Defender la libertad es tarea y responsabilidad de todos
Es muy pertinente -y más en los momentos que corren- subrayar la importancia de que cada uno de los adultos (y no digo todos porque como decía Borges “cada uno es una realidad, mientras que todos es una abstracción”) asuma la responsabilidad de contribuir a que se lo respete. El respeto recíproco no es algo que provenga de las nubes y caiga automáticamente sobre los humanos. Requiere estudio, adecuada digestión, comprensión y fundamentación. Es la base de la sociedad civilizada. Se presenta como algo evidente pero cuando comienzan los debates sobre políticas concretas asoman las tensiones y los conflictos que desembocan en faltas de respeto sistemáticas.
Los Padres Fundadores en Estados Unidos machacaban que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia” para destacar que para ser libre es indispensable contribuir a su permanente mantenimiento. Alexis de Tocqueville escribía que es común que en países de gran progreso la gente diera eso por sentado, lo cual es el momento fatal pues la esclavitud está a la vuelta de la esquina. Y no se trata necesariamente de la esclavitud de la antigüedad, se trata de la esclavitud moderna, léase la dependencia de los aparatos estatales para todo lo relevante en la vida. Los espartacos modernos son los que contribuyen al respeto recíproco.
No es admisible que la gente se recline en sus butacas en una especie de teatro inmenso que ocupa una multitudinaria audiencia esperando que los que están en el escenario les resuelvan los problemas. Este es un buen modo para que el teatro se desmorone encima de los espectadores que solo aplauden o abuchean pero que no tienen rol activo.
No importa a que se dedique cada cual, sea al baile, a la jardinería, a la literatura, a la economía o el derecho, cada uno es responsable de contribuir con su tiempo, con sus recursos o con ambas cosas al mismo tiempo para estudiar y difundir los principios y valores de una sociedad civilizada.
Conjeturo que si todos los que se dicen partidarios de la libertad procedieran en consecuencia, el mundo no se vería envuelto en los problemas graves que hoy padece con los crecientes nacionalismos, xenofobias, cargas impositivas insoportables, deterioros monetarios crecientes, deudas gubernamentales astronómicas y regulaciones asfixiantes, todo para financiar un Leviatán desbocado que en lugar de proteger derechos los conculca.
¿Cómo puede calificarse la irresponsabilidad de las antedichas actitudes pasivas? No es para nada condenable que cada uno se ocupe de sus intereses personales, es muy loable y necesario para la división del trabajo y la prosperidad, pero no es aceptable que solo hagan eso. O, en todo caso, que se percaten que está también en su interés personal el velar por el respeto de cada cual. Como queda dicho, es urgente que cada uno tome la posta y no la delegue en el vecino. No hay pretexto posible que justifique el suicidio colectivo que surge de la apatía y el negacionismo o, en todo caso, limitarse a algún comentario crítico a la hora del almuerzo para una vez finalizado el hecho de engullir alimentos se vuelve a las andadas, esto es, ocuparse de lo que está cerca de la nariz y abandonar la faena de hacer de escudo protector al efecto de que los vándalos no ocupen todos los espacios.
Incluso hay quienes frente a peligros extremos dicen que se mudarán a otro país para repetir la experiencia y ser free riders de otros que se esfuerzan por contener la hecatombe. Finalmente, si las cosas siguen así no habrá otro lugar que el mar para ser devorados por los tiburones pues las agendas se van corriendo a pasos agigantados si nos guiamos por muchos de los acontecimientos más sobresalientes de nuestra época.
Afortunadamente no todos se comportan irresponsablemente, los hay que se preocupan y ocupan del problema, pero no son ni remotamente suficientes. Al contrario de lo que ocurre con las izquierdas que trabajan denodadamente y son perseverantes en sus propósitos de colectivización.
Hay un libro escrito por Norbet Bilbeny titulado El idiota moral que principalmente está dirigido a la monstruosa canalllada nazi, pero allí se consigna que “la necedad constituye un enemigo más peligroso que la maldad. Ante el mal podemos al menos protestar, dejarlo al descubierto y provocar en el que lo ha causado alguna sensación de malestar. Ante la necedad, en cambio, ni la protesta surte efecto. El necio deja de creer en los hechos […] El mal capital de nuestro siglo tiene su causa en la apatía moral.”
Y nuevamente reiteramos, no es que sea ilícito el desear y buscar una vida feliz, rodeada de afectos en el contexto del autoperfeccionamiento y de otras ocupaciones privadísimas. Este es el objeto de la vida pero para esa meta muy razonable es indispensable ocuparse de los medios que permitirán aquellos logros. Es inadmisible que se alegue desconocimiento, deben llevarse a cabo las tareas necesarias para contar con las argumentaciones que demanda el debate. Lo otro es pura comodidad mal entendida pues así se prepara la debacle. Edmund Burke con razón ha sentenciado que “todo lo que se necesita para que las fuerzas del mal triunfen, es que haya un número suficiente de personas de bien que no hagan nada”.
Nos dice Bilbeny en su obra que “La locura ha dejado lugar a la razón de Estado […] La apatía moral es competencia del individuo, aunque se multiplique por cien mil y adquiera la forma del decreto.” En el contexto de esta nota periodística pueda aparecer como extremo tildar de idiota moral al que se lava las manos frente a los embrollos del momento, pero mirado de cerca no es así puesto que el problema que tenemos entre manos es grave y con solo revertir la apatía podríamos enderezarlo. Es en la esperanza de producir un sacudón en los callados frente al peligro y mostrar que la situación podría ser luminosa si cada uno asumiera su rol de frenar los avances del espíritu autoritario. No hay posibilidad de esconderse ni de escapar a este llamado. Entre las acepciones de la palabra, en el diccionario se encuentra: poco inteligente, fatuo, necio, ignorante, que incomoda con sus palabras o acciones. En nuestro caso lo circunscribimos al desconocimiento de la conducta moral en el ámbito mencionado. Muchos de los abstemios en estas cuestiones son personas de gran valía, lo cual es una razón adicional para involucrarlos en la contienda contra el abuso y el atropello a las autonomías individuales.
En medio de tanto desacierto, hay un aspecto en el que ha hecho estragos el llamado positivismo legal que apunta a que cualquier cosa en cualquier sentido que promulgue el legislador debe aceptarse, en lugar de interiorizarse de los mojones o puntos de referencia extramuros de la norma positiva para que tenga sentido la Justicia. Ya que estamos comentando un aspecto del libro de Bilbeny, es del caso mostrar que los juicios de Nuremberg reflejan el aserto debido a la inmediata abrogación de las leyes criminales de los nazis.
El mismo autor nos recuerda que el abominable Hitler ha enfatizado que “la conciencia es un invento de los judíos” pero es una condición inherente al ser humano y debe ser revisada en el caso que nos ocupa al efecto de despertar la carga ineludible de obligación moral que a todos nos incumbe. Por su parte, Gustave Thibon en El equilibrio y la armonía nos enseña que “Mientras más pisos se añaden a un edificio, más hay que vigilar los cimientos.”
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