El elefante en casa
Fundación LibreMente, San Nicolás
Antes de curar a alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a las cosas que lo enfermaron.
Hipócrates
Un rasgo que caracteriza al ser humano es la tendencia a acostumbrarse a situaciones que durante un lapso prolongado suceden periódicamente. Esas situaciones penetran en nuestra psiquis y siguen estando presentes hasta quedarse para siempre, sin cuestionarnos si es beneficioso o maligno este enquistamiento.
Tal comportamiento humano implica la existencia de particularidades estables en la conformación de las acciones de los individuos, lo cual conduce a constituir un tejido social pétreo que puede resultar saludable o enfermizo.
Una de estas conductas perversas –dignas de análisis psicológico y sociológico en nuestro país- es la aceptación de la intromisión del Estado en nuestras vidas, conducta ésta que hemos internalizado de manera lenta y sin cesar, alimentando una estructura estatal de dimensión gigantesca. Con ello, permitimos que en “nuestra casa” se introduzca y crezca un elefante que va impidiendo nuestros movimientos.
Esa alimentación insaciable se la hemos concedido otorgándole un permiso para que coma a través de un déficit fiscal que parece no tener límites. Esto sencillamente significa que el Estado gasta mucho más de lo que recauda. Esta anomalía, que lamentablemente la hemos institucionalizado con cualquier signo político que nos haya gobernado, se nutre de los impuestos y de la deuda (empréstitos).
Cuando una contribución impositiva es desproporcionada, se está atacando la igualdad civil plasmada en los arts. 14 y 16 de la Constitución Nacional. Cuando un impuesto o tasa está mal colocado debería alterar el vínculo normal y lógico que debe existir entre el Estado y la sociedad, haciéndose valer los derechos sobre la propiedad. Pero la reacción social es ínfima en virtud de que el miedo y las comodidades congelaron la vitalidad de la gente honesta y productiva.
La falta de interés por cuidar “lo nuestro” como corresponde, consciente o inconscientemente, va aniquilando los gérmenes de nuestra potencial riqueza nacional.
La educación cívica que portamos con la compañía de la cultura facilista y vulgar adquirida, no haciéndonos responsables de nuestros propios actos, lastimosamente permitieron el ingreso cada vez mayor del elefante en casa. De este modo se van limando nuestros espacios para producir, tolerando el saqueo y la corrupción como si fuera un mal endémico imposible de extirpar.
Sin dudas, el problema matriz económico es el déficit fiscal. No podemos engañarnos que con deudas, impuestos desmesurados e inflación, podemos abrirnos paso hacia un venturoso futuro sin advertir que el elefante devora en el déficit fiscal.
Ansío que alguna vez, vislumbremos que debemos sacar al Estado elefante de nuestra propiedad. Allí no está su hábitat, su lugar está fuera de ella, en el que le determinó la Constitución Nacional con un poder limitado en el cual solo puede digerir con razonabilidad, no deglutir desaforadamente. Esa nutrición adecuada le debe servir para que su actividad en materia económica sea la de establecer reglas claras con el fin que los privados compitan libremente en un marco de legalidad, impidiendo que ellos mismos no se conviertan en un monopolio amigo del elefante.
La enfermedad crónica que sufrimos es la estatolatría, sin darnos cuenta que el culto al Estado es admitir el culto de la fuerza, es concederle que compulsivamente se abastezca en nuestra casa.
Ahora bien, si nunca llegáramos a tener el sentido común o no estamos dispuestos a reconocer nuestra afección, renunciando a las cosas que nos enferman como señaló Hipócrates, seguramente estaremos condenados a sobrevivir en la agonía.
El autor es abogado y presidente de la Fundación LibreMente de la Ciudad de San Nicolás, Buenos Aires, Argentina.
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- 23 de julio, 2015
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- 29 de febrero, 2016
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