Rallo contra Mises: una reconstrucción necesaria de la teoría monetaria
Ludwig von Mises es, para muchos, el mejor economista del siglo XX. Méritos desde luego no le faltan. Mises fue el creador del edificio teórico de la Escuela Austriaca de Economía: desarrolló y sistematizó las revolucionarias ideas subjetivistas de Menger y Böhm-Bawerk, y extendió esta metodología a prácticamente la totalidad de los campos que componen la ciencia económica. Una de sus más importantes contribuciones fue el desarrollo de la teoría del dinero, el crédito, la banca y los ciclos económicos bajo este nuevo paradigma. En palabras de Murray Rothbard: "La teoría austriaca del dinero virtualmente empieza y termina con la monumental Teoría del dinero y de los medios fiduciarios de Ludwig von Mises, publicada en 1912". Más de un siglo después de su publicación, esta obra sigue considerándose el libro sagrado de teoría monetaria para la mayoría de los seguidores de la Escuela Austriaca.
El último libro del economista Juan Ramón Rallo, sin embargo, está dedicado a explicar que la teoría monetaria de Mises no está exenta de inconsistencias y errores (Una crítica a la teoría monetaria de Mises, Unión Editorial). En la primera parte, se expone de manera fiel y exhaustiva el pensamiento monetario del austriaco; en la segunda, el autor procede a señalar los problemas de esta obra y a plantear un desarrollo teórico alternativo dentro del marco de la Escuela Austriaca. Esta reconstrucción a fondo de la teoría austriaca del dinero era toda una necesidad para tratar de sacarla del callejón sin salida en el que se encontraba. Y es que los graves errores que arrastra desde hace más de cien años empañan las muchas bondades que tiene, incluyendo una de las joyas de la corona: la teoría austriaca del ciclo económico. Esta es la irremediable consecuencia de tratar esta obra, no como un potencial avance científico sujeto a críticas, correcciones y mejoras, sino como un objeto de culto. Por fortuna, Rallo no cae en este error.
La gran revolución que supuso la obra monetaria de Mises surge de analizar el dinero como un bien económico más y, por tanto, de darse cuenta de que su valor procede de su oferta y su demanda con base en su utilidad marginal. Rallo enriquece la teoría del dinero de Mises añadiendo un análisis mucho más rico de la demanda de dinero y desarrollando un concepto clave: que la utilidad del dinero procede de su liquidez. A partir de estas aportaciones, corrige la teoría de Mises de cómo surge el dinero (teorema regresivo) y de cómo fluctúa su valor (teoría cuantitativa), proporcionando una explicación mucho más actualizada y libre de errores que la propuesta por el economista austriaco. Una explicación, además, que tiene mayor coherencia con la filosofía económica original de Carl Menger.
Rallo también enmienda otra de las grandes aportaciones de Mises, que es su análisis sobre los sustitutos del dinero. Propone corregir la confusión que genera el austriaco al mezclar el concepto de dinero con el de crédito: sugiere emplear el término dinero para referirse únicamente a aquellos medios de intercambio que sean activos reales, separándolos así de aquellos que sean activos financieros y que tendrán consideración de sustitutos monetarios. Esta distinción facilita el análisis económico posterior: ayuda a evitar los errores derivados de tratar un activo financiero, que por definición no es un bien económico sino un derecho de cobro, como si fuera un activo real.
Es precisamente esta confusión la que provoca la que, a juicio del autor, probablemente sea uno de los errores más importantes de Mises. Una de las mayores preocupaciones del austriaco eran los perversos efectos que, a su juicio, tiene la emisión de “medios fiduciarios” por parte de la banca: esto es, aquellos “títulos seguros e inmediatamente convertibles en dinero que no se hallan respaldados por dinero” (por ejemplo, depósitos a la vista de bancos solventes). Mises consideraba que estos sustitutos monetarios son económicamente indistinguibles del dinero y que por tanto deben analizarse como si fueran bienes presentes. De acuerdo con el austriaco, los bancos pueden emitir medios fiduciarios sin límite, y con ello estarían “creando” dinero de la nada. Esto permitiría a la banca hacer nuevos préstamos sin necesidad de que nadie aumente su ahorro, distorsionando la estructura de precios y deprimiendo artificialmente el tipo de interés. En este fenómeno se encontraría el origen de la descoordinación generalizada del sistema productivo que, en última instancia, desembocaría en la generación del ciclo económico.
El error que señala Rallo es que los medios fiduciarios en ningún caso son bienes presentes, sino promesas de pago que emite el banco, que tienen la peculiaridad de tener una alta liquidez y que por tanto se pueden utilizar como medio de intercambio. La consideración de los medios fiduciarios como deudas del banco es fundamental, porque fulmina la idea de que los bancos sean capaces de crear bienes presentes sin que nadie proporcione ahorro. Supongamos que un banco crea un depósito y presta esos fondos a alguien para que compre un coche. En contra de lo que diría Mises, lo que el comprador entregaría al vendedor a cambio del coche no sería ningún bien presente (dinero en sentido estricto): sería una promesa de pago del banco que podría cobrar cuando considerara oportuno. Mientras no la cobre, es decir, mientras mantenga en su cartera ese depósito bancario, quien realmente estaría proporcionando financiación sería el vendedor del vehículo. Dicho de otra forma, la transacción sería equivalente a si el comprador comprara el coche a crédito al vendedor y fuera este quien cobrara las mensualidades. La diferencia es que el banco estaría haciendo de intermediario, obteniendo financiación por parte del vendedor (depósito) y dando financiación al comprador (préstamo). El problema no es, por tanto, de creación de la nada de bienes presentes, sino en todo caso de deterioro generalizado de la liquidez.
Rallo explica en su libro que, en contra de lo que opinaba Mises, los medios fiduciarios (así como otros activos financieros líquidos) pueden ser enormemente útiles. Por un lado, permiten sustituir parcialmente el uso de dinero en sentido estricto, que suele ser mucho más costoso de producir (oro, plata); por otro, aportan flexibilidad para absorber fluctuaciones de la demanda sin imponer un costoso proceso de reajuste de todos los precios de la economía. Para que estos sustitutos monetarios sean reputados como activos suficientemente líquidos para desempeñar estas funciones, tendrán que estar respaldados a su vez por activos líquidos: dinero, mercancías de alta demanda, u otros activos financieros que tengan a su vez un respaldo de este tipo. Como en las demás partes de su balance, el banco tendrá que calzar los plazos y riesgos de los pasivos con los de los activos para preservar su posición de liquidez. Cuando esta “regla de oro” se respeta, cosa que tenderá a ocurrir en un entorno institucional de banca libre, los medios fiduciarios no provocan descoordinaciones en la economía, sino todo lo contrario. Pero ¿qué ocurre cuando existen privilegios estatales que permiten a los bancos y a otros intermediarios financieros incumplir esta regla de manera sistemática, y degradar su liquidez?
Precisamente, Rallo reconstruye la teoría del ciclo económico sobre la base de que lo que provoca distorsiones en el sistema productivo no es la mera emisión de medios fiduciarios y la artificial reducción del tipo de interés que genera, como pensaba Mises, sino una degradación generalizada de la liquidez de los agentes económicos. Cuando los intermediarios financieros captan financiación a corto plazo y prometiendo bajo riesgo, e invierten a largo plazo y en activos de alto riesgo, se genera una descoordinación entre ahorradores e inversores que se manifiesta en forma de falso auge económico. Sin embargo, se estará formando una estructura productiva concentrada en proyectos que madurarán más tarde y con mayor riesgo de lo que los ahorradores están dispuestos a financiar. Y es cuando se pone esa descoordinación de manifiesto cuando estalla la crisis y se desencadena la fase depresiva del ciclo económico.
Ludwig von Mises es para muchos un gigante intelectual, el artífice de un sistema teórico que supuso un enorme avance en multitud de ámbitos de la ciencia económica, incluida la teoría monetaria. Sin embargo, la admiración por nuestros referentes no debería impedirnos ver sus errores, corregirlos y seguir construyendo sobre bases más firmes. En Una crítica a la teoría monetaria de Mises, Juan Ramón Rallo hace precisamente eso. Es una lectura recomendable para toda persona interesada en aprender sobre la naturaleza del dinero, el crédito, la banca y los ciclos económicos, y especialmente para aquellos que estén dispuestos a replantearse lo que durante 100 años se ha considerado una obra de culto.
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