El control del miedo y la libertad
Fundación LibreMente, San Nicolás
“Controle su destino o alguien lo controlará”.
Jack Welch Jr.
Vivimos épocas de encierro, obligados. Nuestras vidas guiadas y controladas por el Gobierno. El coronavirus fue la causa que ha dado motivo a la privación del más valioso de los valores para “vivir” la vida, la libertad.
El cercenarnos este valor tan preciado por todo ser humano es siempre costoso asimilarlo, aunque existan razones extraordinarias que justifiquen tal restricción, y más caro aún es para quienes ponemos eje en la libertad como epicentro de la organización de la vida en sociedad.
Distintos tipos de gobierno en el mundo, asesorados por epidemiólogos y virólogos, han instalado el tema del letal virus como el núcleo al cual deben subordinarse todas las actividades de sus gobernados. La salud primero es la consigna. En una lógica de silogismos entre los valores vida, libertad para trabajar y salud, podría concluirse que hay una conexidad interdependiente entre los tres. Por lo tanto, resolver que dicha libertad queda relegada por la salud es una falacia puesto que sin flexibilidad para producir el futuro será más penoso de lo que imaginamos, y en consecuencia tendremos menos salud y vida. Si bien es primordial que cada persona internalice que debe cuidar su salud y la de otros en un marco sanitario público, tal prioridad debe ser gobernada políticamente dentro de límites prudenciales para que aquel cuidado no sea una excusa para instalar un miedo que sirva de herramienta manipuladora para ejercer el poder político.
Cuando se deposita un miedo, entendible en el caso de la pandemia, y luego el gobierno lo controla interviniendo la vida de los particulares, comenzamos a transitar un derrotero de la aceptación del dominio. En el inicio de ese sendero podemos llegar a consentir la subordinación, por cuanto entendemos que ante un peligro súbito seamos tutelados para ser responsables. Ahora bien, la situación cambia cuando advertimos que esa protección se torna desmedida y el paraguas que se nos brinda constantemente no es proporcional a las tormentas que se avecinan; ello así en virtud de que se ha analizado en teoría y empíricamente que las mismas son previsibles y que en un contexto regulatorio adecuado podemos comenzar a tonificar la libertad que nos permita volver a producir, crear, educar y gozar de la vida en plenitud.
Cuando nos acostumbramos a que controlen nuestros miedos, estamos poniendo en riesgo nuestra salud psíquica admitiendo una forma de fiscalización por parte de otro, en este caso por el Estado, específicamente por el Poder Ejecutivo.
Hubo muchas etapas en la historia de la humanidad que las masas se satisfacían al ser dominadas. En esa satisfacción, en base a estudios psicológicos y sociológicos históricos, se ponen en evidencia dos categorías de grupos humanos. Un grupo que refleja a aquellos sectores que siempre han sido sometidos a vivir bajo un yugo autoritario que los sujeta, pero los “protege” dándole lo mínimo-necesario para sobrevivir. Otro grupo, que, no obstante conoce los beneficios de vivir liberándose de ese yugo, es temeroso de aceptar los riesgos razonables que acarrea la libertad; entonces prefiere optar por una “zona de confort” prestando conformidad a la seguridad paternal del poder político. Este tipo de conductas los coloca en una admisión tácita de la mediocridad. La indiferencia y/o la tibieza que acompaña esa manera de vivir ante las políticas públicas, los convierte en seres serviles funcionales a quienes ostentan el poder. Es decir, quedan conscientes o inconscientemente hipnotizados por el controlador.
Más allá de una circunstancia excepcional, son individuos que terminan incorporando los controles perennes en el tiempo aún a sabiendas que las ideas del controlador no los planifique. Esa permisividad tiene matriz cultural, cultivada desde antaño con dosis incesantes de dependencia del poder que le aseguren sobrevivir. Para ellos es suficiente, consideran que la afectación del control no es de una magnitud que comprometa sus supervivencias.
Entran en un modo de vida donde el relativismo moral domina su análisis valorativo de la ética en todos los ámbitos de la vida, especialmente tolerando corrupciones e irresponsabilidades por parte de quienes son nuestros mandatarios políticos, olvidando que somos los individuos organizados en una convivencia social los que les hemos concedido un poder limitado por la ley constitucional. Olvidan que son mandantes que se están sometiendo a un control ilimitado por parte del mandatario. Flagrante contradicción.
Un ámbito de control resulta ser un espacio propicio de manipulación placentera para el autoritario, construyéndose un terreno ideal para ir sellando una impronta emocional en los subordinados, que los conduzca a convicciones conscientes de los supuestos beneficios de la subordinación.
Interpreto que nos hallamos ante un panorama incierto en el cual existen amenazas serias de “nuevas servidumbres”. Se pueden llegar a afianzar y/o crear en los individuos mecanismos psicológicos que los inclinen a recibir tutelas o proteccionismos, sin perjuicio que se les dificulte desenvolver en el futuro emprendimientos que desarrollen una economía eficiente. Esta emergencia pandémica que por el momento ha provocado la ruptura de los vínculos primarios de las personas libres, no debe ocasionar o conducirnos a asumir conductas de conformismo automático hacia las órdenes que imparta el gobierno.
Estamos situados en el umbral de un mundo distinto tal vez, con posibilidades que se acentúen las injerencias del Estado en nuestras vidas, con controles que pueden ir más allá del terrorismo fiscal al que somos condenados desde larga data, sino también en nuestra privacidad del vivir cotidiano.
Nuevos procesos sociales ya emergían antes del coronavirus en razón del vertiginoso avance tecnológico. Anhelo que esta crisis sea una oportunidad para ir pensando y actuando cómo deseamos que se organice la vida en sociedad y su contrato con el poder político. Las opciones de esos procesos son cruciales: ¿será con más o menos libertad?, ¿esclavos de los controles o individuos más libres de ellos?, ¿vida planificada por otros o por nosotros?, ¿profundizaremos la vivencia perversa de seguir siendo un medio para los fines de otros o iniciaremos una ruta para que cada uno sea un fin en sí mismo?
Adhiero más que nunca por la libertad en un marco de responsabilidad y respeto.
El autor es abogado y presidente de la Fundación LibreMente de la Ciudad de San Nicolás, Buenos Aires, Argentina.
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- 23 de julio, 2015
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- 29 de febrero, 2016
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