Queda cumplir la promesa de que nos veremos pronto
Mi gran amiga y colega Ana Fraga escribe cada día un diario de confinamiento que publica en niusdiario.es.
Son crónicas breves en las que refleja a la perfección lo que ha significado para los españoles el zarpazo del coronavirus. Ana y su familia llevan más de 40 días (y sus noches como apunta ella) encerrados en casa. De un momento a otro la vida vibrante de Madrid se apagó con una riada imparable de muertes. En la última entrega que leí de su diario, concluye con melancolía, “Ya nada será como antes”.
Divididos por un océano y una situación que por ahora no permite que nos subamos a un avión para el abrazo aplazado, la comunicación con los afectos se intensifica en la ansiedad de una separación que no se sabe cuánto puede prolongarse.
Todos los planes de reuniones y celebraciones se han esfumado. Las conversaciones giran en torno a la grave crisis sanitario-económica que se cierne sobre España. El temor por los mayores mientras no haya una vacuna. La incertidumbre ante una eventual reapertura cuando –todavía– las cifras de fallecidos hiela la sangre. Anticipamos el reencuentro, pero ya ninguno de los escenarios que nos resultaban familiares parecen realistas: salidas a los cines, restaurantes, bares.
Desde su confinamiento en Madrid y yo desde el mío, que es mucho menos riguroso en Estados Unidos, mi amiga Ana me cuenta de sus días y sus noches junto a su esposo y sus tres hijos en su chalé adosado. Por fortuna cuentan con un pequeño jardín donde pueden tomar el sol y estirarse. Ya todos se han habituado al teletrabajo y a los estudios online.
Ana, que al igual que su pareja es periodista, dedica largas horas al informativo para el que trabaja, pero también encuentra ese momento de soledad para escribir su diario de confinamiento. El testimonio de una época dura que nos ha tocado vivir acechados por una pandemia.
Desde su encierro Ana se detiene en las minucias de una nueva existencia de enclaustramiento. Las pequeñas cosas adquieren un peso que no tenían hace casi dos meses, cuando nadie podía imaginar que seríamos protagonistas de una distopía del siglo XXI. Desde la ventana de su casa en un reparto donde antes los niños caminaban a sus anchas, el mundo allá fuera parece irreal. Una historia de terror de la que ella y su familia están a salvo en el calor del hogar, como una nave madre que viaja en una galaxia condenada a extinguirse.
En el día 40 de su confinamiento Ana comprende que cuando salgan nuevamente el mundo que conocieron ya no será el mismo. Está convencida de que será distinto, pero no por ello renuncia a que habrá porvenir. Son reflexiones optimistas un día después de que su diario se enlutara por la muerte de un compañero querido de los tiempos de CNN+, el reconocido periodista José María Calleja, a quien el COVID-19 se lo llevó prematuramente a los 64 años. Quienes tuvimos la oportunidad de trabajar con él y disfrutar de su afabilidad la noticia fue como un mazazo. Ella lo lloró en su casa y yo en la mía. Lejos la una de la otra, pero conectadas en el refugio de las amistades que se forjan para siempre.
Dentro de poco las familias con hijos de hasta 14 años podrán salir una hora al día con sus chicos. Eso ha anunciado el gobierno español. Mi amiga Ana cuenta los días para cruzar el umbral de la puerta con al menos dos de sus hijos. Romper la burbuja del confinamiento. Volver a recorrer un parque o una avenida ancha. Se encontrará otro paisaje y nos regalará un nuevo episodio de su exquisito diario.
Es verdad que cuando nos volvamos a ver en Madrid nada será como antes porque cada uno llegará a la reunión con sus particulares heridas. Pero la cita está hecha. Solo queda cumplir la promesa de que nos veremos pronto. Para eso también queda un día menos.
- 23 de enero, 2009
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