Por el amor al cine: la penúltima faena de Scorsese
No acudí de inmediato al estreno de la última película de Martin Scorsese.
Algunos me advirtieron que The Irishman, con más de tres horas de metraje, resultaba demasiado larga.
Otros sencillamente me dijeron que era mejor verla en la comodidad de la casa a través de la plataforma Netflix, que se había hecho cargo de la producción después de que Paramount se retirara de un proyecto muy ambicioso en un momento en el que el cine tradicional parece agonizar.
Lo que sí tenía claro es que no vería un filme de Scorsese apoltronada en un sofá y con la supuesta ventaja de hacerlo por partes, con descansos para comer o tomar una siesta.
El cine que comprende a grandes directores como Scorsese, Coppola, Spielberg o el mismo Tarantino a pesar de ser más joven, se filma para disfrutarlo en una sala a oscuras frente a una gran pantalla. Que cada plano, secuencia, la banda sonora o un close-up estremezcan al público que se congrega en los templos que han sido las salas de cines desde que los hermanos Lumière comenzaron a experimentar con la magia del celuloide.
Y así fue. Un domingo en la sesión de tarde me acomodé en la butaca de una sala pequeña, como las de arte y ensayo de antaño. Solo había una pareja y dos señoras. Éramos cinco en total cuando apareció por primera vez en la pantalla Robert de Niro, el actor fetiche de Scorsese.
Amigos desde los 16 años. Juntos desde entonces en la aventura de hacer cine desde que, siendo dos jovencitos precoces, sorprendieron a la crítica con Mean Streets: Scorsese al otro lado de la cámara y De Niro interpretando su primer papel. Un retrato naturalista de los barrios más duros de Nueva York. Ambos de origen italiano, familiarizados con las historias de gángsters, la mafia, y en el meollo de las grandes tragedias y las ambivalencias morales, el núcleo de la familia.
En la historia de The Irishman, inspirada en un libro con testimonios del mafioso de origen irlandés Frank Sheeran, quien hasta el día de su muerte aseguró haber matado al sindicalista Jimmy Hoffa a pesar de que su relato nunca se pudo probar ni el cadáver de Hoffa fue localizado, desfilan otros dos grandes actores de una generación que se extingue: Joe Pesci y Al Pacino. Junto a De Niro, el trío compone un verdadero tour de force. En cada plano dan una lección magistral de actuación bajo la batuta de Scorsese.
El director de Taxi Driver, Goodfellas, Casino y Raging Bull, algunas de sus obras maestras, ha llegado a los 76 años e invita a los mejores intérpretes de su generación, que a lo largo de los años han incursionado en el género de la mafia y los gángsters (variante del Western), a acompañarlo en este canto elegíaco de un pasado que se hace cada vez más lejano: los mafiosos van cayendo uno a uno en su laberinto de violencia.
Pero también el cine, el que se gestó como experiencia colectiva, languidece en la precariedad de las salas semivacías. Los estudios de Hollywood hoy no se atreven a apostar por sagas como lo fue en su día la trilogía de El Padrino. Y el público cada vez está más entregado al entretenimiento que se consume en ordenadores portátiles y hasta en las pantallas liliputienses de los teléfonos móviles. La última humillación al séptimo arte.
Scorsese y su tropa de actores, ya en el umbral de los ochenta, se atreven a desafiar la abulia general con un filme de tres horas y media que se desarrolla como las grandes novelas del siglo XIX. El tiempo está de parte del director, de Pacino, Pesci y De Niro precisamente porque ya viven a espaldas de él. Pueden detenerse en el relato prolijo y hechizarnos en cada encuadre como toreros en su penúltima faena.
Los mafiosos van por la vida matando a fuerza de testosterona excesiva y trastoque de valores, pero el paso del tiempo los coloca, como al resto de los mortales, en la vulnerabilidad de la vejez si es que llegan con vida a la senectud.
La evolución del cine también ha recolocado a los grandes maestros como Scorsese, hoy resignado a que su monumental filme pase brevemente por las salas de cine antes de recalar en el extenso portafolio de Netflix.
Ya nadie recuerda aquellas sesiones maratonianas de Lo que el viento se llevó o tantos otros clásicos que fascinaban a una audiencia dispuesta a pasarse toda una tarde en el cine.
El maestro Scorsese hace concesiones a esta plataforma que todo lo engulle porque la alternativa era que su proyecto no viera la luz. No obstante, ha señalado que su filme no debe verse como una serie de televisión que se consume por trozos.
Qué bien hice en ignorar a quienes me aconsejaron ver The Irishman en la “comodidad” de la casa. Me he hecho mayor con su cine y toca resistir hasta el final. Qué remedio.
©FIRMAS PRESS
- 23 de enero, 2009
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