El asalto populista
ABC, Madrid
Bajo la cobertura antielitista, el populismo menosprecia el Estado de Derecho y el libre intercambio internacional, y practica el clientelismo. Estados Unidos tiene un populismo de derecha, más nacionalista que redistributivo, pero también de izquierda, con el énfasis contrario. En América Latina predomina el de izquierda y en Europa sucede lo contrario, con excepciones como Grecia, España y Eslovaquia, donde el de izquierda es poderoso.
Por su capacidad a lo Zelig para apropiarse de elementos de diversas doctrinas, el populismo hace difícil una alternativa clara. Las políticas populistas a veces coexisten, en un gobierno o líder, con lo razonable. Trump comprende la importancia de cobrar impuestos más bajos y aligerar la regulación de la economía. Pero su Gobierno acaba de superar un déficit fiscal de un billón de dólares, y piensa que los intercambios globales son un juego de suma cero y que los inmigrantes amenazan a su país. Los populistas de derecha en Hungría (Viktor Orbán) y Polonia (el partido de Jaroslaw Kaczynski) han erosionado el Estado de Derecho y practican el clientelismo con programas sociales, pero mantienen unos impuestos horizontales (flat tax) atractivos y codician el capital extranjero. En la República Checa, el presidente Milos Zeman y el primer ministro Andrej Babis persiguen objetivos diferentes: el primero quiere aliarse con Rusia y un referéndum sobre la pertenencia a la odiada Unión Europea, mientras que el segundo prefiere permanecer en Europa, pero coquetea con Polonia y Hungría.
En Estados Unidos, muchos votantes liberal-conservadores incómodos con Trump temen que la alternativa sea el socialismo o el populismo antiempresarial que muchos adversarios de Trump defienden. En Italia, una coalición de populistas de derecha (la Liga) y populismo izquierdizante (el Movimiento 5 Estrellas) cayó por disputas internas, pero el nuevo Gobierno, del Movimiento 5 Estrellas y el Partido Demócrata, mantiene una carga populista. La Liga, ahora oposición, lidera los sondeos. Un populismo alimenta el otro, canibalizando el espectro político.
No pocos europeos pro libre empresa aceptan el populismo de derecha porque lo ven como antídoto contra el de izquierda y el separatismo. Muchos españoles pro mercado apoyan al nacionalista Vox porque la alternativa es el populismo de Podemos, hoy en el poder, que simpatiza con el nacionalismo catalán y el chavismo.
La extrema derecha de Europa atrae, además, a votantes de extrema izquierda, como Le Pen, cuya prédica contra las élites globales suena a música a oídos de muchos desfavorecidos (a juzgar por su oposición al intento de Macron de reformar las pensiones, ignoran que el estatismo es culpable de su situación). Cuando líderes importantes como Angela Merkel han pedido una respuesta internacional al populismo, el populismo les ha estallado en casa: Alternativa para Alemania tiene unos noventa escaños. No hay (aún) una mayoría de gobiernos occidentales en manos del populismo. Pero los no populistas lucen débiles, carcomidos por la duda.
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