El populista mexicano
ABC, Madrid
El rasgo distintivo populista no es la redistribución: es la concentración del poder construyendo una legitimidad ajena a la democracia liberal. El caudillo, en comunicación mesiánica con el pueblo, se empina por encima del sistema de pesos y contrapesos con un discurso antielitista. ¿Es Andrés Manuel López Obrador un populista? Tras pasar unos días en México conversando con miembros de instituciones públicas y un abanico de independientes, constato que AMLO es el populista quintaesencial. Otra cosa es que su país, segunda economía latinoamericana (traducida a paridad de poder adquisitivo, supera a la española) y una democracia que aún los años del PRI, le permita llevar hasta las últimas consecuencias su designio.
Para deslegitimar a instituciones y personalidades, emplea las «mañaneras», ruedas de prensa en las que recibe preguntas acordadas y desde las cuales decreta quién está en desgracia o en valor. Con ese estilo de mesías tropical que describió Enrique Krauze, va redibujando con su verbo el esquema republicano, mientras sus partidarios cubren de ignominia a cuanto adversario se le ponga, o se crea que se le pondrá, enfrente. Ablandadas las instituciones, se procede a su captura mediante métodos que incluyen el chantaje o la presión contra aquellos a quienes es necesario remover, y se utiliza la mayoría en el Senado (cuando el poder ejecutivo no basta) para nombramientos afines. AMLO ha colocado gente -o está en vías de hacerlo- en el Instituto Nacional Electoral, la Fiscalía General de la República, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Banco de México y, recientemente, la mismísima Suprema Corte de Justicia de la Nación.
No ha logrado acallar a toda la prensa libre, pero sí adocenar a muchos medios mediante señalamientos públicos dirigidos sutilmente a los anunciantes. Aunque su popularidad ha perdido quince puntos, sigue alta, lo que le permite apuntar a las instituciones enfrentando a los de abajo con las élites. Mucho juega en su contra, como haber reducido el crecimiento económico al cero por ciento, y la violencia, que ha vuelto a cobrarse este año 30.000 víctimas. Ha recortado servicios como la sanidad pública para dirigir parte del dinero a fines clientelistas. En la medida en que la economía retroceda más, por ejemplo cuando las calificadoras de riesgo golpeen a Pemex, la empresa de hidrocarburos más endeudada del mundo, y quizá rebajen la calificación de los bonos soberanos del país, la disciplina fiscal caerá por la borda. AMLO gastará lo que no tiene. La política exterior del canciller Ebrard, exizquierda vegetariana, es carnívora: adula a Cuba y Venezuela, defiende el fraude de Evo Morales, ignora la Alianza del Pacífico, el esfuerzo de integración liberal. Excepto una cosa: AMLO se ha convertido en el policía migratorio de Trump, amurallando con vigilancia extrema la frontera de Guatemala desde que Washington amenazó con represalias si no lo hacía. El «cipayismo» y el populismo conviven en él.
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