físico e intelectual del ser humano, y el impacto que su iniciativa, la Corporación para la Nutrición Infantil (CONIN), ha tenido en la región”.
Durante su visita a Buenos Aires, pasé largas horas conversando con este médico de 94 años, cuya energía es sorprendente. Comparto, en primera persona, algunas de las conclusiones centrales sobre sus investigaciones acerca de la desnutrición en el niño:
· La desnutrición afecta fundamentalmente al niño durante las primeras etapas de la vida, cuando el crecimiento y desarrollo son acelerados (últimas semanas del embarazo y primeros años de vida extrauterina).
· En este período crítico, al disminuir el gasto calórico por menor aporte, se afecta el crecimiento, resultando en definitiva una menor talla con desproporciones antropométricas (se afectan más los huesos largos).
· La disminución del gasto calórico impacta en el crecimiento y desarrollo cerebral, dejando secuelas que más tarde se detectan durante el proceso de aprendizaje.
· Los daños físicos y mentales producidos durante los primeros años de vida, constituyen un obstáculo para la incorporación de las personas en la demandante sociedad actual.
· El daño crónico sufrido por generaciones de pobreza y malnutrición, demora más de una generación en recuperarse.
· Si el daño afecta a un porcentaje alto de la población, daña a la sociedad toda, dado que constituye un obstáculo para el desarrollo económico y social al disminuir la competitividad frente a la actual globalización económica mundial”.
Es claro que Argentina jamás ha tenido, como señala el Dr. Fernando Mönckeberg, niveles de pobreza de la magnitud que caracterizaba al Chile de mediados del siglo pasado, pero, como lo resaltan los informes de la Universidad Católica Argentina, la vergüenza de la desnutrición infantil existe hoy en nuestro país y el enfrentarla debe convertirse en una política de Estado. Los resultados de hacerlo durante 40 años están a la vista. Chile es contundente evidencia de ello.
El autor es Rector de la Universidad del CEMA y Miembro de la Academia Nacional de Educación.
- 28 de diciembre, 2009
- 23 de julio, 2015
- 16 de junio, 2012
- 25 de noviembre, 2013
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