“La única cosa que se puede hacer en América es emigrar”
República, Guatemala
Simón Bolívar, El Libertador, libró casi 500 batallas por la independencia de Venezuela, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Panamá. Sin embargo, ya cercana su muerte, se exasperaba por la situación en América Latina. En 1830, le escribió al general Juan José Flores:
“Vd. sabe que yo he mandado veinte años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1º) La América es ingobernable para nosotros. 2º) El que sirve una revolución ara en el mar. 3º) La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4º) Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5º) devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6º) Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último periodo de la América… (Latina)”.
Han pasado casi 200 años, pero la áspera acusación de Bolívar parece tan válida hoy como lo fue en su tiempo.
En busca del buen gobierno, América Latina ha acumulado la historia constitucional más tortuosa del mundo. Según un estudio realizado por José Luis Cordeiro, 19 de las 21 naciones latinoamericanas han tenido al menos cinco constituciones, once de los países han escrito al menos diez, y cinco países han adoptado veinte o más constituciones. La República Dominicana lidera el recuento mundial de constituciones con 32, seguida de Venezuela con 26, Haití con 24 y Ecuador con 20.
Para ser claros, estas no son enmiendas constitucionales, sino reescrituras de largo alcance para reelaborar las estructuras del gobierno. En contraste, Canadá ha tenido dos constituciones y Estados Unidos una. En América Latina, cada nueva constitución se promueve como necesaria para “refundar la nación”. Sin embargo, el buen gobierno tiene poco que ver con las constituciones, y sociedades muy exitosas. El Reino Unido, Nueva Zelanda e Israel, no tienen una constitución formal.
Si por buen gobierno entendemos la capacidad y liderazgo que proporcione a los ciudadanos seguridad y protección, libertades políticas y participación, estado de derecho, transparencia, responsabilidad, derechos humanos y oportunidades económicas sostenibles, América Latina, en su mayor parte, todavía está por experimentar buenos gobiernos permanentes.
En América Latina la criatura mítica más famosa no es el chupacabras. Como lo expresó Gabriel García Márquez “La única criatura mítica que América Latina ha producido es el dictador militar…” En el contexto actual, tenemos que incluir a la Cuba totalitaria y al nuevo autoritarismo de las “democracias” titulares como Venezuela y Nicaragua.
No es, como pensaba Bolívar, que América Latina es ingobernable. Por el contrario, los problemas de la región surgen de una evaluación de la administración política centrada en la capacidad de un líder para entregar prebendas políticas, no bienes públicos. Esta es una patología político-fiscal donde se crea el apoyo público, no a través de un servicio público excepcional, sino a través del mecenazgo. Políticamente es más gratificante canalizar beneficios a grupos de interés conocidos que a una población políticamente amorfa.
La herencia sociopolítica de España y la experiencia poscolonial han engendrado en América Latina una comprensión del papel del gobierno significativamente diferente a los principios de gobierno limitado y derechos inalienables que conforman la experiencia estadounidense. Es un entendimiento perverso que mide la calidad de una gestión de gobierno por la cantidad de gastos sociales en que incurre.
El gobierno limitado no llega de forma natural a la cultura hispana, de tendencias políticas estatistas. América Latina, seducida por el canto de sirena de la “justicia social”, tiene dificultad para aceptar las desigualdades resultantes del mercado. Esto deriva a menudo en liderazgos personalistas mesiánicos.
El buen gobierno es lo que mayormente mejoraría la vida en América Latina. Para ello la ciudadanía necesita aprender a evaluar la administración de sus líderes de manera más responsable. Un buen gobierno debe de promover sistemas socioeconómicos donde la mayoría de los ciudadanos puedan satisfacer adecuadamente sus propias necesidades. Solo entonces será falso el dictamen de Bolívar: “la única cosa que se puede hacer en América Latina es emigrar”.
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