Democracia representativa sin votantes
Vemos el voto como la esencia de la democracia. Se supone que la votación coloca a personas comunes a cargo de un proceso legislativo como representantes de la población en conjunto. Por lo tanto, los representantes elegidos deben reflejar la composición de la sociedad. Como escribió John Adams en 1776, una asamblea representativa “debería ser, en miniatura, un retrato exacto del pueblo en general”. Sin embargo, ese no parece ser el caso.
La membresía del 115o Congreso de los Estados Unidos revela un perfil no representativo de la población. Por ejemplo, mientras que la edad promedio de la población es de 38.1 años, la edad promedio de los miembros de la Cámara es de 57.8 años y la de los senadores de 61.8 años. De los 541 congresistas, el 40% son abogados, en comparación con el 1% de abogados en la población. Los afroamericanos representan el 12.1% de la población, pero solo 1% del Congreso es afroamericano. Y solo el 21% de nuestros representantes en el Congreso son mujeres.
Nuestros congresistas están mejor educados, son más ricos y supuestamente más religiosos que nosotros. Todos los senadores y el 94.1% de los miembros de la Cámara tienen un título universitario, en comparación con el 37% de la población. Y mientras el 22.8% de la población no está afiliada a ninguna religión, el 98% del Congreso está afiliado a una religión específica. Cuando se trata de riqueza, el 7.4% de los hogares de EE. UU. tiene un patrimonio superior a $1 millón, mientras casi el 40% de nuestros representantes son millonarios.
Para bien o para mal, nuestro sistema electoral no crea un gobierno auténticamente representativo de la sociedad. Aquí es donde entra en juego la idea de reemplazar votación por “sorteo” (Sortition). Sorteo significa seleccionar al azar a partir de subconjuntos de la población; es otra forma democrática de elegir a los miembros del congreso.
Este concepto de seleccionar funcionarios públicos al azar tiene un pedigrí ilustre que comienza en la democracia ateniense (507-232 a. C.), Venecia (697-1797), Florencia (1328-1434 y 1494-1512) y Suiza (1640 -1837). El mejor ejemplo moderno es la selección de los jurados, donde los ciudadanos se seleccionan al azar de una población calificada y luego son examinados para determinar sus cualidades e imparcialidad. El sorteo también se ha utilizado para crear grupos de ciudadanos asesores.
En la práctica, antes de realizar una selección aleatoria, se debe definir el grupo de candidatos elegibles. Se han propuesto muchos métodos, como separar por educación o experiencia para desarrollar un grupo de candidatos calificados como subconjunto de la población.
El sorteo incorpora dos propiedades claves: el azar es imparcial, y una gran muestra aleatoria refleja las características de toda la población. Por lo tanto, el sorteo es más democrático que las elecciones porque los seleccionados al azar representarán con mayor exactitud la composición de la población respecto a características personales y circunstancias económicas. La legislación de un parlamento seleccionado al azar es más probable que refleje las opiniones de la población en su conjunto.
El sorteo es menos corruptible que las elecciones porque la oportunidad no puede ser fácilmente manipulada. Los atenienses creían que las elecciones eran antidemocráticas y corruptas. Como dijo Aristóteles: “Se acepta como democrático cuando los funcionarios públicos se asignan por sorteo y como oligárquico cuando se escogen por elección”.
Además, en muchos sistemas electorales, los representantes electos dependen de partidos políticos y se espera que voten de acuerdo con los partidos. Su lealtad se divide entre las posiciones del partido y sus puntos de vista personales. Los representantes seleccionados por sorteo no están en deuda con nadie por sus cargos. Su lealtad es estrictamente de conciencia.
Como enfoque democrático, el sorteo nos incomoda porque nos obliga a repensar el concepto sacrosanto de votación. Sin embargo, utilizamos el sorteo para seleccionar jurados facultados para tomar decisiones de vida o muerte. El sorteo también nos incomoda si creemos que votar es un sistema que eleva lo mejor de nosotros a posiciones de poder. El sorteo no lo hace, pero ¿lo hace la elección?
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