Macri, el unificador del peronismo
La historia no recordará a Mauricio Macri por su pobre gestión, por el incremento y default de la deuda pública, por el deplorable legado económico o por la promesa de cambio incumplida. En verdad, su fracaso no puede considerarse una novedad política sino casi una constante histórica; desde hace setenta años la Argentina es una galería de ejemplos de malas administraciones.
La historia recordará a Mauricio Macri como el unificador del peronismo.
Entre 1945 y 2015 los peronistas gobernaron 36 años, la mitad de un período de 71, lo que hecha por tierra cualquier argumento que pretenda eximirlos de una responsabilidad superior en la decadencia nacional. Ahora bien; así como la coyuntura histórica favoreció al entonces Coronel Perón (el auge del fascismo europeo con la consecuente popularidad de los movimientos de masas y el surgimiento del sindicalismo como factor de poder político) también el contexto estaba del lado de Mauricio Macri en sentido inverso allá por los albores de su mandato.
Los signos del resquebrajamiento peronista se manifestaron en 2013, cuando en las elecciones de medio término Sergio Massa, hasta entonces un alfil del oficialismo kirchnerista comunicó su decisión de enfrentar a la misma Cristina Kirchner, movida que significó el fin de sus aspiraciones reeleccionistas. Cuando el díscolo intendente de Tigre se levantó con un contundente apoyo popular, Fernández de Kirchner supo que debería archivar el proyecto de reforma constitucional que le habilitaría un tercer mandato.
Dos años después, el kirchnerismo crujía, las camorras internas consumían sus energías y los candidatos no encantaban. La fractura del peronismo era el hecho político del siglo. En el otro extremo del ring apareció un Mauricio Macri respaldado por el radicalismo con una promesa de cambio que entusiasmó a una población harta de la prepotencia kirchnerista.
Sin embargo, a la hora de verdad, los votos no terminaban de acompañarlo y salió detrás del candidato de Cristina tanto en las PASO como en la primera vuelta. Y ahí aparecieron los votos del tercero, Sergio Massa, con su nada despreciable 22%, votos de raíz profundamente antikirchnerista que, en el ballotage, inclinaron la balanza en favor de Mauricio Macri que se convirtió en presidente de la nación con una agónica diferencia y votos claramente “prestados”.
Un comienzo virtuoso de su gestión hubiera requerido la humildad de reconocer que el hecho político de 2015 fue la derrota del oficialismo kirchnerista y, solo como consecuencia, el triunfo de Cambiemos.
Esa mirada realista y honesta sobre aquellos acontecimientos hubiese debido ordenar los pasos siguientes, que reclamaban una inmediata alianza con los sectores enfrentados al kirchnerismo. Así se hubiera sorteado la debilidad política y particularmente legislativa del macrismo, en la que suelen escudarse hoy sus exégetas para explicar su pobre performance.
Sin embargo, la dupla Macri-Peña demostró que el germen del encapsulamiento no era exclusividad K, y se aislaron como si hubiesen contado con fuerza, mayorías y experiencia.
Los escasos hombres que se animaron a disentir con esa estrategia fueron acallados, ignorados y postergados, y eso sirvió de escarmiento para que el resto aprendiera qué le pasaba a quien osaba cuestionar la conducción bicéfala.
Y el tiempo empezó a correr. El primer año de gobierno, las minorías legislativas del oficialismo fueron sorteadas con la decidida colaboración del bloque de Sergio Massa, que acompañó con sus diputados los principales proyectos del Ejecutivo.
Por aquellas horas pudimos identificar la diferencia entre ser antiperonista (como la autora de esta columna) y ser “gorila”. Antiperonismo es oponerse a una filosofía política inmoral, mendaz y venal, filo-nazi y autoritaria que se llevó puestas las instituciones republicanas y la división de poderes sin ruborizarse. El “gorila” es aquel que, 70 años después, sigue responsabilizando de manera excluyente al peronismo de todo lo que nos pasa aún en la actualidad.
El gorilismo de la conducción política impidió entender que ampliar a los sectores anti-kirchneristas la construcción oficialista era el camino, era el único camino para derrotar la filosofía peronista.
Así fue como, al desastre económico del gradualismo, se sumó la impericia política para capitalizar la debilidad de su adversario, lo que permitió la recomposición del peronismo.
Mauricio Macri tuvo una oportunidad que probablemente no se repita porque el PJ aprendió la lección; entendió que separados se debilitan pero que unidos, la historia está empezando a confirmar que son imbatibles.
- 23 de julio, 2015
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